De pie junto a la ventana; divisé a mi compañero, que, recostado sobre el sillón, revisaba cuidadosamente el diario de la victima. Con la pipa a medio caer y las cejas entretejidas, repasó una y otra vez, las páginas cosidas.
-¿Algo nuevo? -pregunté desde mi puesto.
-El hombre tenía una letra muy fina -manifestó-. Pero temo, que no hay nada que nos sea de utilidad, salvo, la mención de Christine Daaé; su amor eterno.
Me acerqué para darle un vistazo al diario, pero mi amigo; más veloz; se levantó, y paseó con él. Guiñándome y haciendo el ademán de entregármelo sin que esa fuera su verdadera intención.
-Quizá -dijo-, si le hacemos una visita; logremos conocer un poco más de nuestro, muy desdichado amigo.
-¿Iremos a Paris?
-No, mi querido amigo. Iremos a la ópera -abrió los brazos como un telón-. La ópera de Londres, donde, para nuestra conveniencia, ha llegado el cuerpo teatral parisino. Montarán Don Giovanni. ¡Ah!, me encanta la ópera -dijo sacudiendo el librito entre mi mano y el aire. Mis dedos lograron atrapar el manuscrito, no obstante, indiferente, y como siempre, extravagante, brincó hacia un cajón, tomó su abrigo, y me miró desde la puerta.
-¡Vamos, Watson! -exclamó vivaracho-. No olvides tu abrigo.
Sonreí, dejé el libro en el cajón, y lo seguí.
-No tengo boleto -insinué intencionadamente. Sherlock alzó el brazo sin mirarme, y me entregó lo que pedía-. Don Giovanni, ¿eh?
-Don Giovanni -repitió anhelante.
Subimos a un coche que nos dejó a las puertas de la ópera. Entregamos nuestros boletos, y ascendimos a un palco.
-El palco número cinco -profirió-; era el favorito de nuestro amigo.
-Y, supongo -dije acomodándome-, que no veremos a la señorita Daaé hasta que culminé la presentación.
-En efecto, Watson -se colocó unos binoculares galileanos-. A disfrutar.
-¿De dónde sacaste eso?
-Son míos, y no te los presto.
Carcajeé, y vi levantarse el telón.
Las sopranos, los tenores, y los bailarines se mezclaron en un exquisito espectáculo que culminó entre aplausos, y rosas lanzadas al escenario.
Sherlock me señaló a una joven de entre diecisiete y dieciocho años. Ella se inclinó, y enfocó sonriente a los espectadores.
-Ya es hora -exclamó Holmes.
Bajamos, y nos abrimos paso entre los admiradores que, empujándose y gritando, reclamaban su turno. "Yo vine primero", dijo uno a Holmes, él sonrió, puso unas monedas en su chaqueta, y tomó el abultado ramo que traía.
Dio unos ligeros toques a la puerta. Una señora saludó afable, y trató de tomar las rosas.
-Preferiría -profirió Sherlock apartándolas-, entregarlas personalmente. Soy un gran admirador de la señorita Daaé.
-Oh, me temo que-
-Insisto -dijo entrando; a pesar de las protestas de la señora-. ¡Oh!, que maravilloso espectáculo -exclamó mirándome-. Trajimos esto para usted.
Estupefacta, la jovencita buscó la imagen de la señora, y recibió el ramo.
-Muchas gracias -profirió tras levantarse de su asiento-. Son muy amables. Pero temo-
-No le quitaremos mucho tiempo, miss Daaé -interrumpió veloz-. Sólo hemos venido para.... ¡Oh, pero qué hermoso anillo! ¿No lo crees así, John?
-Es muy hermoso -repetí, paseando la mirada del aro a la joven-, y muy costoso.
-¿Ah, sí? -dijo Holmes-. No lo había notado. Según mi experiencia -rodeando a la joven; revisó las paredes y el espejo-, sólo quién demuestra ferviente interés por alguien, podría otorgarle un obsequio tan costoso, a otro alguien.
-Qué puedo decir -presionó las flores-, tengo muchos admiradores.
-Oh, por supuesto; y muy particulares -estirando el cuello, colocó el mentón a la cercanía del hombro de la cantante. Ella, sin girar, se irguió sobre la espalda.
-Querida, Esmee -dijo-, ¿me haría el favor de buscar a Meg? Necesito pedirle unos aretes prestados.
-¿¡Qué!? ¿Ahora?
-Sí, por favor.
-Pero... -titubeó. Enfocó a la joven, y añadió- ¿cuáles aretes?
-Los pequeños que nos mostró anoche.
-Oh, bien, bien, iré.
Indecisa, se acercó a la puerta, le dio un último vistazo a la artista, y salió.
-¿Quiénes son ustedes? -preguntó recelosa.
-Oh, pero dónde están mis modales -abandonando su posición, dio unos pasos adelante, y se colocó en frente de la dama-. Sherlock Holmes, a su servicio. Y éste es mi colega, John Watson.
-¿A qué vienen?
Sherlock sacó un pañuelo de su bolsillo, y de él, descubrió un rizo dorado.
La joven palideció, dejó las flores en el tocador, y tomó el mechón.
-¿Dó...dónde...? -balbuceó.
-En manos de un occiso -explicó-. Y quiero saber por qué.
La cantante se dejó caer en la silla, y apretó la palma. Sus párpados se cerraron doloridos, y sus labios musitaron unas palabras, tan bajas, que mis oídos no lograron captar.
-¿Ha tenido contacto con Erik desde el incidente en las catacumbas?
-¿Cómo sabe lo de las catacumbas? -agrandó los ojos.
-Lo leí en un libro.
Sherlock hizo una pausa, y se aproximó a la macilenta artista.
-Necesito -dijo enfocándola- que me diga todo lo que sabe. Todo, miss Daaé.
-Yo...no sé nada -entregándole el rizo devuelta, secó sus mejillas, y se acercó al portón-. Temo que estoy muy exhausta, espero que...hayan encontrado lo que buscaban -abriendo la puerta, estrechó la mano de mi compañero-. Que tengan buenas noches, caballeros.
Sherlock aceptó el gesto, se despidió con la cabeza, y me instó a seguirlo.
-Veo que nos vamos con las manos vacías -lamenté al salir del teatro.
-De hecho -exclamó mirando a su alrededor-, es todo lo contrario.
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Un misterio elemental
Mystery / ThrillerCuando el cadáver de un extraño desconocido sea hallado en una mansión aislada, Sherlock Holmes y su compañero; John Watson; deberán basarse en la única pista que poseen para poder encontrar al asesino y frenarlo, antes de que vaya por su próxima vi...