2] La ceremonia de nombramiento

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Celeste observaba a Indra en silencio. Frente a un espejo de cuerpo entero, la joven parecía ajena al mundo, centrada en los detalles de su vestido.

—¡Te queda genial! —irrumpió de pronto una voz aguda. Sandra se acercó rápidamente, escaneando a su amiga de arriba abajo con una sonrisa cómplice—. Vas a dejar a todos boquiabiertos en la ceremonia.

—Me molesta decirlo, pero te queda perfecto —añadió de pronto una voz más grave y fría, resonando desde la puerta de la habitación. Emilia acababa de entrar como un huracán.

Indra sonrió con suavidad, dejando que sus ojos recorrieran una vez más el delicado tejido rojo que abrazaba su figura. La luz hacía brillar su larga melena rubia, resaltando aún más su porte y su piel pálida como la porcelana.

—Gracias, chicas. —Giró ligeramente, buscando otra mirada en la sala—. ¿Y tú, Celeste? ¿Qué opinas? ¿Te gusta?

Celeste, aún ensimismada, parpadeó antes de esbozar una ligera sonrisa. Algo en la escena le resultaba familiar, pero también distante, como si el tiempo las hubiera cambiado a todas de formas imperceptibles.

—Estás increíble —aseguró Celeste.

Indra sonrió y se dio la vuelta para mirarse de nuevo en el espejo. Estaba radiante; parecía una princesa sacada de un cuento infantil. Celeste la miró y sintió un fuego que ardía en su interior. La envidiaba, porque ella había superado la Prueba.

En Lavander funcionaba así; si querías formar parte del ejétcito necesitabas cierto grado de conexión con tu alma alienígena. Era eso o a través del Templo, una forma más... espiritual de hacerlo.

Celeste no tenía una opinión formada sobre la religión, (igual que en la mayoría de aspectos fundamentales) así que tenía que pasar por la Prueba, algo que, aunque le resultaba molesto, sabía que era importante. Necesitaba mejorar y aprender a controlar a Kiora, porque no serviría de nada si empezaba una guerra. Algo que cada vez era más un hecho inminente.

—¡Celeste! —exclamó Indra de pronto, devolviéndola a la realidad—. ¿Estás bien?

—Sí, no te preocupes —la tranquilizó Celeste—. Estaba pensando en mis cosas. —Miró a Emilia, que la observaba con el ceño fruncido—. ¿Y a ti que te pasa?

—Cuida tus palabras, mocosa —le espetó Emilia con desprecio—. No me obligues a montar una escena.

Sus ojos palidecieron hasta adoptar un color blanco brillante. Expulsó una bocanada de aire, y con ella, el vaho característico de un lugar a baja temperatura.

—¿De dónde vienes? —le preguntó Sandra para evitar que su amiga montara un numerito.

—De hablar con esa imbécil de Empírica —dijo Emilia con enfado. Sus ojos se apagaron y fue al armario para cambiarse de ropa antes de la cena—. Se cree muy lista porque puede manipular mis emociones.

—¡Es nuestra profesora de Control de Emociones! —exclamó Sandra con reproche—. Deberías mostrarle respeto.

—Y lo hago —dijo Emilia mientras se cambiaba—. No le he hecho nada.

—Como si tuvieses alguna oportunidad contra ella —dijo Celeste en voz baja.

Cuando Emilia estuvo lista, salieron de la habitación. Vivían en el edificio más grande de Lavender, conocido como Terra Nova, que contaba con diversas áreas compartidas entre los vecinos: una sala común con bar, varias cafeterías, amplias zonas verdes con parques y jardines, e incluso un cine donde proyectaban películas antiguas, de la época previa al impacto.

Electrón, el alcalde de Lavender, los había invitado a pasar un año allí con todos los gastos pagados, con la intención de que se integraran y practicaran el control de sus poderes junto a otros de su edad. Ya llevaban más de seis meses entrenando y mejorando.

Crónicas del Apocalipsis: La Caída de la Humanidad #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora