Capítulo II

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De pie junto a la ventana; divisé a mi compañero, que, recostado sobre el sillón, revisaba cuidadosamente el diario de la victima. Con la pipa a medio caer y las cejas entretejidas, repasó una y otra vez, las páginas cosidas.

-¿Algo nuevo? -pregunté desde mi puesto.

-El hombre tenía una letra muy fina -manifestó-. Pero temo, que no hay nada que nos sea de utilidad, salvo, la mención de Christine Daaé; su amor eterno.

Me acerqué para darle un vistazo al diario, pero mi amigo; más veloz; se levantó, y paseó con él. Guiñándome y haciendo el ademán de entregármelo sin que esa fuera su verdadera intención.

-Quizá -dijo-, si le hacemos una visita; logremos conocer un poco más de nuestro, muy desdichado amigo.

-¿Iremos a Paris?

-No, mi querido amigo. Iremos a la ópera -abrió los brazos como un telón-. La ópera de Londres, donde, para nuestra conveniencia, ha llegado el cuerpo teatral parisino. Montarán Don Giovanni. ¡Ah!, me encanta la ópera -dijo sacudiendo el librito entre mi mano y el aire. Mis dedos lograron atrapar el manuscrito, no obstante, indiferente, y como siempre, extravagante, brincó hacia un cajón, tomó su abrigo, y me miró desde la puerta.

-¡Vamos, Watson! -exclamó vivaracho-. No olvides tu abrigo.

Sonreí, dejé el libro en el cajón, y lo seguí.

-No tengo boleto -insinué intencionadamente. Sherlock alzó el brazo sin mirarme, y me entregó lo que pedía-. Don Giovanni, ¿eh?

-Don Giovanni -repitió anhelante.

Subimos a un coche que nos dejó a las puertas de la ópera. Entregamos nuestros boletos, y ascendimos a un palco.

-El palco número cinco -profirió-; era el favorito de nuestro amigo.

-Y, supongo -dije acomodándome-, que no veremos a la señorita Daaé hasta que culminé la presentación.

-En efecto, Watson -se colocó unos binoculares galileanos-. A disfrutar.

-¿De dónde sacaste eso?

-Son míos, y no te los presto.

Carcajeé, y vi levantarse el telón.

Las sopranos, los tenores, y los bailarines se mezclaron en un exquisito espectáculo que culminó entre aplausos, y rosas lanzadas al escenario.

Sherlock me señaló a una joven de entre diecisiete y dieciocho años. Ella se inclinó, y enfocó sonriente a los espectadores.

-Ya es hora -exclamó Holmes.

Bajamos, y nos abrimos paso entre los admiradores que, empujándose y gritando, reclamaban su turno. "Yo vine primero", dijo uno a Holmes, él sonrió, puso unas monedas en su chaqueta, y tomó el abultado ramo que traía.

Dio unos ligeros toques a la puerta. Una señora saludó afable, y trató de tomar las rosas.

-Preferiría -profirió Sherlock apartándolas-, entregarlas personalmente. Soy un gran admirador de la señorita Daaé.

-Oh, me temo que-

-Insisto -dijo entrando; a pesar de las protestas de la señora-. ¡Oh!, que maravilloso espectáculo -exclamó mirándome-. Trajimos esto para usted.

Estupefacta, la jovencita buscó la imagen de la señora, y recibió el ramo.

-Muchas gracias -profirió tras levantarse de su asiento-. Son muy amables. Pero temo-

-No le quitaremos mucho tiempo, miss Daaé -interrumpió veloz-. Sólo hemos venido para.... ¡Oh, pero qué hermoso anillo! ¿No lo crees así, John?

-Es muy hermoso -repetí, paseando la mirada del aro a la joven-, y muy costoso.

-¿Ah, sí? -dijo Holmes-. No lo había notado. Según mi experiencia -rodeando a la joven; revisó las paredes y el espejo-, sólo quién demuestra ferviente interés por alguien, podría otorgarle un obsequio tan costoso, a otro alguien.

-Qué puedo decir -presionó las flores-, tengo muchos admiradores.

-Oh, por supuesto; y muy particulares -estirando el cuello, colocó el mentón a la cercanía del hombro de la cantante. Ella, sin girar, se irguió sobre la espalda.

-Querida, Esmee -dijo-, ¿me haría el favor de buscar a Meg? Necesito pedirle unos aretes prestados.

-¿¡Qué!? ¿Ahora?

-Sí, por favor.

-Pero... -titubeó. Enfocó a la joven, y añadió- ¿cuáles aretes?

-Los pequeños que nos mostró anoche.

-Oh, bien, bien, iré.

Indecisa, se acercó a la puerta, le dio un último vistazo a la artista, y salió.

-¿Quiénes son ustedes? -preguntó recelosa.

-Oh, pero dónde están mis modales -abandonando su posición, dio unos pasos adelante, y se colocó en frente de la dama-. Sherlock Holmes, a su servicio. Y éste es mi colega, John Watson.

-¿A qué vienen?

Sherlock sacó un pañuelo de su bolsillo, y de él, descubrió un rizo dorado.

La joven palideció, dejó las flores en el tocador, y tomó el mechón.

-¿Dó...dónde...? -balbuceó.

-En manos de un occiso -explicó-. Y quiero saber por qué.

La cantante se dejó caer en la silla, y apretó la palma. Sus párpados se cerraron doloridos, y sus labios musitaron unas palabras, tan bajas, que mis oídos no lograron captar.

-¿Ha tenido contacto con Erik desde el incidente en las catacumbas?

-¿Cómo sabe lo de las catacumbas? -agrandó los ojos.

-Lo leí en un libro.

Sherlock hizo una pausa, y se aproximó a la macilenta artista.

-Necesito -dijo enfocándola- que me diga todo lo que sabe. Todo, miss Daaé.

-Yo...no sé nada -entregándole el rizo devuelta, secó sus mejillas, y se acercó al portón-. Temo que estoy muy exhausta, espero que...hayan encontrado lo que buscaban -abriendo la puerta, estrechó la mano de mi compañero-. Que tengan buenas noches, caballeros.

Sherlock aceptó el gesto, se despidió con la cabeza, y me instó a seguirlo.

-Veo que nos vamos con las manos vacías -lamenté al salir del teatro.

-De hecho -exclamó mirando a su alrededor-, es todo lo contrario.

Un misterio elementalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora