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Lisandro conoció a Tirso cuando él y Leandro se cambiaron de instituto. Resultó que ambos habían terminado ahí casi por la misma razón: ser diferentes. Lisandro había pegado a su profesor cuando estaba por llevarlo a la dirección para llamar a sus padres para que le cortaran el pelo, se sintió tan presionado que no supo de que otra forma reaccionar cuando escuchó todas lo que le pasaría si no lo llevaba corto al siguiente día, y Tirso se había negado a quitarse un lunar en forma de estrella de su mejilla izquierda con un poco de purpurina como le habían ordenado tantas veces antes.

Claro que no era la misma relación que tenía con su gemelo pero si le ayudó un poco al momento de definir su propia personalidad. En casa siempre se había limitado a lo que sus hermanos quisieran hacer que cuando le conoció, descubrió esa pequeña libertad para saber qué era lo que le gustaba. Lisandro tenía algo diferente a sus dos hermanos; no era efusivo ni ruidoso como ellos, pero llamaba fácilmente la atención por su sonrisa sin esfuerzo que ponía siempre, la charla que generaba y la risa ligera que tenía, una buena guarnición para Tirso que hacía todo el ruido posible y llamaba la atención en más de una forma, siendo esto un factor que sacaba lo mejor de Lisandro.

A su amigo moreno, alto, con un cuerpo rollizo, que parecía desaparecer conforme avanzaba su adolescencia, un poco más alto que Lisandro, que ya era decir, lo encontró en su lugar preferido: la tienda de cosméticos de su madre. Siempre con un maquillaje más cargado de lo que realmente se vendía, pero le agradaba, sabía que aquel local era su refugio. Aquella tarde pasó algo inusual: cuando estaba llegando al local, Lisandro distraído, como de costumbre por algo que había visto en la calle, chocó con un chico vestido de negro que salió corriendo de la tienda asustado, con cosas en sus manos, sin disculparse por aquel golpe. Leandro no tuvo tiempo para entender nada que entró apresurado para ver si Tirso estaba bien y en efecto lo estaba, tanto que se extrañó aún más.

—¿Qué le pasa a ese chico? —sacándose la bandolera que llevaba.

—Pobre —dijo cogiéndolo por los hombros para acercarse a saludarlo de dos besos, sin dejar de ver a la calle cogiendo sus manos —, el chico que parece que ha venido a comprar algo ilegal.

A simple vista eran de esos amigos que su estética no encajaba; mientras Tirso siempre iba lo más a la moda posible, Lisandro siempre llevaba ropa holgada que a veces resaltaba y otras más ocultaba su delgadez y otras veces resaltaba esa parte de ser alguien totalmente desentendido con su apariencia.

—Madre mía, seguro que lo asustaste —soltándose para mirarse al espejo y arreglar su pelo. Muchas veces había sido pillado por Leandro entretenido mirando su reflejo, viendo los mil y un peinados que podía hacer con su largo flequillo.

—Pero... sí, un poco —confesó Tirso riendo, viéndose también para revisar su maquillaje —, el pobre llegó casi temblando, preguntando por una crema para el rostro y un corrector. Creo que quiere empezar con el drag.

—Todos quieren son coquetos hoy en día —respondió Lisandro riendo, cogiendo el perfume de muestra que tanto le gustaba y que había comprado anteriormente y lo refrescó en su piel —, no hay que llevarlo al extremo. Sabes que a Le no le gusta tener ojeras... —sacando su cacao, que también había comprado también ahí, para hidratar los labios porque siempre que los tenía resecos y cada vez que estaba nervioso se los mordía y que siempre terminaba viéndose mal con los labios rotos.

—Lo sé —respondió cogiendo un carmín de muestra para retocar, con un pincel delgado, el que llevaba —, y sabes que le tengo una envidia a esa piel. Pero te prometo que Lio en la vida pensaría en usar corrector para las ojeras —dejando todo y viéndose una ultima vez al espejo y encontrarse con la mirada de su amigo.

—Pues es verdad —acomodando de nuevo su pelo. Lo adoraba, podía tener un montón formas para peinarlo que jamás se aburría al verse—, pero venga que si no llegamos a tiempo no cogemos entradas.

—Cierto —mirando su reloj —. Deja cojo mis cosas, aviso a mi madre y vamos —entrando en la parte trasera de la tienda.

TestarudosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora