El mundo de las pesadillas (retelling)

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Cuando la familia real dio a luz a una hermosa niña, todos los habitantes del reino vivieron la alegría de los padres —sobre todo porque estuvieron envueltos en una larga temporada de infertilidad—, así, fueron convocados a una fiesta para celebrar la llegada de la pequeña. La recién nacida, fue llamada Aurora.

A la fiesta también acudieron todas las hadas y criaturas mágicas del bosque, excepto a una bruja malvada, cuyo hogar era en la profundidad de las montañas del sur del reino.

Cada una de las hadas le proporcionó un don a la pequeña: que conservara su belleza hasta la vejez, habilidad para cantar, gran destreza para bailar, una gran capacidad de oratoria, entre otros. Lo que nadie sabía era que, también, llegaría al castillo esa malvada bruja, sin importarle la gran seguridad que tenían en las inmediaciones.

—Su egoísmo se verá reflejado en la recién nacida —profirió la bruja—, cuando cumpla dieciséis años, estará condenada por una espina de una rosa, dormirá por toda la eternidad y vivirá en el mundo de las pesadillas hasta que logre encontrar un antídoto.

Y, tras su discurso, desapareció sin dejar rastro alguno. Tanto la familia real como las hadas, se preocuparon y buscaron una forma de remediar ese caos.

Era una magia poderosa y antigua que no podía deshacerse fácilmente; lo único que pudo hacer una de las hadas, fue que el hechizo durara cien años, pero se vio obligada a expandirlo a todos los habitantes del reino, incluso a sus consortes; además, que la princesa estuviese condenada a habitar el mundo de las pesadillas, no se pudo anular.

Así, el rey ordenó destruir todos los rosales de cada rincón. Si no había ese tipo de flores, probablemente la princesa y el reino completo no caería en ese hechizo de sueño.

Dieciséis años pasaron y la orden del rey también llegó al olvido.

Una tarde, Aurora salió a pasear por el bosque y encontró la cabaña de una dulce anciana que arreglaba las flores de su jardín.

—¡Qué hermosas plantas tiene, señora! —aduló Aurora.

—Gracias, pequeña —respondió la mujer y cortó un par de rosas de un arbusto—. Toma estas flores por tu bello gesto.

Aurora recibió las flores envueltas en un papel y regresó al castillo. Allí pidió a una de las sirvientas un florero con agua para poner el regalo de la anciana y, mientras acomodaba las rosas, una espina pinchó uno de sus dedos y cayó dormida, cumpliéndose así el hechizo.

Todos los habitantes del reino cayeron dormidos, incluso los reyes, y el castillo quedó rodeado de un espeso matorral de rosas que dejaba a todo el mundo encerrado entre la vegetación.

Aurora se vio rodeada de oscuridad, el panorama se tornó de un aire turbio; había ingresado al mundo de las pesadillas. Paseaba entre lugares lúgubres, llantos, sufrimiento. Era un ambiente tan pesado, que ella misma se veía contagiada por todo ello y no podía evitar almacenar en su alma todo el dolor que se iba acumulando.

Con el tiempo, pudo darse cuenta que visitaba las pesadillas no solo de las habitantes del reino, sino que podía visitar a otras personas que jamás había visto.

En un momento en el que decidió reflexionar sobre las pesadillas que visitaba y las personas que conocía, pudo darse cuenta de que podía interactuar con quienes tenían esos oscuros sueños.

—Tranquilízate, estás en una pesadilla —indicó Aurora a un joven que reposaba en una esquina de una habitación.

Al voltear a mirar que era lo que horrorizaba a aquel joven, se dio cuenta que había una araña gigante acercándose a ellos.

Ignoto (antología - en proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora