37 | ❝ɪɴᴛᴏ ᴛʜᴇ ᴜɴᴋɴᴏᴡɴ❞

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920 años antes de la nueva era

Lunaria, el santuario escondido de la Luna. Un tesoro perdido que se cuenta solo en leyendas. Se dice que aquel reino lo creó la diosa de la luna para ya no sentirse sola.

También se menciona que dicha reina surge desde los comienzos del todo, donde la magia y los dioses nacen del génesis. Afirman que la misma diosa creo la luna y las estrellas como un símbolo de que la vida es fugaz, hizo de las estrellas el destino de las personas y la luna su templo.

Es algo que nunca se sabrá.

La conocen con muchos nombres, pero solamente hay uno que ella proclama como suyo:

—¡Laryssa! —Llamó la pequeña gelatina rosa con una forma similar a una flor.
—¡Diosa! —Volvió a llamar.

—Rosa... —Susurro dando media vuelta desde el balcón del mirador.
—¡Aquí! —indicó alzando la voz.

Tres gelatinas de tamaños escalados llegaron con prisa para buscar a su diosa. Se detuvieron frente a ella jadeando mientras regulaban su respiración.

—Mi diosa —Azul, siendo la mayor de las hermanas hizo una reverencia ante Laryssa.

—Les he dicho miles de veces que no tienen por qué llamarme así —Regaño la platinada hincándose a la altura de sus acompañantes.
—Adivino, ¿La competencia va a empezar? —asumió al recordar sus asuntos reales para ese día.

—Si su majestad —Respondió Amarillo, la mediana de las hermanas.
—, necesitamos que venga para que inicie el evento.

—Iré enseguida —afirmó poniéndose de pie.
—Solo denme unos segundos para prepararme —las hermanas la sintieron y salieron de la habitación mientras hablaban situaciones de su evento especial.

Laryssa tomó sus propias manos y las acarició como una manera de darse calor. Giro su vista hacia la gigantesca pelota azul y verde que opacaba el balcón de su mirador. Había pasado eternidades apreciando aquel mundo que la historia llamaba "Tierra", nunca logró descifrar porque le encantaba aquel planeta, habiendo tanto en el universo su curiosidad se enamoro de él en específico. Tenía la extraña sensación de que ahí había mucho más de lo que su visión al destino le permitía ver.

Mucho más.

La tierra no le era desconocida y ella tampoco desconocía a Laryssa. Durante la historia dio cautelosas señales sobre ella, pero nunca se le permitió visitar aquel planeta; de hecho, nunca se le había permitido abandonar la Luna.

Cerro sus ojos, junto sus manos sobre su pecho y concentró su deseo en unas simples palabras.

—Deseó —Repitió tres veces.
—Deseó, deseó —arrugó su nariz e intento ser escuchada por ese algo o alguien que la había creado. Ella conoce el todo, sabía por qué había venido al mundo, pero nunca encontró una respuesta para saber sobre su creación.

Soltó el aire acumulado en un suspiro y dejo caer sus manos sin fuerza. No sería escuchada, nunca lo fue. Se rindió y dio marcha atras para ir al evento que su pueblo organizó por el aniversario de la creación del reino y la gente que lo residía.

Laryssa fue bendecida con magia desde su creación, con ese don pudo crear las estrellas y un régimen donde la creación de cada una era el inicio de una nueva vida orgánica. Y al caer las estrellas fugaces, estas se apagaban y morían.

La vida es tan brillante y fugaz como las estrellas.

Siempre estuvo sola, hasta que no pudo más con ello y se derrumbó. Los dioses o creadores escucharon sus lamentos y le dieron dos obsequios: Un conejo nacido del Jade y la manera de crear vida a través de la tristeza. Cada vez que lloraba por la soledad sus lágrimas adoptaba la forma del polvo estelar, naciendo de ellas pequeñas criaturas que se convertirían en la felicidad de la diosa lunar.

𝑹𝒆𝒘𝒓𝒊𝒕𝒆 𝒕𝒉𝒆 𝑺𝒕𝒂𝒓𝒔 | Trollhunters: Relatos De ArcadiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora