El anillo de plata que miss Daaé le había entregado a mi compañero llevaba grabado su nombre y el de Erik. El mensaje que; según resolvimos, no era más que una promesa entre ambos, nos enfrascó en una documentación entera del pasado; desde la aparición del "espectro" en la ópera, hasta la última vez en que se hizo presente, es decir, durante el incidente de las catacumbas.
-Aquí están las cartas que pudimos conseguir -un joven, de cabello castaño e iris azules, colocó una caja mediana sobre la mesa.
-¿Nos hemos visto antes? -inquirí repasándolo-. ¡Ah! Ahora recuerdo. Es el ayudante del inspector; estuvo en la casa esa mañana.
El joven asintió.
-¿Cuál es su nombre? -pregunté abriendo la caja.
-Auguste -respondió- Pinaud.
-¿Hace cuánto lleva en la oficina policial?
-Hace un año, señor.
-¿De dónde dijo que venía? -entrando como fantasma, Sherlock apareció a nuestras espaldas; como si, en lugar de la puerta hubiera usado la ventana.
El joven volteó sorprendido, y pausó sus palabras antes de contestar. Atónito, manifestó:
-De, de Paris, señor.
-¡Ah! El bello Paris -se acercó a la caja, y tomó un documento-. Si mi memoria no me falla; y casi nunca lo hace; me parece que fue recomendado por Rouletabille; mi "homólogo" francés.
-Así es, señor.
-¡Ah! El bueno de Rouletabille -contemplándolo como un niño, se quejó-. No ha respondido mi cartas desde hace mucho, pero me imagino que fue por una buena razón.
-Es posible.
-Bien -aplaudió con el papel en mano-, no lo entretendré más. No queremos que el buen inspector lo reprenda por su tardanza, ¿verdad?
-Sería un hecho desafortunado.
-Así es, lo sería. Permítame escoltarlo a la puerta.
El joven asintió, y fue guiado por mi compañero, que, tras cerrar el portal, pegó la oreja a la madera. Lo observé estupefacto desde mi puesto; pese a que ya estaba acostumbrado a sus peculiaridades, aún me generaba confusión.
-Tiene los pies más ligeros que una pluma -susurró-. Siempre me ha parecido que vuela.
Irguiéndose, arrojó el papel a la mesa, y me lanzó el abrigo.
-Es una bonita noche para caminar, ¿no lo crees? -me empujó al portón-. Oh, no te molestes en apagar la lumbre. Vamos.
-¿Y, a dónde vamos? -cuestioné en el exterior. Ajusté mi abrigo, y enterré mis manos en los bolsillos-. Bonita noche, ¿eh? -aludí, sintiendo el golpe helado sobre mi cara.
-La mejor.
Volteamos varias esquinas, y giramos; innecesariamente.
El motivo de nuestra salida caminó en zigzag; saludando a todos los que pasaban a su lado. Por un momento creímos que subiría a un coche; pues éste se había parado; pero, tan pronto como dura un saludo, Auguste, sonrió y se fue.
-¿A dónde vas niño? -marchando adherido a las paredes, Holmes me detuvo con el brazo y me obligó a pegarme junto a él.
-Éste no es el camino a la oficina policial -observé-. ¿Crees que le haga una visita a un familiar antes de ir a la oficina?
-Según sé -musitó-, no tiene familia.
-¿Un amigo, tal vez?
-Ni uno sólo.
-Y entonces-
-¡Silencio, Watson! -susurró lo más bajo que pudo. Giró, y, como si no hubiera creído lo que veía, se pegó al muro-. ¡No está!
Asomé la cabeza y confirmé lo que decía.
-¿Habrá doblado una esquina?
-El camino es demasiado largo como para llegue a una -profirió en voz baja-; incluso si corriera.
-¿Habrá entrado a una casa?
-Todos son negocios, ¡están cerrados! -exclamó-. Así como la oficina policial.
Volteé los ojos hacia él, y regresamos pensativos a Baker Street.
-No lo endiendo -dije al entrar-, ¿cerraron temprano hoy?
-No abrieron -se apresuró a su habitación-; los hombres de Lestrade escoltaron al invitado de Su Majestad.
-¿Todos?
-¡Todos! -gritó desde el interior.
Revisé una hoja sobre la mesa, y volteé dos veces a mi izquierda. Una señora; alta, amplia, y con la cara más horrible que había visto, apareció a mi vista.
-Te ves horrendo -carcajeé.
-Así no es como se le habla a una dama -replicó.
-Una dama horrenda.
-La más bella que han visto tus ojos -acomodándose la peluca, se ajustó el vestido, tomó un pañuelo; y se lo colocó sobre la cabeza.
-Tengo una cita.
-Espero -bromeé- que regreses con un anillo.
-Quizá con algo más jugoso que eso.
Abandonó la habitación y me reí a carcajadas. Divertido; me dejé caer en el sillón, y aguardé su regreso.
Eran más de las dos, cuando se abrió la puerta. Expectante; me asomé desde el sillón.
-¿Qué tal la cita?
-Fue la mejor de mi vida -arrojando el pañuelo a mi dirección, corrió a su dormitorio-. ¡Apresurate, Watson! -gritó desde adentro-. Un coche nos espera.
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Un misterio elemental
Misterio / SuspensoCuando el cadáver de un extraño desconocido sea hallado en una mansión aislada, Sherlock Holmes y su compañero; John Watson; deberán basarse en la única pista que poseen para poder encontrar al asesino y frenarlo, antes de que vaya por su próxima vi...