LA CELDA (Parte VI)

28 11 1
                                    

Día 6

Vino a su memoria una luz en medio de las rocas del asteroide. Recordaba caminar en el exterior, junto a otras cuatro personas. Llevaba puesto uno de los trajes de los mineros, al igual que los demás, por eso no podía saber quiénes eran. No obstante, tenía la vaga certeza de que sus identidades poco importaban. En el exterior, el cuerpo del asteroide vibraba con ligeros tremores que se percibían a través de la planta de los pies, debían ser producidos por leves cambios en los movimientos de la roca al viajar por el espacio, un comportamiento bastante extraño para un cuerpo inerte que sigue una trayectoria fija hacia la nada.

Johan y los otros pasaron de largo junto al cráter de extracción de barylio 78. No había nadie trabajando en el interior, las maquinarias estaban solas, detenidas en medio de las labores que realizaban.

El grupo siguió de largo hasta que, a lo lejos, divisaron el cuerpo enorme de la nave abandonada. Cuando pasaron junto al crucero de la SUC, Johan pudo ver la matricula TPR762C junto a la escotilla de abordaje y los cristales de la cabina cubiertos de hielo que sugerían la presencia de líquido en el ambiente. El grupo siguió su avance y dejó atrás el esqueleto inerte del aparato. Después de una elevación de terreno, atravesaron una larga planicie y continuaron su camino por largo rato hasta detenerse frente a un enorme agujero abierto en el suelo. No se trataba de un cráter, sino de una formación rocosa irregular que bajaba en diagonal hasta internarse en el cuerpo del asteroide. Los hombres comenzaron a bajar por aquel túnel cavernoso cuyo interior estaba cubierto de una sustancia gelatinosa que manaba una especie de vapor. Un viento proveniente de las profundidades de la cueva hacía mover las vellosidades de las paredes como si se tratase de organismos vivos y en realidad, ¿quién podría decir que no lo eran? Conforme avanzaban agujero adentro, Johan podía percibir el aumento de un chirrido apenas audible, parecía cantar, oscilaba entre diversas notas de manera casi inteligente. Al fondo, un resplandor iridiscente brillaba con más intensidad mientras se acercaban. Era como si acudieran a una especie de llamado.

Un largo grito en el exterior trajo a Johan de vuelta a su celda. Billy se estremeció y se puso en pie de un salto, luego retrocedió al darse cuenta de que había invadido el lado de Johan. El grito ascendió hasta convertirse en un auténtico aullido de dolor que por fin desapareció al fundirse con el eco reverberante del pasillo y el sonido monótono del aire acondicionado.

Los presos se miraron uno al otro, luego a la puerta y de nuevo entre ellos.

—¿Qué mierda ha sido eso? —soltó Johan. Luego presa de un repentino ataque de histeria saltó sobre Billy, lo tomó por el cuello de su camisa y comenzó a azotarlo una y otra vez contra la pared de la celda—. ¡Muy bien, maldito hijo de perra, mi paciencia se ha agotado! ¡Vas a decirme lo que está ocurriendo allá afuera, ahora mismo!

Billy se encogió por el terror, pero no dijo nada, así que Johan le propinó un puñetazo en plena cara, tan fuerte que le dolió la mano. Los lentes del sujeto salieron volando y se hicieron pedazos contra el piso. Johan estaba listo para asestar el segundo golpe; de hecho, quizás estaba listo para matar al pobre hombre, pero entonces, Billy alzó una mano y habló de forma atropellada:

—Espera... Te diré todo lo que sé... Pero no vuelvas a golpearme, por favor.

Cuando Johan lo soltó, Billy levantó sus lentes destrozados y los examinó con tristeza. Luego los metió en la bolsa del pecho de su camisa.

