La suerte al alcance de un polvo

33 0 2
                                    


Ninguna editorial está aceptando mis cuentos. Ni siquiera las más nuevas, las independientes, las supuestamente underground. Tienen miedo de ensuciarse las manos. En parte los entiendo, en parte los detesto. Tampoco soy alguien agradable con quién tratar. Al último sujeto con el que me fui a charlar para publicar mis cuentos era un pobre inútil de la imprenta El Águila. Me vio entrando por la puerta y ya se paró de su silla, algo nervioso.

- Señor Otto, por favor no me golpee.

Tenía mi fama.

- Tranquilo, muchacho. Quiero hablar con tu supervisor. Me mandaron a preguntar por un tal Gastón Garcón, por más gracioso que suene. ¿Se encuentra aquí? Sino lo espero, no tengo nada mejor que hacer.
- Por favor señor Otto, no me golpee.
- Pero ya callate engendro del demonio! Aquí nadie va a golpearte a no ser que te lo ganes. Y ya estás reservando varios números. Ahora dime, donde está este tal Gastón, tengo algo de primer nivel para enseñarle.
- El señor Garcón me dejó a cargo de esta imprenta. Se fue a vivir al sur, tiene otros ingresos.
- Por lo tanto quedaste vos, ya veo. – lo miré de arriba abajo mientras éste andrajo temblaba- Perfecto. Tomá, para vos.

Y le acerqué mis papeles. Algunos estaban impresos, otros estaban escritos a tinta, pero la mayoría de ellos estaban escritos a máquina. Había heredado una Olivetti de mi abuelo paterno, era una belleza. Una auténtica máquina de escribir obscenidades. Seguía los consejos de Para ser un gran escritor. Le daba a esa cosa, le daba duro. Hasta que largase humo. Las hojas salían desprendidas de la parte superior y se iban apilando sobre la mesa. Le dedicaba horas enteras a ello. Días enteros sentado en una maldita silla que tenía más forma de culo que mi propio culo. Yo mismo me estaba moldeando a ella. Sin darme cuenta, algún día de estos me encontraría varando por la vida siempre sentado; caminando sentado, corriendo sentado, cogiendo sentado. Había dedicado tiempo a esos papeles, y estos infelices no se tomaban ni el tiempo para revisarlos antes de rechazarlos.

- Señor Otto, ya sabemos cómo escribe usted. Le suplico entienda, pero no podemos publicarlo.
- Ni siquiera te diste la osadía de leerme, tan solo has escuchado de mí.
- He asistido a los eventos de poesía donde usted va a leer, también he visto los cuentos que vende sueltos por la calle. He leído un par. Sobre por qué las mujeres no valen más que un pedazo de carne sucia, por ejemplo. Me lo dio el señor Garcón antes de irse de viaje, para explicitar lo que no debemos publicar.

Eso de lo que el chico hablaba era lo que acostumbraba a hacer, en vista de que no me publicaban. Unía unas hojas con algún pegamento, o las abrochaba, y las vendía por algunos billetes a la gente por la calle. La mayoría de ellos pequeños de primaria o secundaria. Les decía: "Mira pilluelo, esto te va a traer muchas conchas", o los apuraba y les decía "Antes que me enoje, toma las hojas y dame algún billete, maldito crío". Me funcionaba.

- ¿Y acaso no te gustaron mis cuentos?
- Son demasiados obscenos, y machistas y misóginos. Cancelarían a la imprenta. Por favor, entiéndalo.
- En eso de obscenos, te doy la razón. Es verdad que soy un maldito cerdo escribiendo. PERO ¿MACHISTAS? ¿MISÓGINOS? ¿De dónde has sacado eso? Yo amo a las mujeres más que ellas mismas. No las amo a todas, claramente. Detesto a las rubias teñidas, me sacan canas. Y si tienen la voz chillona, me irritan los oídos y no las soporto. Tampoco me gustan las que se instalan a vivir contigo luego de una cogida, y peor si no fue tan buena cogida. Pero al resto las amo.
- Pero si las vive insultando.
- Pero también lo hago con los hombres, o con los monos. También insulto a mi auto cuando este no arranca. No veo la razón de quedarse tan solo con esa visión. Vamos.
- Mire, aquí por ejemplo -y tomaba mis hojas al fin- cuando dice "y la puta bastarda apenas podía pararse. Era una colorada escuálida que parecía no haber comido hace días. No pudo conmigo, luego de tanto buscarme. La agarre de su cabello y la llevé arrastrada a la cama, mientras sus piernas iban rebotando sobre el suelo como latas detrás de un coche de Recién casados."
- Pero vamos, hombre! No me va a decir que no es hermoso lo que acaba de leer. ¿Acaso no lo entiende? Esa mujer quedó rota luego de un solo round, fue la mejor noche de su vida. Y seguí con ella durante rato largo, hasta escuchar a los zorzales cantar en mi ventana. Y luego un rato más. Me lo hubiera agradecido si no la hubiera dejado tartamuda.
- Y aquí por ejemplo -y entraba en otro cuento, en otro mundo, nada parecido al anterior- cuando dice "...y apenas contaba con cinco años. Yo sabía que los pelos sobre su pubis angelical seguían siendo lacios, y ondulaban al viento de su juventud. No podía parar de restregarle mi verga sobre el hombro mientras el colectivo seguía moviéndose a causa de los múltiples bacheos. Antes de llegar a mi parada, ya había acabado en mis pantalones, pero era tanto que algo de mi leche se escurrió por mi cremallera y fue a parar a los hombros de esta inocente niña. Tenía cara de llamarse Ángel." ¿Qué opina de eso?
- Que soy un puto genio. No puede estar tan bien escrito. Eso traerá erecciones hasta a un paralítico que carezca de verga. Se le pondrán duras las orejas.
- Es de una niña de cinco años la que estamos hablando. Eso es abuso de una niña inocente.
- Pero eso nunca pasó. Yo detesto a las niñas, vamos. Ha visto como se pasan el día prendidas a sus madres, siempre pidiendo cosas. Siendo unas malditas pedigüeñas. Detesto la idea de acercarme mucho a una. Yo amo a las mujeres, niño. Parecías más listo.
- Y no sabe lo que está logrando con esto. Es una condena a muerte.
- Es literatura. Toda la buena literatura es una maldita condena a muerte. Ahora, lo va a publicar o no?
- No puedo, señor Otto. Y le recomendaría que deje de intimidar a las imprentas y editoriales, se está ganando una mala fama.

lista para el comportamiento de una nena buena Donde viven las historias. Descúbrelo ahora