Prólogo

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—No te despidas, estoy seguro de que el tiro que matará a alguien será para mí —yo ya había empezado a llorar, no podía seguir haciéndome el valiente; todo el tiempo lo hice por él, para que no tuviera miedo—. Te amo, te amé y te amaré por siempre; si algo nos pasa a alguno de los dos, quiero que sepas que…

Ahí escuché un disparo; el tiro, al final, fue para él y no para mí, tomó el alcohol y comenzó a caminar lentamente, luego dobló en la siguiente esquina y corrió as fast as he could. ¿Dónde quedó el hombre que dijo que iba a entregarse y a tomar responsabilidad por todo si el terminaba matando a Louis; la persona que yo más quería en este maldito mundo? Tal vez nunca existió dicho hombre. Grité, grité y lloré, le pedí a Louis Gerald que no se fuera, que se quedara conmigo y que por favor abriera los ojos; pero no despertó porque Louis Gerald estaba muerto, le pedí ayuda al tipo, se lo pedí por favor y el muy cabrón ni siquiera se detuvo a intentar ayudarme o a preguntarme si todo estaba bien. No me ofreció su ayuda ni se sintió culpable de haberle disparado a Louis Gerald (lo cual no estaba bien). El vecindario entero salió a preguntar por qué había tanto ruido y tantos gritos (y también escucharon el disparo, no solo salieron por mis gritos de ayuda), algunas personas casi se desmayan al ver el cuerpo inerte y sin vida de Louis. Intentaron, de verdad que sí lo hicieron, apartarme de él. Sin embargo, fueron los paramédicos quienes me obligaron a separarme de su cuerpo, no quise despedirme de él en ningún momento.

Pero esto apenas comienza.

Después del Amanecer Donde viven las historias. Descúbrelo ahora