Capítulo V

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Sábado 23 de mayo
9:05 a.m.

—El día de hoy comenzaremos con una hora de arquería y una hora de entrenamiento con cuchillos. Seguiremos con una hora de combates cuerpo a cuerpo en grupos de dos, y terminaremos con enfrentamientos en forma de lobo. Yo elegiré a sus parejas —explicó Bruno mientras abría el candado de la puerta de una de las tantas armerías. Guardó las llaves en su bolsillo y se volvió hacia nosotros, su rostro una máscara de seriedad—. Las reglas para el combate son las mismas: el primero en salirse del ring pierde; no se permite el uso de armas ni ayuda externa; y está súbitamente prohibido el asesinato. Quienquiera que rompa estas reglas será castigado dependiendo de la severidad de la infracción. ¿Entendido?

—¡Sí, señor! —rugieron todos a mi alrededor.

Bruno asintió, conforme con la respuesta. Abrió la puerta de la armería por completo a nosotros y se hizo a un lado.

—Muy bien. Tomen un arco para empezar a entrenar.

Diez minutos después tenía un arco tradicional de caza entre mis manos, sin ventana, y un carcaj de flechas a mi espalda. Por más que había buscado entre las filas y filas de armas, no había encontrado nada de otro estilo diferente, parecía ser el modelo estándar aquí en la manada.

Me lo pondrían complicado, entonces.

Había tirado unas cuantas veces con este tipo de arco por lo que sabía usarlo, pero no tenía tanta facilidad como con un arco compuesto. Todos los tipos de arco se tiraban diferente, y más que aprender el arte de disparar, aprendías a disparar con cierto tipo de arco. Cada uno era un mundo completamente distinto. Me llevaría un par de intentos ajustarme, pero podía hacerlo. Centré mi mirada en el arco para examinarlo y trazar un plan de acción.

—Parece que vas a asesinar a tu arco, Cass.

Alcé la mirada hacia Dayana con el seño fruncido y me encogí de hombros. No estaba tan alejada de la realidad, el pensamiento ciertamente me cruzó por la cabeza un par de veces.

—No estoy acostumbrada a este tipo de arco. En casa suelo usar uno compuesto. Pero me las arreglaré, no te preocupes.

Me dirigí frente a una de las dianas libres y observé las marcas en el suelo. Habían líneas cada diez metros para indicar la distancia hacia el blanco.

Casi todos los demás habían comenzado a practicar hacía unos cuantos minutos, y tiraban en un rango de cuarenta a sesenta metros. Su puntería en general era buena, pero no pude identificar mas que a un par con verdadero talento.

Como el objetivo era impresionarlos, me dirigí a la marca de los setenta metros. Solo llegar y ver la distancia entre mí y la diana supe que estaba loca. Me tomaría lo mío lograrlo, más con este tipo de arco, pero no pensaba comenzar retractándome y acortando la distancia.

Sentí la presencia de Dayana y Bruno cerca, examinando mis movimientos. La primera nerviosa y con sus propias armas colgadas a la espalda; el segundo con curiosidad genuina, expectante. Los traté de olvidar lo mejor que pude, dejándolos en segundo plano y centrándome en la tarea en mano. Ponerme nerviosa no serviría de nada, me recordé, solo entorpecería mi desempeño. Tenía que controlar mis emociones.

Me preparé para disparar sacando la flecha del carcaj y recargándola sobre el arco e inspiré. Tendría menos margen de tiempo para apuntar debido a la diferencia entre arcos, además de que la tensión de la cuerda sería mayor, por lo que tendría que tener cuidado de no lastimarme.

Visualicé en mi mente todas las veces que había usado este tipo de arco y calculé las diferencias que tendría que hacer en mi postura y anclaje. Me incliné un poco más a la derecha para evitar que se me resbalara la flecha y abrí mis pies ochenta grados, separados varios centímetros. Cuando me sentí lo suficientemente preparada, levanté el arco y lo tensé. Exhalé y dejé ir la flecha en un fluido movimiento. Esta siguió su camino prescrito con rapidez y exactitud, y se clavó en el segundo anillo interior, rozando el centro.

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