My first, my last, my everything

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Nunca me ha sucedido eso de un "bloqueo de escritor". No he tenido ni la suerte ni la desgracia. No siempre he tenido a mano algo sobre lo cual escribir, pero me las rebuscaba. Hacía rimas y las memorizaba para rayarlas sobre una hoja de carpeta cuando llegase a casa. O simplemente estaba en otro lado, haciendo otra cosa.

Cuando me siento frente a un teclado no paro de golpearlo con intensidad hasta que termine lo que estoy haciendo. Escribo mis cuentos de una sentada. Las escenas se me van ocurriendo a lo largo que la cosa va tomando forma. O hasta que me quede una cosa completamente amorfa, y punto. No todo va a la imprenta, ni se edita, ni se relee. Tengo una memoria colmada de textos míos y ajenos, que se sigue extendiendo cada día.

(Las memorias no se agotan; se amontonan. Aporte mío. No lo busquen.).

No tengo idea cómo acaba el cuento. Si es algo vivido del pasado empiezo con ello y lo voy mutando. Voy cambiando algunos nombres y algunos lugares, alargo los segundos y mezclo los colores. Voy jugando. Algunos nombres los conservo. Por rutina, únicamente por rutina. Como a Charly, un librero de la calle Junín al fondo, donde el centro todavía no se extiende. Donde las dictaduras de la calle Pellegrini y la amenaza de la plaza Vera todavía no han arribado.

A la sombra, Charly trabaja con lectores de Hume, con fanáticos del cine italiano cómo él. Parla de Teorema y de Visconti, de Fellini y de discusiones familiares sobre los banquetes de la mesa, en Amarcord. Charly conoce la mejor traducción del griego y recomienda las ediciones bilingües de E. E. Cummings.

"Es tan bueno en inglés como en español" dice.

Cuenta unas historias que te erizan los pelos. Pero esas me las guardo para mí, que Charly escriba sus propios libros.

2

Estas últimas veces que me senté a escribir hice aparecer recuerdos. Pero muchos de ellos son muy vagos, tan sólo imágenes. Y yo soy también vago e imaginario. En eso se combina los pensamientos infantiles con los ruidos de las bocinas de las bicicletas, y los junto con el acto de masticar chicle y las tetas de Vanesa. Retorno a mis conocimientos de astronomía para explicar el sabor de la comida y los paladares; y el por qué cuando beso en el cuello, ellas cruzan las piernas. También escribo sobre la forma de las mamaderas y sobre el tamaño del mundo.

Ahora estoy pensando en la noche y en su misterio. En el frío y los sonidos. Aparecen los sonidos del acelerar de las motos y las luces de Navidad. Patear botellas de plástico por las veredas de una peatonal abandonada. La viveza y las bebidas. Los planes y la macana. Todos esos amigos que ahora están muertos para mí, que no significan más que un montón de escoria humana. Mi primer amor y esa vez que rompí una cama.

También recuerdo a Félix y su club de apuestas.

Fue donde empezamos a acariciar la aspereza de la vida. Íbamos y apostábamos por un partido de la NBA. A veces era sólo una intuición, a veces lo planeábamos por semanas. Siempre subsistía en el aire eso de que los partidos estaban arreglados, y acerca del séptimo partido y los árbitros. Pero a veces una corazonada nos hacía ganar miles y a veces los planes terminaban en bancarrota. Los costados del dado se pulen y se gastan. ¿Qué más da?

Le decíamos "El antro". Félix lo llamaba "negocio". Los meseros le decían "club". Y la gente decía, y decía, mientras Félix se pasaba los dedos por la lengua y contaba los billetes. Las mujeres escaseaban y siempre había algún herido. Era "la merma de la crema, la cerveza del poster". Perduraba el hábito y las costumbres. Los hombres sobre las ruletas golpeaban la mesa y hacían saltar las fichas. Los jugadores de pool en el fondo se daban con los palos sobre la cabeza y se lanzaban las bolas. Apostaban números grandes. A veces alguno no tenía para pagar y los muchachos le secuestraban la moto y la separaban en partes para venderlas. Gerardo era mecánico y los asesoraba, y el deudor no pisaba nunca más el club.

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⏰ Última actualización: Oct 31, 2022 ⏰

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