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Miró el polo que recién comprado el fin de semana pasado, era la última pieza para completar un total look de una marca francesa que Leandro amaba y que por extensión le parecía aceptable. Pero Lisandro odiaba los polos, odiaba las playeras de manga corta porque dejaban descubierto esos brazos delgaduchos que se habían convertido en un aspecto que lo acomplejaba, que hacia que siempre llevara una chaqueta o una camisa encima y no se la quitara ni a cuarenta grados.

Lo peor era que su espejo inmediato llevaba un año sin parecerse a él y que al verse rechazaba su propio reflejo; cada vez que algún mayor les veía juntos le preguntaba a Lisandro si comía o le decía que debía dejar los absurdos estándares que lo obligaban a verse delgado, que el régimen en alguien tan joven podía causar daños a futuro, siempre comparándolo con Leandro que era más corpulento, el deportista, el que pasaba una hora al día en el gimnasio y dos horas cuatro veces por semana en el campo de fútbol. El año pasado había ido con él todos los días y conforme avanzó el tiempo vio los cambios que su hermano tenía y los que no le llegaban a él. Terminó por dejarlo al quedar machacado y con agujetas en lugar de músculos.

Miró la etiqueta de la talla: M. Casi toda su ropa tenía esa talla, comprar una talla S significaría perder aquella batalla, muchas veces sin sentido, que llevaba con la ropa, porque, era más alto que muchos en su aula, ¿por qué sería S? Además, compartía su ropa con Leandro no quería que él también le dijera que era un delgaducho. Dejó de lado el polo y buscó un look que ya dominaba y con el que se sentía cómodo: vaqueros, nunca pitillos, deportivas blancas y un jersey rojo que llegaba por debajo de la entrepierna, ligero que lo hacía sentir seguro de su figura. Se sentía tan bien que decidió usar a secadora para acomodar un poco mejor su peinado, siempre de lado pero con diferentes estilos.

Aquella inseguridad era el único secreto que no había compartido ni con su gemelo y ellos tenían demasiados secretos compartidos, no como el de Azucena, que compartían con Aurelio, pero tenían otros más en forma de travesuras que habían salido bien y otras no tan bien o aspectos mucho más íntimos que habían aprendido sin decírselo a nadie, después de todo, hasta hace un par de años fueron idénticos.

—Joder, tío... —espetó Leandro con fastidio al ver a su hermano salir de su habitación al mismo tiempo que él de la suya.

—Joder... ya me cambio yo, espera... —respondió Lisandro sacándose el jersey que era igual al que llevaba su hermano.

El colmo, como casi todo en su vida, es que ni siquiera lo compraron juntos, Lisandro lo había comprado una tarde estando de compras con Tirso, y Leandro lo había comprado con su madre, en esos días en que tenia que arrastrarlo para comprarle ropa nueva.

—Sabes que el rojo es mi color favorito —le siguió Leandro hasta su habitación para cerciorarse de que usara otra cosa.

—Joder, perdona por querer llevarlo yo un día —sacándoselo.

—Ya, que lo puedes usar pero hoy no.

—Que ya sé, si quieres impresionar a Azucena... —empujándolo para afuera de su habitación —, como si eso fuera necesario —chocando su cabeza contra la puerta sintiendo un poco de frustración, ahora tocaba improvisar de nuevo.

Se giró y miró las opciones que había descartado y volvió a coger el polo blanco y se lo puso, buscando rápidamente una bomber de las tantas que tenía, cogió la primera lisa que encontró, una azul claro estampada con varias onomatopeyas con tipografía de cómic, por lo que el match era perfecto, el fit ni hablar, no quedaba tiempo.

—¡Chicos, venga que hay que pasar a por el desayuno! —gritó Aurelio desde la puerta de la entrada mirando su reloj.

Por más que su madre tuviera tiempo para preparar recetas de una revista no podía atenderles por tener que llegar a tiempo a Alcalá de Henares donde daba clases solo para mantenerse ocupada por las mañanas y volver a casa para pasar el resto del día tranquila. Marco por su parte también tenía que supervisar todo lo que pasaba en su estudio que siempre su día comenzaba apresurado. Era el primer año que dejaban a sus hijos por ellos mismos, con toda la confianza del mundo, o por lo menos la que tenían al ser personas ocupadas y tenían más de una cosa en la cabeza.

TestarudosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora