Capítulo III

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El anillo de plata que miss Daaé le había entregado a mi compañero llevaba grabado su nombre y el de Erik. El mensaje que; según resolvimos, no era más que una promesa entre ambos, nos enfrascó en una documentación entera del pasado; desde la aparición del "espectro" en la ópera, hasta la última vez en que se hizo presente, es decir, durante el incidente de las catacumbas.

-Aquí están las cartas que pudimos conseguir -un joven, de cabello castaño e iris azules, colocó una caja mediana sobre la mesa.

-¿Nos hemos visto antes? -inquirí repasándolo-. ¡Ah! Ahora recuerdo. Es el ayudante del inspector; estuvo en la casa esa mañana.

El joven asintió.

-¿Cuál es su nombre? -pregunté abriendo la caja.

-Auguste -respondió- Pinaud.

-¿Hace cuánto lleva en la oficina policial?

-Hace un año, señor.

-¿De dónde dijo que venía? -entrando como fantasma, Sherlock apareció a nuestras espaldas; como si, en lugar de la puerta hubiera usado la ventana.

El joven volteó sorprendido, y pausó sus palabras antes de contestar. Atónito, manifestó:

-De, de Paris, señor.

-¡Ah! El bello Paris -se acercó a la caja, y tomó un documento-. Si mi memoria no me falla; y casi nunca lo hace; me parece que fue recomendado por Rouletabille; mi "homólogo" francés.

-Así es, señor.

-¡Ah! El bueno de Rouletabille -contemplándolo como un niño, se quejó-. No ha respondido mi cartas desde hace mucho, pero me imagino que fue por una buena razón.

-Es posible.

-Bien -aplaudió con el papel en mano-, no lo entretendré más. No queremos que el buen inspector lo reprenda por su tardanza, ¿verdad?

-Sería un hecho desafortunado.

-Así es, lo sería. Permítame escoltarlo a la puerta.

El joven asintió, y fue guiado por mi compañero, que, tras cerrar el portal, pegó la oreja a la madera. Lo observé estupefacto desde mi puesto; pese a que ya estaba acostumbrado a sus peculiaridades, aún me generaba confusión.

-Tiene los pies más ligeros que una pluma -susurró-. Siempre me ha parecido que vuela.

Irguiéndose, arrojó el papel a la mesa, y me lanzó el abrigo.

-Es una bonita noche para caminar, ¿no lo crees? -me empujó al portón-. Oh, no te molestes en apagar la lumbre. Vamos.

-¿Y, a dónde vamos? -cuestioné en el exterior. Ajusté mi abrigo, y enterré mis manos en los bolsillos-. Bonita noche, ¿eh? -aludí, sintiendo el golpe helado sobre mi cara.

-La mejor.

Volteamos varias esquinas, y giramos; innecesariamente.

El motivo de nuestra salida caminó en zigzag; saludando a todos los que pasaban a su lado. Por un momento creímos que subiría a un coche; pues éste se había parado; pero, tan pronto como dura un saludo, Auguste, sonrió y se fue.

-¿A dónde vas niño? -marchando adherido a las paredes, Holmes me detuvo con el brazo y me obligó a pegarme junto a él.

-Éste no es el camino a la oficina policial -observé-. ¿Crees que le haga una visita a un familiar antes de ir a la oficina?

-Según sé -musitó-, no tiene familia.

-¿Un amigo, tal vez?

-Ni uno sólo.

-Y entonces-

-¡Silencio, Watson! -susurró lo más bajo que pudo. Giró, y, como si no hubiera creído lo que veía, se pegó al muro-. ¡No está!

Asomé la cabeza y confirmé lo que decía.

-¿Habrá doblado una esquina?

-El camino es demasiado largo como para llegue a una -profirió en voz baja-; incluso si corriera.

-¿Habrá entrado a una casa?

-Todos son negocios, ¡están cerrados! -exclamó-. Así como la oficina policial.

Volteé los ojos hacia él, y regresamos pensativos a Baker Street.

-No lo endiendo -dije al entrar-, ¿cerraron temprano hoy?

-No abrieron -se apresuró a su habitación-; los hombres de Lestrade escoltaron al invitado de Su Majestad.

-¿Todos?

-¡Todos! -gritó desde el interior.

Revisé una hoja sobre la mesa, y volteé dos veces a mi izquierda. Una señora; alta, amplia, y con la cara más horrible que había visto, apareció a mi vista.

-Te ves horrendo -carcajeé.

-Así no es como se le habla a una dama -replicó.

-Una dama horrenda.

-La más bella que han visto tus ojos -acomodándose la peluca, se ajustó el vestido, tomó un pañuelo; y se lo colocó sobre la cabeza.

-Tengo una cita.

-Espero -bromeé- que regreses con un anillo.

-Quizá con algo más jugoso que eso.

Abandonó la habitación y me reí a carcajadas. Divertido; me dejé caer en el sillón, y aguardé su regreso.

Eran más de las dos, cuando se abrió la puerta. Expectante; me asomé desde el sillón.

-¿Qué tal la cita?

-Fue la mejor de mi vida -arrojando el pañuelo a mi dirección, corrió a su dormitorio-. ¡Apresurate, Watson! -gritó desde adentro-. Un coche nos espera.

Un misterio elementalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora