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Luz despertó de golpe antes de que el sol siquiera empezara a asomarse; Empapada en sudor y con los puños casi pálidos por su fuerte agarre contra las sábanas. Su acelerada respiración empezó a regularse una vez que empezó a reaccionar a su alrededor.
Su habitación se encontraba como siempre, un poco desordenada pero conocida, cálida. Lentamente, dirigió su mano a la mesa de noche y tomó su celular para ver la hora.
Las tres de la mañana.
La joven se dejó caer de nuevo contra el colchón y dejando el celular en dónde estaba, se llevó el brazo a su frente, respirando pesadamente.
Ya no podría volver a dormir.

Ya no era sorpresa para su madre verla antes de que ella bajara a desayunar, ya vestida y arreglada, vertiendo cereal en un bowl mientras veía la pequeña televisión que se encontraba sobre el refrigerador. Sin embargo, Camila había notado que las bolsas debajo de los ojos de su pequeña empezaban a notarse. Se preocupaba de la disociación que llegaba a tener de vez en cuándo, como en esos momentos, cuando ya le había hablado más de tres veces y Luz no despegaba su vista de los dibujos animados.
Optó por rodear la barra y quedando a un lado de su hija, se inclinó para besar su frente y remover el cabello de su cara. Al fin, esto hizo que Luz la notara.
—Lo siento, no te vi. Buenos días.
Camila sonrió débilmente y acarició la mejilla de su bebé, Luz cedió al tacto.
—Buenos días, mi niña. ¿Dormiste bien?
Luz asintió mientras metía una cuchara de cereal a su boca.
Camila sabía que estaba mintiendo.

Terminando las clases, Luz se reunió con Willow y Gus en las rampas. Ambas observaban a Gus en su bicicleta, yendo de una esquina a otra, haciendo trucos e intentando mantener el equilibrio algunas veces.
Finalmente, se cansó y se dejó caer a lado de Luz, tomando una papa de la pequeña canasta que ella sostenía.
—Apuesto a que puedo hacer un 360 doble barspin. —Tomó más papas y se las metió en la boca.
Willow solo negó, tomando un poco de agua, Luz colocó una de sus manos en el hombro del menor.
—Sabes que siempre te apoyaré, pero aun no controlas el doble barspin.
—Hunter ya me estaría dando veinte dólares... —Reprochó burlándose.
—Hablando de Hunter... —Luz miró a su mejor amiga. —¿Aún no te contesta?
Willow negó —. Ni siquiera aparece como enviado, tal vez lo perdió o lo rompió. Pero aún así, no deja de preocuparme.
—Quizá está ocupado, después de todo, está en finales. —Gus se inclinó para ver a la pelinegra mejor, ella se encogió de hombros.
Ya llevaban, al menos, dos semanas desde la última vez que los tres habían hablado con Hunter. Willow había sido la última al tener una videollamada con él en la noche, Hunter le había prometido que regresaría tan pronto como le fuera posible. Con sus finales cerca de acabar y la graduación en Hexside acercándose, lo único que Hunter quería, era volver a casa.
—Además, no puede dejar sola a la capitana de roller derby para el baile de graduación. —Gus sonrió pícaramente mientras movía sus cejas, viendo directamente a Willow quien se giró sonrojada y Luz soltó una carcajada.
—Hablando del baile… —Willow se inclinó hacia Luz. —¿Vas a invitar a Amity?
Ahora fue el turno de que a Luz se le subiera la sangre, se encogió de hombros, tomando su gorro fuertemente y bajándolo para taparse la cara, gruñendo.
—No lo sé. —Respondió entre dientes—. Nunca he hablado con ella, ni siquiera creo que sepa que existo.
La pelinegra entrecerró los ojos. Amity era la mejor amiga de Hunter y él siempre hablaba de ellos tres, ella misma lo sabía por la misma amistad que había entablado con la joven Blight. Aunque era cierto, que ninguna de las dos había hablado con la otra, Willow sabía perfectamente que Amity sabía de la existencia de Luz, probablemente la notaba demasiado, si es que de algo se había dado cuenta.
Las plegarias de Luz para cambiar de tema parecieron ser escuchadas cuando su celular vibró. Eda le había mandado un mensaje para que fuera a la tienda, diciéndole que tenía algo importante que decirle.
—Lo siento, Eda me necesita… —Se levantó, tomando su mochila y skateboard —. Los veré mañana.
Sus amigos se despidieron de ella y corrió a la salida.

La Casa Búho era una casa de empeño donde Eda vendía no solo las cosas que empeñaban sino también, chucherías y demás que había encontrado por sus innumerables viajes alrededor del mundo, ya se tratara de una preciosa matrioshka de su viaje a Rusia en los noventas o unas baquetas que encontró a dos cuadras de su casa en Connecticut, pero asegura le pertenecieron a Karen Carpenter.
El sitio parecía una simple cabaña, que podría alardear como una trampa para turistas si el camión correcto pasaba por esa ruta. Daba su nombre a los cientos de adornos con temática de búho que adornaban las paredes y estantes, cosa por la que también se le apodó a la dueña como la dama búho. Eso sin mencionar que la puerta tenía un cráneo, bastante peculiar, tallado en ella y que un búho real te “atendía” en el mostrador.
Luz entró, haciendo sonar la campana en la puerta y saludó a Owlbert, acariciando su cabeza. El pequeño búho ululó felizmente, lo que hizo sonreír a la joven.
Dejó sus cosas en el piso, detrás del mostrador y entró por la puerta que daba a la casa. Eda estaba sentada en el sillón de dos piezas tomando una cerveza y leyendo uno de los sobres amontonados sobre la mesa.
—Hola, niña —. Saludó sin mirarla.
—Buen día, jefa. ¿Y King? —preguntó, mirando a sus alrededores por el pequeño niño.
—El pequeño demonio está durmiendo.
Luz sonrió por el apodo, King era un niño dulce pero aseguraba ser el rey de los demonios.
Eda le señaló el sillón para que se sentara y obedeció, después metió las manos a su bolsillo y sacó algo que arrojó a Luz rápidamente. La chica apenas y logró tomarlo en intentos torpes por la espontaneidad en que pasó. Cuando lo logró sostener firmemente se dió cuenta de que se trataban de unas llaves.
Ella miró a su jefa, confusa.
—El auto es todo tuyo, acabas de pagar tu deuda.
La miró atónita y por fin, ante el silencio de sorpresa, Eda le dirigió la mirada.
—¿En serio?
La mujer sonrió divertida. —¿Te parece que estoy bromeando? —Rió, su colmillo de oro asomando entre sus labios.
Luz no respondió, en cambio, se lanzó contra Eda para abrazarla y agradecerle cientos de veces. La mayor volvió a reír, devolviendo, de cierta manera, el abrazo, acompañado de unas palmadas en su espalda.
—Aunque hayas pagado el costo, no aceptaré una renuncia tuya. Eres la mejor empleada que he tenido. Pero no le digas eso a nadie. —Susurró lo último.
Luz asintió.
—Ve a dar una vuelta y después vamos a tu casa, dile a Cam que yo invito la cena, quiero ver su cara cuando vea el coche.
Ambas rieron, anticipando el disgusto de Camila por la vieja camioneta.
Ni tarde ni perezosa, Luz salió inmediatamente a la cochera. La camioneta había visto mejores días pero a la joven no le dejaba de parecer hermosa. Antes, lucía un color café que empezaba a camuflarse entre el óxido y la tierra, Luz supo que Eda lo había llevado al taller porque no solo estaba limpio, su color era ahora de un carmesí intenso, el retrovisor estaba arreglado y las llantas eran nuevas.
Subió sonriendo y probó el motor. King entró corriendo y se quedó en el umbral, emocionado, puso sus manos en el aire.
—¡RUGE! —Gritó.
La risa de Eda se escuchó a lo lejos y Luz se estiró para abrir el asiento de a lado.
—¿Quieres ir por un helado?

Luz aparcó frente a la casa y entró con el bullicio de King y Eda detrás de sí, Camila no tardó en ser arrastrada a la puerta principal por su emocionada hija, quien comenzaba a dar saltitos de felicidad mientras le señalaba la camioneta.
No pudo evitar sonreír y envolverla en un abrazo.
La mujer de cabellos grises compró una pizza y así pasaron una cena muy amena. Luz no paraba de sonreír y eso le dejó tranquilidad a su madre, después de haberse preocupado por ella en la mañana. Sus ojeras seguían ahí, y se le seguía viendo cansada, pero al menos estaba más alerta.
Los Clawthorne se fueron y mientras recogían la mesa, Luz añadió —Sé que odias el auto. —No lo había dicho de mala fe y tenía una sonrisa de lado pintada en su rostro, pero eso no evitó que Camila se sintiera mal.
—No lo odio. Solo creo que si ibas a comprar un auto, fuera uno… menos viejo.
Luz rió. —Tal vez, pero ese me gusta. Además, Eda le dejó los dados y dice que son de la suerte.
Camila sonrió, negando con la cabeza. —¿Solo los dados? Porque sí es así, mejor solo le hubieras comprado los dados. —Bromeó.
Luz le sacó la lengua, fingiendo indignación. —Ambos, tienen que estar juntos para que sirva.
—Estoy orgullosa de ti, cariño. —Hizo que se inclinara para poder besar su frente y Luz sonrió. —Ve a dormir, ya es tarde.
La joven hizo caso y se fue a su habitación. Tomó un antidepresivo como todas las noches y se recostó. Mientras miraba el techo solo podía pensar en que en unas horas más despertaría con la misma pesadilla de siempre.

Los misterios de Hell's GraveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora