9. Infiltrados.

845 103 45
                                    

Antes de que alguna persona se presentara en el escenario, entré en conflicto con mis sentimientos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Antes de que alguna persona se presentara en el escenario, entré en conflicto con mis sentimientos.

Sostuve el borde del asiento del frente. Debido a que mucha gente había asistido a la obra, tuve que ocupar los asientos del fondo, intentando no resaltar a los ojos de personas de Teorvek, o incluso a los de él.

Dudo que me reconociera. Para entonces habían pasado muchos años.

La última vez que lo vi tenía casi seis años y en esos momentos estaba por cumplir quince.

Ni siquiera conocía cómo era su aspecto entonces, no sabía nada de él.

No volví a buscar una foto suya, no volví a pedir información sobre él e intenté no escuchar los rumores que se daban alrededor de su vida.

Sin embargo, tampoco dejaba de pensarlo, ni un solo día.

La música ocupó cada espacio en el teatro cuando los bailarines empezaron la interpretación de la primera escena.

A la que no pude resistir ni un minuto.

Tomé el impulso que el temor me dio y hui.

Sin echar un vistazo ni caminar lento. Emergí del teatro a toda prisa conteniendo la respiración.

Si había llegado hasta ese punto, ¿por qué de repente iba a introducirme en su vida?

Incluso peor, desde una perspectiva mía entre las sombras. Ya no podía hacerle aquello, no otra vez.

Subí a la moto y me marché, casi con la misma velocidad en la que mi corazón se alteró al creer que por un pequeño segundo había reconocido su rostro entre esos bailarines.

Aun cuando no había alcanzado el tiempo suficiente para memorizar sus rasgos. Pudo ser cualquier otro. Sin embargo, escapé. Acelerando cada vez más, porque no quería arrepentirme y retornar.

Aunque todos esos años estuve haciendo lo mismo por esquivar la vida de Zov, —la cual debía ser privada para mí—. Hubo cosas de las cuales me di por enterado. Y aquello se debía a los reproches que Vania me daba cada que se le presentaba la oportunidad.

Cuando lo supe, yo también me odié. Aunque eso ya lo hacía desde hace mucho. Pero esa vez, por algún motivo se sintió distinto.

Puedes hacer lo que quieras con él. Ese niño no es mi hijo. Tú ya lo mataste, y a quien tengo ahora es a una persona que se ha encerrado en una maldita caja de hielo. Le quitaste el alma para todo.

Por esas palabras había ido a Teorvek. Intentaba confirmar si lo que Vania había dicho era verdad. Y saber si Zov había perdido el alma; como él había dicho.

Pero fui muy cobarde para afrontarlo. Me aterraba verlo.

Además, se suponía que era algo que no debía hacer.

La danza del cisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora