𝐌𝐄𝐑𝐀𝐊𝐈 | Vocábulo que proviene del griego y, a su vez, del turco 𝑚𝑒𝑟𝑎𝑘, que significa algo así como "hacer algo con amor y con placer."
Empezada: agosto 2022.
Terminada: noviembre 2023.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
La conversación con su hermano la ayudó a olvidar todo por un rato. No habían sido más de veinte minutos, que fue cuando Robert Lightwood entró para saber cómo estaba tras su confesión, pero le había ayudado a despejarse. No lo suficiente pero le había servido de ayuda, sin saber el pequeño que había sido la mejor ayuda del mundo. Inconscientemente, sonrió para ella misma al abandonar la habitación.
Se fue a la que era su habitación, justo al lado de la de Isabelle, dónde vio que todas sus pertenencias ya se encontraban ahí. La cerró de un portazo y se deslizó por la pared, hasta quedarse sentada, ocultando su rostro entre sus piernas. Se abrazó a sí misma, soltando todo el llanto que había guardado durante años. Estaba rota por completo y sabía que no conseguiría repararse. Era tan grande el dolor, por tantas circunstancias, que no podía gestionarlo.
El llanto fue sustituido por los sollozos, pero las lágrimas seguían recorriendo sus mejillas hasta caer al suelo. No supo cuándo, pero unos brazos fortalecidos rodearon su flacucho cuerpo, dándole cobijo. Por un momento, pensó que sería su gemelo. Que Alexander estaría a su lado, que lo entendería todo. Que todo volvería a ser como antes. Pero se equivocó de hermano. Una vez más, como cuando eran pequeños, Jace Wayland era quien estaba ahí para consolarla. Alexandra siguió llorando en los brazos de Jace hasta que no pudo más. El llanto se calmó, los sollozos cesaron y ya no caían más lágrimas por su rostro.
Nunca antes había mostrado tanta debilidad. Ella no era débil. Era una guerrera astuta. No podía permitirse verse débil ante los demás, incluso tampoco ante sus hermanos. Siempre puso el bienestar de ellos por delante del suyo propio. Siempre estuvo ahí para ellos, hasta que se tuvo que ir. Hasta que la alejaron de las personas que más amaba. Pero, a pesar de todo, siempre había estado velando por todos ellos.
―L-Lo siento ―se disculpó la fémina, con la voz temblorosa―. No quería que nadie me viera así, yo no soy así. No soy débil.
―Llorar no te hace débil, Lexie. . . ―murmuró Jace, todavía con su hermana entre sus brazos, estrechándola entre estos―. ¿Por qué? ¿Por qué nunca dijiste nada?
―Tenía miedo, Jace. Estaba aterrorizada por lo que casi sucedió, nunca me he sentido preparada para poder contarlo ―murmuró, mirándole a los ojos por primera vez―. Fue horroroso, ese chico no quería soltarme. Pasé mucho miedo, hasta que mi padre no llegó a mí después de avisarle mediante una runa que inventé para situaciones así. . . Pensé que me haría algo más, por eso me enviaron lejos.
―Por el ángel, enana ―musitó, pero la chica negó, no quería pena ni compasión.
―No me mires así, odio esa mirada ―murmuró, levantándose del suelo―. ¿Qué pasó cuando salí del despacho?
―Izzy salió a buscarte pero no te encontró, entonces Robert dijo que quizás estarías con Max ―la mayor asintió, dándole la razón―. Y Alec, bueno. No dijo nada, se quedó callado.
―Raro sería que hubiese dicho algo en mi defensa ―gruñó, sentándose en su cama―. Te eché mucho de menos, ¿sabes? Las videollamadas no eran suficientes, necesitaba tenerte cerca, hermano.
―Yo también te extrañé, enana, y no sabes lo feliz que me hace que te quedes aquí un tiempo, con todos nosotros ―Jace se acercó a ella, para sentarse a su lado.
Un ruido se escuchó al otro lado de la puerta, seguido de una maldición verbal. Alexandra soltó una carcajada, conocía demasiado bien a su hermana como para saber que era ella.
―Isabelle, puedes entrar ―dijo entre risas, a lo que su hermana la fulminó con la mirada cuando entró―. Podías entrar si querías, no teníamos una conversación privada ni nada de eso.
―Ya pensaba que me excluías de las charlas de hermanos ―se cruzó de brazos, haciéndose la indignada―. Ahora que te quedas, ¿podemos hacer una pijamada como cuando éramos unas niñas?
―Izzy, no tenemos quince años ya. . . ―la mirada suplicante de su hermana menor fue suficiente para darse por vencida. Entre la mirada de Isabelle y los pucheros de Max, no podía hacer nada―. Está bien, pero solo hoy. Y nosotras dos.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
La mañana siguiente se despertó bastante tarde, aunque lo hizo cuando un shadowhunter llamó a su puerta diciendo que le traía el desayuno. Eso la confundió, hubiera preferido ir a por un café y ponerse a trabajar, no esos lujos. Mucho menos, siendo su segundo día ahí. Sin embargo, no pudo denegarlo. Se lo dejó en la cama. Y llevaba una nota.
"Espero que siga siendo tu desayuno favorito."
No había más. Resopló molesta y dejó la nota en la mesita de noche, después la guardaría. Miró la bandeja con curiosidad: café, zumo de naranja recién exprimido, tostadas con mermelada de frutos del bosque, unas galletas con chispas de chocolate, y un croissant de mantequilla. Sonrió ampliamente, era la primera vez que sonreía con sinceridad. Media hora más tarde, salió vestida de su habitación, con el zumo todavía en la mano. No se había esmerado a arreglarse demasiado, tenía la intuición que hoy saldría del Instituto para algo y quería ir cómoda.
Se cruzó con sus padres, que iban a salir, pero se paró a saludarles.
―Lamento lo de ayer, padres. Todo me sobrepasó ―se disculpó, agachando la cabeza, apenada―. Se me fue de las manos, no supe gestionar las emociones bien. Lo siento.
―No te preocupes, era de esperar después de tanto tiempo ―Robert siempre había sido muy comprensivo con su hija, por lo que depositó un beso en su frente y se fue.
―Estarás al mando hasta que volvemos, Alexandra, ya avisamos a Alec que sería así ―su madre solo estaba ahí para darle malas noticias, estaba convencida de eso―. Lo harás bien.
―Si sabes que todo esto de las responsabilidades de un Instituto no es lo mío, ¿verdad? ―comentó, irónica, al ver que le importaba poco lo que le decía―. Tu hijo es el mejor para ese puesto, no sé para qué me dejas a mí al cargo.
―Ya, Alexandra. La decisión está tomada. Volveremos por la noche, seguramente.
Seguramente, decía. ¿Cómo la dejaban a ella al mando si no tenía ni idea? Lo suyo era la medicina, ir de país en país en representación de los altos cargos de Idris y demás, no estar al frente de un Instituto, aunque fuese por unas horas. Ella odiaba todo lo que conllevaba aquello, no era ni de lejos su pasión.