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Pov. Narrador

–Ahí está mi querida hija–Jennie hizo una mueca, cuando su padre la abrazó tan fuerte que le dolió la caja torácica.

–Yo también me alegro de verte, Papá–le entregó una de sus maletas y lo siguió hasta su camioneta, que estaba aparcada a un kilómetro y medio del aeropuerto de Gimhae.

Las tarifas de aparcamiento eran algo que su padre había conseguido evitar toda su vida, y no iba a ceder ahora.

Busan era cálida y húmeda, y la incomodidad de la caminata le recordó sus primeros días de escuela, cuando solía caminar durante media hora, sólo para llegar a la parada del autobús.

En el aire aún se percibía el aroma de la lluvia de ese mismo día y los mosquitos zumbaban a su alrededor, intentando comérsela viva.

Jennie sabía que no tenía que molestarse con una charla educada.

Su padre no era muy hablador, excepto cuando se trataba de la granja.

—¿Cómo están las gallinas?–preguntó, cuando finalmente se sentaron en el coche.

Bajó la ventanilla, jadeando.

Aunque ya había oscurecido, el calor y la humedad seguían siendo casi insoportables para alguien que no estaba acostumbrado.

–Las gallinas están un poco alborotadas últimamente—murmuró su padre–Empiezo a pensar que puede haber un zorro o un perro salvaje husmeando, intentando entrar en la granja por la noche–giró hacia la autopista 66, pero en lugar de acelerar, siguió arrastrándose por la carretera como si condujera un tractor.

Jennie no hizo ningún comentario sobre su forma de conducir, a pesar de que había cinco coches detrás de ellos.

–Oh, eso no es bueno ¿Has visto algo?

Su padre se encogió de hombros.

–No, pero me ha mantenido despierto y preocupado. Puede que duerma fuera en el granero esta noche; a ver si puedo disparar a la maldita criatura.

–De acuerdo...–ese fue el final de la primera conversación que habían tenido en dos años.

Jennie observó las familiares señales de la carretera que pasaban junto a ellos.

No había cambiado mucho desde la última vez que estuvo aquí, pero tampoco había mucho que cambiar.

Pequeñas carreteras rurales, granjas, moteles, restaurantes familiares y muchas iglesias con jardines, y cementerios bien cuidados.

Jennie siempre se había sentido como si no perteneciera, como si fuera una turista en su propia ciudad.

Pero hoy, era reconfortante ver algo de familiaridad después de permanecer en un hotel de aeropuerto sin alma durante dos noches.

Ella venía aquí una o dos veces al año.

Kai siempre la había acompañado cuando lo hacía, desde que empezaron a salir en la Universidad.

Pero a medida que su empresa crecía y pasaban los años, la ausencia de Wi-Fi en la granja de sus padres les había hecho reacios a quedarse más de dos días.

Esta vez, sin embargo no habría llamadas telefónicas, ni correos electrónicos urgentes o contratos que redactar, ni Kai.

Pasaron por un restaurante al que Kai la había llevado a cenar una vez, de camino al aeropuerto.

A él nunca le gustó la cocina de su madre en Busan y había insistido en comer "comida de verdad" como él la llamaba.

Habían salido antes de lo previsto y cenaron durante dos horas, mientras se ponían al día con sus correos electrónicos durante los dos primeros platos, con los dos ordenadores portátiles entre ellos sobre la mesa.

Un Verano en Francia/Jenlisa G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora