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Mikel había caminado sin rumbo aparente después de clases hasta llegar a los Jerónimos, caminar lo ayudaba a despejar sus pensamientos, después de la barbacoa con el equipo de fútbol su cabeza no había dejado de ser su peor enemigo y con razón; no podía sacarse de la cabeza aquel momento en el que su hermano incordió a Lisandro delante de sus hermanos. No sabía qué iba a hacer, estaba loco perdido porque pasara algo con Lisandro, quería decirle un montón de cosas pero no sabía por dónde empezar. Aunque la culpa la tenía él; Aurelio le había estado dejando mensajes para quedar pero Mikel simplemente aún no se sentía con la fuerza suficiente como para enfrentarlo.

Llevaba días sin hablar con su hermano, a pesar de vivir juntos, y le evitaba cada vez que podía en el departamento y a pesar de que Aurelio le había dicho que todo estaba bien para él no lo estaba, aquel momento había sido tan revelador que seguía sin saber qué tenía que hacer. La música no lo calmaba, no podía pensar en otra cosa que no fuera el terror que le provocaba pensar que le gustaba el hermano del que se había convertido en tan poco tiempo en un buen amigo. No estaba listo pero quería estarlo y se sentía un idiota por no ser lo suficientemente fuerte como para decirlo en voz alta. En un despiste se quitó los cascos y siguió escuchando música, en vivo. Se giró para todos lados hasta encontrar la fuente de esa música de guitarra.

La imagen estaba completamente fuera de lugar: un chico bien vestido sentado en el respaldo de un banco perdido entre los Jerónimos y el Prado, con un look totalmente diferente a lo que estaba acostumbrado y una sonrisa tranquila. Miró a su alrededor, pocas eran las veces que no creía que le estaba jugando una broma, pero no. Ahí estaba, sin nadie a su lado, tan solo él y una guitarra conectada a un pequeño amplificador.

—¿Hola? —dijo Mikel al tiempo que se acercaba a Lisandro que estaba sentado en un banco tocando acordes que no reconocía pero que eran tan alegres como ágiles para un público considerable.

Lo vio tocando moviendo lentamente su cabeza, ignorando a la gente que lo miraba, estaba perdido en mantener el ritmo que ni ese saludo lo sacó de su estado de ánimo tranquilo, hasta que lo vio frente a él.

—¡Mikel, que sorpresa! Hola —sin dejar de tocar, mirando a las personas, sonriéndoles.

No lo volvió a mirar hasta que terminó la pieza y se oyeron aplausos que ruborizaron un poco a Lisandro quien agradeció con una sonrisa sincera los euros que caían en el estuche de su guitarra antes de que la gente se marchara. Lisandro decidió mirar a Mikel para ver su rostro lleno de sorpresa acercarse a él.

—No pensé —dijo Mikel hundiendo sus manos en los bolsillos mientras algunos de los que le rodeaban se marchaban, al miso tiempo Lisandro había comenzado otra melodía —, que sabías tocar la guitarra.

—Tengo que tener... la cabeza ocupada y... las manos —dando acordes tranquilos y relajantes —y tocar la guitarra y aprenderme acordes y tocarlos... son cosas que me hacen sentir en control.

—¿Tocar te hace sentir en control?

—Sí. Los acordes... los conozco, la forma de tocarlos e... incluso a veces los toco de diferentes formas —sonriéndole, con esa sonrisa que parecían disparos al aire de los que ignoraba lo que provocaba en cada uno a los que se la dedicaba.

—¿Y también por eso actúas? —preguntó sin más. Quería conocerle y su última conversación a solas había sido una invitación a un ensayo de teatro.

—No —dijo levantando de nuevo la mirada para ver que todavía había un buen aflujo de personas a las que también les sonrió un segundo antes de volver a ver su guitarra —, eso lo hago porque soy tímido —respondió bajito, como si aquello le avergonzara.

TestarudosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora