Capítulo 1.

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Tocaron a la puerta. Esa maldita sensación de desprecio por las personas en general no era para nada nuevo en mí. Porqué no solo se conformaban con dejar de existir. No lo entendía. 

—¿Señorita Butler? —preguntó un señor. Un tanto gordo, calvo, y para ayudarle aún más a su inhumano físico, enano.

—¿Sí? —me limité a contestar.

—Éste paquete es para usted. ¿Podría firmar aquí por favor? —dijo, y apuntó hacia una planilla que traía en su otra mano.

Estaba de quinta en su inimaginable lista, era de sus primeras al cual joderle la maldita mañana, de cientos de lugares en su lista, ¿Por qué no me escogió para la tarde?  Lo miré durante un tiempo, fulminándolo con una mirada de "Gracias, jopido cabrón". Y firmé:

Amelia Butler.

El idiota pareció sorprenderse.

—¿E-Es usted la señorita Amelia, Amelia Butler? 

—No, idiota. Mi nombre es una puta ilusión óptica. Me llamo Jaime y soy travesti —le respondí luego de tomar mi paquete y cerrarle la puerta en la cara. Era una caja, tamaño mediano por lo que se notaba, estaba forrada con un papel de color mostaza, y tenía una pequeña dedicatoria:

Sé qué es muy pronto, 

pero quiero que sepas que de verdad, 

Lo siento.

Luego de un escándaloso desayuno —y hago referencia a escandaloso por la cantidad de rebanadas de pan que introducí en mi boca con el hambre consume sesos qué tenía—. Tomar una ducha apresurada, y cepillarme con el poco de crema dental que restaba, me encaminé hacia mi trabajo.

Llegaba cinco minutos más tarde, todos en la oficina me hacían sus mirada de buenos días, y yo les respondía con un gesto muy usual en mí —enseñar el dedo corazón—. Llegué a mi despacho, y ahí estaba él, un maldito empresario de la ciudad de New York. No entendía porqué se empeñaba en hacerme la vida pedazos.

—Buenos días, señorita Butler. ¿Preparada para la conferencia? -preguntó.

Me vale madres —contesté.

él pareció no inmutarse frente a mi actitud, puesto que ya estaba acostumbrado, pero, eso no significaba que dejaría pasarlo por alto.

—Debería dejar ese tono en ésta oficina, el respeto es la base de todo... —y ahí iba con su breve discurso sobre la misma mierda. Asentí repetitivamente mientras opinaba lo que le causaba mi comportamiento—. ¿Comprende? —añadió al terminar.

Lo miré, de arriba hacia abajo, detallándolo, parte por parte. Estaba cómo quería. Y, entonces, hablé:

—Y usted no debería decirme qué hacer, es mi puta vida. ¿Comprende? —puntualicé. Sonreí.

***

Media hora después, el maldito apareció.

—Señorita Butler, la conferencia empezará en diez minutos. 

—Pues, en diez minutos estaré allá.

—Bueno. No se le olvide que su oficina queda al otro lado del piso, no en este cuartico —dijo refiriéndose al lugar en donde me encontraba.

—¡No se me olvida! —exclamé.

Sin Etiqueta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora