10. Acto I: La cena

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Pareció muy sencillo conseguir la paz entre ambos reinos, y demasiada facilidad debería ser sospechosa

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Pareció muy sencillo conseguir la paz entre ambos reinos, y demasiada facilidad debería ser sospechosa.

Sin embargo, el ministerio de Teorvek dio luz verde a nuestro acuerdo. Y a partir de ello empezó la marcha directa hacia el declive de la familia real.

Esneg de Gienven, entregó los terrenos de Kara, y adquirió una gran deuda con Ledya. Sucedió que, para contrarrestar un futuro desequilibrio en su economía, —la cual ya estaba bastante mal—, el rey no tuvo conflicto alguno en aceptar la propuesta que mi padre le ofrecía.

De acuerdo al rey, mi padre, yo necesitaba una esposa. Me acercaba a esa edad en la que por obligación debía asumir las responsabilidades de la corona, y requería enderezarme en ese camino que mi padre pronto podría abandonar. Así que, si yo ocupaba el puesto de rey, alguien debía cargar el de príncipe.

Que yo me comprometiera con Eidriene, generaría un gran conflicto. Dos futuros herederos no podían casarse. Ninguno podía asumir un cargo menor para seguir al otro.

Sin embargo, a Esneg no le preocupó la idea de que Eidriene fuera quien ocupara el lugar entre las sombras, para que yo pudiera ir al frente.

Ante tales necesidades se nos impuso la tarea del matrimonio.

Eso sellaría la unión entre ambos reinos.

Nos comprometieron solo por la ley oral, así que ello, no significaba nada aún.

...

Continué saludando a la multitud acumulada en los exteriores del palacio de los Gienven, hasta que las puertas fueron abiertas y los autos ingresaron.

—Estas personas lo llevan todo a la televisión —murmuró mi padre.

—Tú pareces muy preparado para ello —bromeé y él le causó gracia. Soltó una risa corta mientras regresaba su mirada a mí.

—Bueno, después de todo, es una película que montaremos. Debo ser agradable a las miradas. En especial cuando vean a su reino caer y tomemos el trono.

—Parece que al fin te divertirás.

—No —dijo, volví la vista y encontré sus ojos rojos—. Nos divertiremos Krooz —aclaró, con seriedad—. Es para lo que trabajamos todo esto. Para tomar las fichas y empezar a moverlas entre los dos. Somos el equipo y no hay desventaja.

En mi madre el rojo de sus ojos era amor, en mi padre, era sangre.

Asentí levemente antes de contestar:

—Por supuesto. —Admiré la delantera del palacio cuando nos detuvimos ante la entrada—. Empecemos el juego.

Memorias de mi infancia me hicieron reconocer el lugar, por tal razón no presentó un impacto en mí. Persistían los colores opacos en la construcción, los mismos tamaños y aromas en el ambiente solo refrescaban los recuerdos. Lo que no se mantenía igual era yo.

La danza del cisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora