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Durante las dos siguientes semanas de pronto todo cambió. No tan drástico ni tan definitivo pero si que el mundo escolar había cambiado un poco: Lisandro había conseguido que Borja se sentara a su vera y Tirso y Xavi igual. Lo único inamovible era Leandro que seguía a la derecha de su gemelo.

Borja se había quitado el miedo a ser él mismo con Lisandro; tenían todo el tiempo sus manos juntas sobre la mesa, frotando la mano de Lisandro con su pulgar; de vez en vez le miraba y le sonreía y le veía sonreír y los tres que estaban a su alrededor giraban los ojos por lo empalagoso que eso se veía. Aquello era solo la superficie; con el pasar de los días encontraron el tiempo para compartir sus gustos en música, experiencias y recuerdos que tenían con ellas. El uno complementaba el interés del otro; Lisandro le hablaba de como había aprendido a tocar la guitarra y Borja le contaba de las veces que había conocido a varios actores de teatro durante ensayos que tuvo durante el año pasado.

Había todavía una cosa que no habían tenido oportunidad de hacer: entrar en la vida delo otro fuera de clases. Ambos habían mencionado sus extraclases pero uno habían tenido oportunidad de verlas. El primero fue Borja, que luego de recibir un mensaje de que su profesor de violín estaba enfermo no perdió oportunidad de ir a buscar el lugar en el que Lisandro aprendía de actuación. Llegó por metro y salió por el mercado de la cebada, un par de calles después encontró la entrada para actores.

—Hola. ¿Te puedo ayudar? —preguntó una chica que leía una revista mientras veía que nada pasaba.

—Sí, vengo a ver a Lisandro.

—¿Lisandro? —preguntó llena de curiosidad —. Claro, sígueme.

—Gracias.

—Eres el primero que viene a verle en los ensayos. Bueno, fuera de sus hermanos y de Tirso, ¿lo conoces?

—Sí, nos estamos conociendo —respondió aceptando la cortesía de la chica de dejarlo entrar primero.

Miró el lugar. Sabía de primera mano como se veían los teatros cuando las luces no estaban encendidas, le parecía más interesante la falta de glamour de las luces amarillas a toda la parafernalia. Caminó sin prisa a una butaca en la quinta fila, se fue moviendo sigilosamente para no llamar la atención de Lisandro quien parecía estar recitando algo frente al resto de sus compañeros, de los cuales solo dos más era de su edad.

—Borja... —dijo Lisandro tan pronto escuchó los rechinados de una butaca.

Todos se detuvieron al escucharlo perder la concentración.

—Perdona, no quise interrumpir... —mirando como todos le miraban.

—No... —girándose a ver a todos —, claro que no... —volviendo a respirar.

—Un descanso —dijo la profesora —, anda, ve —le dijo a Lisandro que estaba avergonzado por detener todo — que se nota que te hace ilusión verlo aquí. Chicos...

Lisandro ignoró los esfuerzos de la profesora para que nadie les viera pero para él el mundo ya había desaparecido, él estaba ahí y no se lo podía creer.

—Viniste...

—Me invitaste, ¿no es así? —cogiendo sus manos para acercarlo a él y darle un pequeño beso en la mejilla.

—Sí, sí, es solo que... —mordiendo sus labios —, no importa. Gracias, significa mucho para mi que estés aquí.

—Viajaría hasta Marte solo para ver esa sonrisa —besando sus manos —, me quedaré aquí, te veré siendo el mejor y... después te llevaré a por un chocolate francés, conozco un sitio que lo hace casi igual de bueno como el que hacen en Angelina. ¿Qué te parece?

TestarudosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora