Celeste avanzaba por un río de lava.
La lava estaba más fría de lo habitual, como si algo perturbase el ambiente. La corriente la arrastraba hacia abajo, pero ella avanzaba con decisión, sin detenerse. Salió del río y se internó en el bosque que conducía al norte. Los árboles eran delgados y su corteza parecía quemada, como si un incendio hubiese arrasado con todo.
Atravesó el bosque a gran velocidad y llegó a un pueblo. Las casas, pequeñas y achaparradas, estaban cubiertas de nieve, así como de hielo. Celeste vio incluso carámbanos de hielo colgando de los tejados. Los malditos granizados habían invadido Volkaris, su mundo, para mermar sus fuerzas y destruirlos a todos.
Y lo peor era que, en ese recuerdo, Kiora se había quedado sola, sin compañeros.
Los habían matado a todos.
Estaba siguiendo el rastro de sus asesinos, con la esperanza de matar a uno o dos antes de morir. Aquella región de Volkaris había quedado paracticamente destruida y los granizados avanzaban en dirección norte, donde se encontraba el mayor asentamiento de su especie. Todavía no entendía como aquellos granizados habían llegado tan lejos, pero eran fuertes y kamikazes, dispuestos a atacar a quién fuera que se interpusiese en su camino.
Quería encender su fuego interior, pero no podía. Aquello consumía demasiada energía y no podía desgastarse tan rápido. Celeste ya entendía porque estaba reviviendo aquel recuerdo. Somnia había mezclado sus miedos; el suyo era quedarae sola, y el de Kiora era el momento en que había perdido la esperanza. Creía que su mundo sería destruido y eso la aterraba.
Celeste lo entendía y lo sentía, ella era Kiora, "¿o no? ¿Tú que opinas?", se preguntó Celeste. Y, de pronto, una voz en su cabeza le contestó: "No me importaría que adoptaras mi nombre. Ahora somos uno".
Kiora y Celeste avanzaron con mayor rapidez, listas para lo que se cernía sobre ellas. Tendrían que sacrificarse por una familia a la que los granizados intentaban matar, ambas lo sabían. Aquella era su Prueba, así lo había decidido Somnia, la Maestra de Sueños.
Entonces, Kiora vio a la familia de calderianos huyendo hacia ella. Eran criaturas imponentes, de piel oscura y carbonizada, con fisuras que dejan escapar destellos de luz incandescente, como si estuvieran constantemente al borde de la combustión.
Habían salido de una casa congelada, y corrían desesperados por sus vida. La madre y su cría corrían hacia ella mientras el padre peleaba con cuatro granizados que acababan de aparecer de la nada. Los estaban esperando, como depredadores que acechan a su presa.
El padre no tuvo nada que hacer, los granizados lo mataron encerrándolo en un ataúd de hielo. Entonces, saltaron sobre los tejados para perseguir a sus presas. Sin embargo, Celeste se adelantó, con llamas emergiendo se sus manos, creó un muro de fuego que impidió avanzar a sus atacantes.
Kiora giró la cabeza momentaneamente y dijo:
—¡Marchaos! ¡Ya!
El padre tomó a su cría en brazos y la familia se alejó de allí, desapareciendo tras un bosque de árboles oscuros.
—Primera parte completada —dijo Kiora en voz baja.
Deshizo el muro de fuego, y lanzó varios proyectiles con sus palmas hacia los granizados, para alejarlos de allí. Después, alzó las manos y de ellas salieron decenas, incluso cientos de bolas ígneas de pequeño tamaño. Cubrieron el cielo a su alrededor, como estrellas ardientes y brillantes. La temperatura ascendió rápidamente y los granizados empezaron a sudar; parecían incómodos y adoptaron posiciones defensivas.
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Crónicas del Apocalipsis: La Caída de la Humanidad #2
Ciencia FicciónEl despertar de las almas alienígenas ha marcado el inicio del fin para la humanidad. Arda, una ciudad implacable, busca exterminar cualquier rastro humano, enviando escuadrones para cazar a quienes aún resisten. Pero Lavender, el último refugio de...