Cuando la mente es un lío

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De los dos Lisandro era quien peor llenaba los nervios. Lo estaba pasando terrible dando vueltas en su habitación, sin ningún tipo de mensaje, sin señal alguna. Debió acompañarlo, si es que hacían todo juntos, ¿cómo es que lo dejó en un momento así de importante? Lo peor era cuando le comenzaba a doler la tripa. Es que le conocía, seguro haría alguna tontería que le costaría todo por lo que se jugaba, era el peor de los cabezotas que jamás había conocido. Era el más impulsivo de los dos y lo había dejado ir a una misión así de gorda solo, si es que ahora pensaba que el tonto era él.

No podía centrarse con nada. Había intentado despejarse la cabeza leyendo pero no podía. Terminó por caer rendido sobre su cama, darle tantas vueltas a la cabeza le había drenado la energía. Afortunadamente su habitación tenía una corriente de aire constante cuando tenía abiertas la ventana y la puerta que daba al pequeño balcón desde donde se veía el bar de abajo y pudo relajarse un poco, tanto que comenzó a quedarse dormido lo suficiente como para no escuchar cuando la puerta de la casa se abrió, pero pegó un brinco cuando su hermano entró de lleno en su habitación con un gran anuncio.

—Tío, tío. Se lo he pedido —anunció Leandro con los nervios a flor de piel, con esa sonrisa que los caracterizaba.

—Ay madre... —respondió animado Lisandro poniéndose de pie, ignorando el sueño en su ojos —. Claro que te dijo que sí —seguro de que su hermano lo había conseguido. Como él, su hermano era transparente con sus emociones, con las pocas que conocía.

Lisandro lo había ayudado durante un mes cada tarde después de clase, luego de que le tocara hacer equipo con Azucena en la clase de lengua. Vio a Leandro terminar fascinado por la risa de la chica y la forma en que se habían entendido hablando de fútbol. Habían practicado cientos de veces hasta que le salió natural invitarla a salir. Leandro siempre era el más divertido de los dos, a pesar de ese corte de pelo que le daba cierta severidad a su rostro y que hacia resaltar aún más su mirada llena de luz a todas horas.

—Sí —dijo pegando un salto al mismo tiempo que su hermano lo abrazaba y daba saltitos de alegría —, así que me tienes que prestar sí o sí tu americana... —entrando de lleno en la habitación de Lisandro parar abrir su armario y buscarla.

—Sí, claro y también puedes usar... —acercándose al armario par buscar...

—¡Esta! —dijeron al mismo tiempo cogiendo una misma camisa vaquera.

A pesar de que ya no eran unos chiquillos seguían conservando esa mirada cómplice cuándo pensaban lo mismo. Eran aquel susurro que mantenía la casa animada, su madre los había escuchado toda la vida desde la cocina o el salón; jugando o riendo como ahora, cuando se asomó a ver en la habitación de Lisandro, la más grande, después de la de sus padres, la que había ganado a Aurelio en una apuesta hace tan solo un año y medio. Su madre los vio mirándose al espejo, con Lisandro detrás de su hermano, mostrándole un montón de opciones que podía usar para tal evento.

—Chicos, ayudadme, papá y Lio están por llegar —pidió interrumpiendo esa complicidad que había visto toda la vida.

—Ahora vamos, mamá —respondieron al mismo tiempo entre risas.

A pesar de ser gemelos tenían un sola diferencia aparente: Lisandro tenía el pelo largo. Se lo había dejado de cortar desde los catorce años que su rostro se perdía en el flequillo que caía sobre su rostro, pero el largo no pasaba jamás más allá de las orejas, más desastroso y largo que los de One Direction durante sus primeros años. Incluso antes no hubo equivocación con ellos pues Lisandro era el que siempre estaba a la izquierda de Leandro y este siempre estaba a la derecha de Lisandro.

Leandro aprovechó y revolvió el pelo de su hermano. Ese pelo castaño cobrizo largo le parecía de lo más vago, sabía que Lisandro tenía potencial para ser un guaperas, después de todo era su gemelo, y eran espejo, y sabía cómo es que se vería si se cortara el pelo y se adecentara un poco pero siempre se negaba, Lisandro optaba a la primera provocación ropa con cierta holgura o un par de tallas más grandes. Lo peor era que Leandro sabía cómo le veían las chicas y algún que otro chico; era el típico nerd que enamorada a todos, siempre con un libro en las manos y esa desidia por su aspecto que era terriblemente atractivo a su modo.

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