—Sólo recuerdo partes —comenzó a decir Billy—: Enviaron un equipo de rescate desde la Sovereign. La escena que encontraron en el campamento era peor que una guerra. Había cuerpos por todas partes y el ala norte de las instalaciones estaba despresurizada. En el exterior encontraron los cadáveres de hombres que murieron al salir por la esclusa sin sus trajes. Los rescatistas reunían a los sobrevivientes cuando una horda de mineros llegó desde los cráteres y comenzó una batalla. Se movían en coordinación perfecta, como los insectos de un enjambre. Todos corrimos hacia el transporte del equipo de rescate, yo apenas conseguí abordarlo... Abandonamos a muchos en el asteroide, tanto rescatadores como sobrevivientes del campamento. Cuando despegamos rumbo a la Sovereign, vimos cómo un grupo de mineros acarreaba a unos pobres hombres hacia el exterior. Creo que los llevaban hasta esa cueva.

—¿Estuviste en la cueva? —preguntó Johan—. ¿Qué hay en el fondo? ¿Qué produce el resplandor?

Billy se sentó en el suelo y se llevó las manos a los ojos llenos de lágrimas de terror. Cuando habló, parecía costarle mucho mantener a raya al pánico:

—No lo sé... No puedo recordarlo... No quiero recordarlo. No me obligues...

Johan se acercó y se puso en cuclillas frente a él. Billy lo miró aterrorizado, quizás a la espera de una nueva paliza.

—¿Cómo terminé en esta celda?

Billy lo observó sin decir nada.

—¡¿Cómo?! —gritó Johan y descargó un puñetazo contra el suelo.

Billy dio un salto y luego comenzó a hablar muy rápido:

—U... uno de los rescatistas te golpeó en la cabeza cuando te colaste en el transporte hacia la demoledora. P... pensamos que estabas muerto. Cuando llegamos a la Sovereign te encerraron aquí, dijeron que te mantendrían en observación para comprender lo que pasaba, pero luego otros integrantes de la Sovereign comenzaron a actuar extraño. Como si se tratara de una epidemia...

Johan se puso en pie, se llevó las manos al rostro y se dirigió al otro extremo del compartimiento. Tenía sentido. El fuerte golpe en su cabeza de alguna manera rompió el extraño influjo que había sobre su mente, pero..., un influjo infundido por quién. Volvió a centrar su atención en Billy.

—¿Cómo es que rompiste tu trance?

—¿Qué?

—¡No finjas! Tú estabas entre los primeros mineros que llegaron vueltos locos desde el exterior.

—Debes estarme confundiendo con alguien... Yo me refugié todo el tiempo en el almacén del campamento.

—Cómo no... ¿Entonces por qué sabes lo de la cueva?

Los ojos de Billy se abrieron por la sorpresa.

—Yo... No lo sé. No puedo recordar.

Las horas pasaron y ninguno de los dos dijo otra palabra, tampoco llegó la comida. Johan estaba hambriento y asustado, su cabeza volvía a doler. La conversación con Billy había aclarado algunos puntos, pero también arrojó nuevas interrogantes sobre la mesa. ¿Podía confiar en el hombre con el que estaba encerrado? Johan recordaba la expresión simiesca que vio en el rostro de Billy a través de las rendijas del casillero. ¿Cuál garantía tenía de que no volvería a enloquecer?

Empezaban a quedarse dormidos cuando escucharon ruidos en el pasillo. Unos pasos presurosos y luego una pesada respiración que parecía estar justo al otro lado de la puerta.

—¿Hola? —dijo Billy.

No hubo respuesta.

—¡Sácanos de aquí! —gritó Johan.

De pronto las luces se apagaron.

                                                                 CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA...

                                                                 CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

(LEE LA PARTE VII, EL MARTES 11 DE OCTUBRE DE 2022 A LA 01:00 PM, HORARIO DE MÉXICO CENTRO)

"La Celda" es la primera historia de "Historias de éste y otros mundos". Libro completo disponible en Amazon Kindle. Link en los enlaces del perfil. 

La CeldaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora