La tercera visita

20 7 8
                                    

Esta semana he tenido que ir a recoger a mi hijo al colegio en varias ocasiones porque mi esposa Lina, sale tarde de su trabajo y, según ella, debo tener consideración y debo colaborar; como sea, no tengo problema con ese tema.

El sol entra con sus fuertes rayos por la ventana y amenazan con derretirme la cara. Esa es la señal de que Lina se ha despertado y se ha ido, no me molesta que no se haya despedido, sabe que odio que me despierten y, también, que el sueño es sagrado. Su trabajo como maestra la obliga a despertarse más temprano que yo, igualmente, aprovecha para despertar a Tomás y dejarlo en el colegio.

No podría decir que somos una familia perfecta, tenemos inconvenientes como cualquier otra; si tengo que reconocer la razón por la que peleamos, la verdad es que son muchas las razones: por una parte, el desorden; ella es lo más ordenado del mundo, mientras que, a mí, me cuesta arreglar los desastres que dejo en casa; por otro lado, ambos tenemos un temperamento muy fuerte, lo que ocasiona que, cuando peleamos, entramos a un campo de batalla. No podemos dejar de lado que soy olvidadizo y afanado: una pésima combinación, y eso a ella le irrita.

A pesar de todo, Lina y yo logramos congeniar y es como si estuviésemos hechos el uno para el otro, y siento que no podría querer a otra mujer en mi vida.

Mientras que su labor es ser maestra, yo trabajo como contable en una empresa nueva en el sector; fue una suerte haber sido contratado por ellos, y, es un buen trabajo, al menos, por ahora.

Vivimos en una casa de dos plantas sobre la calle Maple. Es un barrio tranquilo y hemos estado en el mismo lugar por varios años; desde hace diez, para ser más exactos. La misma edad que tiene nuestro único hijo.

Desayuno solo y me voy a trabajar.

El día pasa en un santiamén. Bien dicen que, mantenerse ocupado, hace que el tiempo fluya más rápido. Al menos, eso es lo que creo y lo que he comprobado de propia mano.

Paso por el colegio para recoger al pequeño Tomás, el cual, se encuentra a una hora desde mi sitio de trabajo. Espero a que, el tráfico, no sea un impedimento para llegar a tiempo. Odiaría llegar tarde y estoy seguro de que él también me odiaría; aunque el odio es un sentimiento demasiado fuerte para sentirlo, lo máximo que podría pasar es que él se enojará. Pero no es así, llego justo a tiempo, pero no lo veo por ningún lado.

Espero unos minutos, seguramente está con algunos amigos, jugando mientras llego yo; sin embargo, los minutos pasan y no lo veo por ninguna parte. Salen un montón de niños y niñas, pero ninguno de ellos es mi hijo.

—Disculpe —digo a una mujer que camina en dirección contraria a la mía—, ¿conoce a Tomás Marín? Es mi hijo.

—No —responde con una sonrisa—, lo siento mucho. Tal vez pueda preguntarle a la profesora Rojas. —Y señala con su mano a una mujer que debe surcar los cuarenta; está hablando con un señor y asumo que será otro padre de familia.

Me dirijo hasta donde se encuentra la mujer.

—Buenas tardes, ¿usted es la profesora Rojas? —pregunto.

Mis palabras hacen que la mujer gire un poco su cuerpo y centre su atención en mí. El hombre con el que estaba hablando se marcha, no sin antes despedirse de la profesora, y quedamos los dos solos en medio del gran pasillo.

—Sí, soy yo —contesta—. ¿En qué le puedo ayudar?

—Busco a mi hijo, Tomás Marín, ¿lo conoce?

—No —contesta, negando con su cabeza—. Si busca a algún maestro de la clase de quinto, ya se fueron todos, le sugiero hablar con el director, ¿ya revisó el patio trasero?, está en camino a la oficina del director, por si no ha ido allá.

—Revisaré el patio, gracias —respondo con una sonrisa.

Probablemente, al ser un colegio tan grande no todos se conocen; y, aunque no distingo a los maestros de mi hijo, esperaba a que alguna de las personas que me he cruzado fuese su profesor, o, que al menos lo conociese de voces.

Cruzo el pasillo y llego hasta el patio trasero. Hay varios niños jugando con una pelota de futbol, incluso hay niñas con ellos, y no les importa que estén en falda, se están divirtiendo; no obstante, ninguno de los presentes es mi hijo.

Una sensación de nostalgia se apodera de mi ser, como quisiera ver a mi hijo y abrazarlo, decirle que lamento haber llegado tarde; un nudo en la garganta se me forma al imaginar que debe estar en algún rincón llorando porque su padre no ha cumplido con su palabra, paso saliva y continúo mi caminata.

En la distancia se puede leer: «oficina del director». Me dirijo hasta el lugar y hay un hombre regordete con poco pelo en su cabeza, lleva lentes y una cuidada barba. Me saluda. Sobre su escritorio está su nombre con la consigna de director.

—Buenas tardes —lo saludo—, vengo a buscar a mi hijo Tomás Marín, no lo encuentro.

—Ah, señor Marín —responde. En sus ojos hay un brillo particular—. Es la tercera visita suya en la semana. —Se quita las gafas y suspira—. Le sugiero que visite a un psicólogo, su hijo murió con su esposa en un accidente de tránsito hace unos días.

El hombre revuelve algo en el cajón del escritorio y extiende un periódico con la noticia del accidente; confirmando sus palabras.

No puedo musitar palabras. Siempre olvido lo difícil que es el duelo y me cuesta aceptar esta realidad. ¿Algún día logrará irse el dolor? ¿Despertaré un día y me daré cuenta de que ya no los veré en casa? Cubro mis ojos con ambas manos y comienzo a llorar.

Superar la partida de alguien es algo muy difícil y, en algunas personas, muchísimo más; espero haya retratado bien ese momento

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Superar la partida de alguien es algo muy difícil y, en algunas personas, muchísimo más; espero haya retratado bien ese momento.

Este corto relato lo hice para un reto de Instagram que consistía en escribir un relato de temática libre en menos de mil palabras y no sé porqué se me ocurrió algo tan sad jajajaja

Como sea , gracias por leer, no olvides votar y comentar.

Ignoto (antología - en proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora