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El ambiente era ideal para pasar horas ahí: había música de fondo ligera, la que había tardado horas en encontrar en línea, las luces amarillas resaltaban los mejores productos, el aroma era sutil, delicado de cierto modo para no agobiar a la clientela. Todo era perfecto, hasta que la campanilla de la puerta sonó.

—Buenas tardes, en un momento... —se detuvo al verlo.

Estaba con una clienta a quien le estaba recomendando el tono de carmín adecuado para ella cuando lo vio ahí parado, como la primera vez, pero esta vez se notaba un poco más confiado, con la misma vergüenza e incomodad de estar frente a él y de una clienta, ambos frente al espejo.

—Ah, eres tú. Ahora voy contigo, puedes mirar mientras termino aquí.

Mikel asintió y entró de lleno al local, apresurándose a poner sus manos sobre muestras que no entendía que eran pero le servía para tranquilizarse un poco los nervios que tenía en sus manos. Tirso de vez en vez le miraba, era curioso ver a personas con la guardia baja. No tenía el mismo porte que cuando le conoció, pero sabía que no debía bajar él la guardia. También Mikel lo miró, ahora parecía más normal que la última vez; era un dependiente en una tienda de cosméticos con un uniforme, que a pesar de verse increíble, lo hacía ver alguien más mundano.

Aquel local era un mundo a parte en pleno barrio de Trafalgar. Según Carolina era un boutique con inspiración parisina, llena de detalles que te invitaban a entrar y curiosear para encontrar algo que mejorara tu vida y claro que todo eso llamó la atención de Mikel, que había pensando en mejorar su vida con algo tan sencillo como las ojeras como había visto en algún programa de moda que era lo mejor para verse más descansados, porque según había dicho no había nada más atractivo que un hombre descansado, después de todo lo galante y guay ya lo tenía.

Mikel trató de no escuchar atento la forma en que hablaba, no tenía la voz chillona de otros homosexuales que había conocido, ni tenía la pluma que había visto a otros chicos que se maquillaban; en su tono de voz tenía una alegría desbordada, casi positiva. Reaccionó cuando escuchó agradecer su compra con una muestra de una nueva crema para las manos que había recién llegado. Volvió a mirar al frente cuando la campanilla del local sonó, intentando de que la mujer no lo viera.

Tirso lo miró desde detrás del mostrador. Llevaba más de tres años sin tener en su vida o su alrededor a un niño promedio; de esos que les gusta el fútbol, las chicas, los coches y la cerveza; de esos que cualquier cosa que se salga de esos cánones era motivo de burla y desprecio, que ver ahí parado a Mikel lo hizo ponerse un poco en alerta. Respiró profundo y deseó por un segundo ser un poco más valiente, pero recordó que la desidia era su mejor arma.

—Si estás aquí para amenazarme que no le diga nada a mis amigos puedes estar tranquilo, no les voy a contar nada —dijo Tirso acomodando todo lo que había sacado para atender a la mujer que se había llevado más de trescientos euros en productos.

—¿Qué? ¡No...! ¿Por qué...? —preguntó Mikel confundido.

De pronto notó que no se trataba de ese tipo de chicos, lo que era peor.

—Porque no me corresponde sacarte del armario —sentenció con una mirada rápida, era eso. Aquel tema era el problema.

—No soy...

—No me tienes que convencer a mi, cariño —dijo más nervioso, deseó que hubiese sido un heterosexual agresivo que uno dudoso —. Eso es entre tú y... lo que te pase —dedicándole una sonrisa genérica mientras limpiaba lo que había usado. Nunca había conocido a un chico que dudara de su sexualidad. Cuando conoció a Lisandro ambos estaban en el mismo punto de sentirse libres de ser ellos mismos.

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