LA CELDA (Parte IV)

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DÍA 4

Billy comió esta vez.

Tan pronto como se despertó y vio el recipiente de comida que Johan dejó junto a la puerta, tiró de él y comenzó a ingerir su contenido con desesperación.

—Recuerdo lo de la nave, Billy... Me refiero a la nave perdida que encontramos —dijo Johan dubitativo—. ¿No te da gusto? Quizá pronto recuerde las cosas sin necesitar que tú digas una mierda...

Johan soltó una risotada cuyo efecto fue una instantánea puñalada de dolor en la herida de su cabeza. Billy comía y lo observaba en silencio.

La forma de recordar los hechos era extraña, tenía que esforzarse demasiado para pensar en lo ocurrido y eso lastimaba su magullado cerebro, pero una vez enfocado, los acontecimientos eran rememorados como si se tratara de una película dañada que avanza muy lento y saltaba de un doloroso cuadro al siguiente. Johan no era neurólogo, pero tenía la sospecha de que aquel cuadro no se ajustaba al de ninguna patología con amnesia por traumatismo craneoencefálico. Creyó estar volviéndose loco, sin embargo, continuó su esfuerzo por recordar y fue así que vino a su mente otro evento ocurrido en el campamento sobre el asteroide:

—Debemos acelerar el paso, muchachos, quedan tan sólo dos meses para regresar a...

El capitán dejó la frase inconclusa cuando uno de los mineros irrumpió en la sala del comedor.

Lo primero que extrañó a Johan fue ver que el hombre traía puesto aún el traje espacial naranja del cuerpo de mineros. El protocolo decía claramente que ningún equipo utilizado en contacto directo con el exterior debía pasar de la esclusa de descontaminación.

—¿Qué carajos cree que está haciendo? —rugió el capitán encolerizado al ver plantado ante sí al audaz sujeto que violó sin reparos una delicada norma de seguridad.

Sin decir palabra alguna, el minero se abalanzó sobre el capitán y apretó sus manos como tenazas alrededor de su cuello. La mesa se volcó y ambos hombres cayeron al piso bajo una lluvia de desayunos recién preparados. Los demás trabajadores tardaron un momento en reaccionar debido a la impresión, pero un segundo después todos se encontraban forcejeando con el hombre del traje espacial, quien poseía una fuerza extraordinaria. Hicieron falta cinco personas para someterlo y cuando lo lograron el capitán se incorporó entre toses y con respiración dificultosa, luego tiró un escupitajo sanguinolento a un lado y articuló furioso:

—¡¿Quién es este maldito imbécil?!... ¿Cuál es tu problema, hijo de perra?

Johan recordaba el rostro congestionado del atacante, pero no su nombre, como no podía recordar el verdadero nombre de Billy ni el del capitán. Los demás tripulantes recluyeron al minero violento en un cuarto de intendencia desde donde sus gritos furiosos inundaban el campamento entero.

Nadie sabía la razón del comportamiento agresivo de aquel hombre, pero esa misma tarde, algunos de los obreros que estuvieron supervisando la obra junto al cráter regresaron al campamento armados con herramientas, entraron por las esclusas del ala oeste y comenzaron a romperlo todo y a atacar al resto del personal.

Johan tomó como arma un bisturí del instrumental quirúrgico y se ocultó en uno de los casilleros de la enfermería mientras escuchaba los gritos y destrozos en el resto del complejo. No podía decir cuánto tiempo permaneció escondido, pero se acordaba de haber visto a alguien a través de las rendijas del casillero. Aquel hombre entró en la enfermería, con una barra de metal ensangrentada en la mano, utilizó su arma improvisada para convertir en pedazos los monitores y el resto del equipo médico. Se movía como lo haría un auténtico chimpancé enfurecido, luego su rostro de expresión primitiva se detuvo a centímetros de las rendijas del casillero y Johan pudo verlo bien. Seguía sin recordar su nombre real, pero se trataba de Billy, el mismo tipo que se encontraba encerrado con él en la celda de la Sovereign. Entonces, la puerta del casillero se abrió y todo se oscureció.

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