2. Vainilla

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Recuerdo bien ese día, porque son las primeras imágenes que se plantan en mi mente, sembrando esa desestabilidad y arrinconándome hace oscuro sitio donde permanezco por días

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Recuerdo bien ese día, porque son las primeras imágenes que se plantan en mi mente, sembrando esa desestabilidad y arrinconándome hace oscuro sitio donde permanezco por días.

Mi padre y mi madre estaban dentro de su habitación discutiendo, como rara vez sucedía. No solían tener encuentros tan largos y desacordes a sus ideas, incluso cuando no estaban de acuerdo en algo, jamás se exclamaban cosas con tanta determinación, como ocurrió aquella vez.

Él no quería que fuera, y ella confiaba en ellos. Yo no sabía por qué estaba mal, solo quería ir y conocer al hijo de la amiga de mamá.

Cuando mi madre iba a Teorvek, regresaba feliz a casa para comentarme cómo estaba el hijo de su amiga. Me influenciaba siempre, hasta el punto en que estuve desesperado por ir con ella.

Al principio inventaba excusas para no llevarme. Hasta que un día regresó, anunciando que sería la última vez que me dejaría, porque al fin cuando tuviera que volver al palacio de los de Gienven, podría llevarme a mí y a toda la familia.

Sin embargo, eso fue un detonante para la furia de mi padre.

Desde que la noticia salió de la boca de mamá, él se negó.

En ese tiempo yo no comprendía la situación. Fue cuando tuve la edad suficiente que entendí la terquedad de mi padre ante la idea de que ella fuera a Teorvek, y se encontrara continuamente con la familia Gienven.

—Hiciste suficiente con que tuviera que aceptar que entráramos en términos de paz. ¿Y ahora quieres llevarte a nuestros hijos?

—Iremos contigo. Por favor, sé que lo que ocurrió no es algo que pueda perdonarse, pero entiende que Esneg no se involucró en aquello.

—Eso no me dijiste cuando te infiltraste en Ledya, ¿recuerdas? Te arrojaron aquí luego de ultrajarte y para seguir aprovechándose de tu vulnerabilidad. Incluso yo que soy ciego puedo conocer todas sus intenciones. ¿Por qué no lo ves? —espetó, cansado—. Te lo he repetido tantas veces, cariño.

—Por favor, Krass. El acuerdo de paz está por firmarse, debes estar ahí conmigo.

—No quiero seguir discutiendo. Sabes que no aceptaré.

—Bien —dijo mi madre, decidida—. No vayas. Pero no me prohibirás a mí ir. Y me llevaré a mis hijos.

—Nuestros —corrigió mi padre—. Son nuestros niños Saedriek.

—Lo mencionas, pero no eres capaz de estar a su lado. Debes asegurar sus futuros, el nuestro y el de toda Ledya.

—Aseguro nuestro futuro manteniéndolos aquí.

—Encerrados y acorralados. ¿Hasta cuándo Krass? Sabes que nuestra fortaleza es débil. Esneg no atacará otra vez, pero necesita estar seguro de que jamás ocurran confrontaciones nuestras.

—¿Qué nos asegura de que no se trate de una trampa? Ya nos atacó antes.

—Lo hizo para conocer el nivel de nuestra guardia, y aunque ya se aseguró que estamos en desventaja, no confía en ti. Sabe que eres demasiado astuto para devolverle el golpe.

La danza del cisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora