Capítulo 2.

125 6 2
                                    

Habían transcurrido cinco días de lo ocurrido  en la oficina. Un incidente muy bochornoso a todo lo que suelo pasar. Una cantidad de tiempo que me permitió razonar y pensar algunas cosas sobre mi comportamiento y mi manera de ser. Pero, también existían los contras que deambulaban en mi cabeza. Porque, una cosa era mi actitud no le gustara a las persona, pero, a mí me encantara. Por el contrario, ser alguien que no quisiera ser solo por agradar a los demás. Entonces tenía la duda: 

¿Qué demonios debo hacer conmigo?

Cerré la nevera de un portazo y vertí la leche en mi vaso favorito. Tomé el plato de galletas con forma de patitos y me dirigí al sofá de la sala de televisión. En el preciso momento que acomodaba mis pies sobre la mesa central, mi teléfono sonó. Y, he ahí una de las diez mil razones porque detestaba a la humanidad. Me levanté con aspereza y descolgué. 

—¿Hola? —pregunté.

—Hola, Amelia, soy Sam.

Aparté el móvil de mi oreja y miré a la pantalla para ver si era cierto. Miré extrañada a la nada. Era realmente sorprendente que me llamara a éstas horas.

—¿Qué quieres? Te he dicho que no me llames después del trabajo.

—Ya lo sé. Pero, quería ver cómo estabas. 

Si mi confusión era grande, súmenle esto. 

—Estoy bien. Gracias por preguntar, ahora, si no es más, colgaré.  

—¡Espera! —exclamó alarmado.

—Espero  —añadí despreocupada. Aunque, la verdad era que la curiosidad me estaba matando.

—Yo... Yo llamaba... para decirte que... 

—¿Decirme qué? —pregunté.

Él pareció tardarse una eternidad en pensar la respuesta.

—Estoy en tu puerta. ¿Podrías abrir por favor?  —finalizó decidido.

Esperen. ¿Qué?

—¿Qué estás en dónde? ¡Jesús, María y José! Pero si te he dicho que no me gustan las visitas. 

—¡Lo sé, lo sé! Sé muy bien lo que has dicho, pero... 

—¡Ay, sí! Siempre lo sabes. ¿Y ahora qué hago? —lo interrumpí. Lo último lo dije más para mí.

—¿Cómo que qué haces, Amelia? ¡Pues ábreme la maldita puerta! —respondió.

—¡No me grites, idiota!

—¡No te estoy gritando! 

—¡Lo haces de nuevo! —ya no aguantaba más. Me dirigí hacia la puerta con toda la furia que había acumulado durante estos días para encararlo y ponerlo en su lugar. Él siguió protestando, pero no le presté atención. Al momento de llegar, abrí la puerta con tal ímpetu que Sam cayó de bruces contra el suelo. Reí  tan fuerte que mi estómago no aguantaba más. Oxígeno. Eso era lo que más necesitaba en esos momentos. Como pude me levanté, y le tendí la mano para ayudarlo a ponerse en pie. No la tomó.

—No es gracioso —espetó cuando se puso de pie.

—Oh, claro que lo es. Deberías haberte visto caer, fue como...

—Amelia, para. Es enserio  —me interrumpió.

—Qué aguafiestas  —comenté irónicamente—. Ahora, ¿podrías largarte de una buena vez y dejarme sola? Tengo unos asuntos por hacer.

—¡No me digas! ¿Cómo terminar de ver Happy Feet? —preguntó con sarcasmo. Abrí mis ojos como platos y giré exactamente en el momento en que él señalaba a la pantalla del televisor. Diablos.

Sin Etiqueta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora