Capítulo IV

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Las ruedas giraron y nos transportaron hacia el bosque. Quieto como estatua; mi compañero abrazó su maletín, y se mantuvo en silencio.

Sólo habló para agradecer el paseo.

Iluminados por la luna; caminamos por el tenebroso sendero.

-La escena del crimen, ¿eh? -manifesté, tratando de no temblar al decirlo.

-La escena del crimen.

-¿Y no podíamos esperar a que saliera el sol? -no respondió. Acurrucándome en el abrigo, pregunté-. ¿Tu cita te compartió algo valioso?

-En el caso de que no haya errado -sobrepasó la verja-. Seremos tres en el interior.

Las puerta de la casa crujió al ser empujada. La madera rechinó, y la humedad invadió mis pulmones. Andando en la completa oscuridad, nos esforzamos por no hacer ruido; pero la madera bajo nuestros pies no nos apoyó con la tarea.

Cautelosos; nos dirigimos a la biblioteca.

Un hombre; que parecía haber estado esperándonos, se irguió al abrir la puerta. Dándonos la espalda, se mantuvo junto a un escritorio. Varios papeles se quemaban en la chimenea, y otros estaban a su lado en forma de bollo.

-No hay nada mejor -profirió Sherlock- que limpiar sin ser molestado.

El hombre se quedó callado.

-Su paciencia es admirable -prosiguió-. Esperar a que los oficiales culminaran de revisar el lugar para que usted pueda volver por sus documentos; es una verdadera proeza. No obstante, podría jurar que no son sus documentos. Vizconde.

El hombre giró sonriente, y se quitó la gorra que cubría su cabello castaño.

-¿Auguste? -exclamé.

-Raoul de Chagny -corrigió Sherlock, al punto en que el joven se deshacía de su peluca; descubriendo así, una cabellera rubia-. O mejor dicho, conde Drácula.

Abrí los ojos como naranjas y divisé a mi compañero.

-Sabía que me descubriría -impasible, arrojó más papeles al fuego-. Aunque debo confesar, que creí que sería más veloz. Frecuenté sus circulos durante un año, y no me descubrió hasta ahora; me decepciona señor Holmes.

-El agua puede escurrirse de un colador.

-Bien dicho.

-Pero -continuó-, no si es congelada. El agua se solidificará, y no traspasará el objeto.

-¿Y, usted me "solidificó"?

-Tardé, pero lo logré. Su error -explicó- fue el haber dejado el mechón en manos de su victima. Aquel rizo dorado, estaba mezclado con un pedazo de pelo rubio; lacio. Descubrir al dueño de aquel cabello no fue sencillo -se acercó a la chimenea-, sin embargo, recordé una gratificante tarde primaveral; hace un par de meses. Lestrade, usted y yo andábamos por las calles hablando sobre el caso Parisino. Usted; muy solicito, nos compartió lo que sabía de ello. La brisa era violenta. El inspector se despidió, y usted; haciendo una venia innecesaria, se inclinó. El movimiento fue veloz, pero, para su fortuna, mis iris lograron captar una pequeña parte de su cuello, en donde, resaltaba un hermoso cabello rubio. No dije nada en el momento; pero lo estuve vigilando.

Desplazándose hacia la mesa, añadió:

-Sin familia, amigos, o conocidos en su tierra, traté de contactar al único ser que parecía conocerlo; Rouletabille. Fue complicado; nadie conocía su paradero desde el día en que "lo recomendó". Sin embargo -jugó con un bollo-, ya sabe cómo somos los curiosos; halló la manera de contactarse conmigo. El joven que resolvió el misterio del cuarto amarillo, me dijo que los detectives no habían sido expectorados por el "fantasma", sino, que lo hizo una criatura veloz, que trepaba las paredes como araña. Una locura, lo sé, pero no estaba dispuesto a contradecirlo.

Un misterio elementalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora