LA CELDA (Parte III)

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DÍA 3

Johan tenía fiebre, no hacía falta un termómetro para decírselo. Había dormido poco y experimentado horribles pesadillas, pero ahora el solo hecho de apoyar la cabeza en el piso, le producía un dolor indescriptible alrededor del cráneo. Comenzaba a preocuparse, quizás el daño era más grave de lo que pensaba.

Billy dormitaba cerca de la puerta y, de pronto, mientras Johan se debatía entre las arenas movedizas del delirio, los recuerdos empezaron a fluir fragmentados.

Bajaron al asteroide en un transporte de equipo técnico, con cincuenta obreros a bordo. El campamento fue instalado sobre una planicie cercana al cráter en el que las lecturas ubicaban la mayor concentración de barylio 78. Johan instaló la enfermería y todo ocurrió según el procedimiento durante los próximos cuatro días, en los que la Sovereign siguió de cerca al asteroide.

Al inicio del quinto día, unos mineros regresaron al campamento alarmados ante un descubrimiento inesperado. Todo un equipo de investigación fue improvisado, conformado por trabajadores a los que se sumaron un par de tripulantes administrativos y se dirigieron a un sitio del asteroide donde encontraron una gran nave anclada a la roca. Era de unas cuatro veces el tamaño de la sonda del campamento y casi la mitad del demoledor Sovereign. El aparato estaba por completo cubierto de hielo y tenía la matrícula Tango Papa Romeo 762 Charly (TPR762C) grabada a ambos lados de su fuselaje. Se trataba de un crucero de investigación de la Space United Corporation (SUC). Según el registro, la nave se reportó desaparecida hacía ciento setenta y dos años. La inspección reveló que la unidad estaba desierta, no se encontraron restos humanos a bordo y las bitácoras se detenían a mitad del vuelo asignado por la compañía. No pudieron determinar nada acerca del paradero de su tripulación ni los motivos para aterrizar sobre el asteroide. Era como si todos se hubiesen esfumado o abandonado la nave para irse a quién sabe dónde.

De vuelta en la celda, Johan pudo sobreponerse por un momento a su dolor de cabeza.

—La nave... Recuerdo la nave, Billy... —balbuceó de pronto—. ¿Qué tiene que ver con todo esto?

No hubo respuesta. El hombre estaba tumbado de lado con los ojos cerrados e inmóvil. Quizá dormía. O quizá lo ignoraba de forma deliberada como hacía siempre.

La trampilla de la comida se abrió y esta vez Johan se levantó dando tumbos.

—¡Espera! —exclamó antes de que ésta se cerrara—. ¿Qué está sucediendo? Por favor...

—Vete a la mierda, maldito psicópata —espetó una voz rasposa desde el exterior. Luego la trampilla se cerró.

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