Introducción

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Aún podía escuchar sus voces, ellos hablaban con cierto descuido

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Aún podía escuchar sus voces, ellos hablaban con cierto descuido. Como si apenas percibieran su presencia, o como si no les importara. Y se suponía que eso estaba bien, que esa era la razón por la que dejó Béziers. Se lo dijo el señor Bernard: La servidumbre siempre sería su mejor aliada. A esas alturas, Kaysa reconocía que el caballero tuvo razón. O al menos hasta cierto punto.

El conde de Foix y el vizconde Trencavel seguían conversando al lado. Ella y otras recogían la mesa. No podía oír todo con absoluta claridad, pero sabía que eso sería suficiente para cumplir con su labor. O tal vez no, y el mensajero la miraría con decepción porque no hizo un buen trabajo. Quizá no estaba haciendo las cosas bien, y debería intentarlo. Eso era importante, el futuro de su madre y hermano dependía de ella. Y de las monedas del senescal de Béziers.

Tampoco era tan fácil como pensó al inicio cuando aceptó ese "trabajo". Escuchar las conversaciones indiscretas y privadas del conde de Foix no parecía la gran cosa, después de todo, Kaysa había pasado la vida oyendo lo que hablaban los nobles cuando creían que nadie los escuchaba. Y sí, se crio tras las paredes del palacio vizcondal de Béziers, pero siempre tuvo claro cuál era su lugar. No importaba lo que escuchara, o lo que pudiera ver. Si quería mantenerse a salvo de los de arriba, tenía que olvidar, callarse y seguir con sus deberes.

Y esa norma que nadie le enseñó, pero que aprendió por sí misma, era justo la que tenía que romper. Una regla de supervivencia para mujeres como ella. Pero, ¿qué opción le quedó? Por su familia sería capaz de todo, y quería creer que el señor Bernard de Béziers no la manipuló para conseguir que aceptara su propuesta. O quizá sí se aprovechó de sus circunstancias, por eso estaba ahí.

—Ya está todo arreglando —le dijo aquella vez—. Cuando llegues a Foix, esa persona te hará el encuentro y te llevará al castillo del conde. Se encargará de ponerte labores cercanas a él.

—¿Cómo cuáles, mi señor? —preguntó con temor. En ese momento no tenía idea de lo que esperaban de ella, ni por qué el caballero a cuya familia servía desde que tenía memoria de pronto quería enviarla al condado de Foix.

—Prepararle el baño, la ropa, llevar sus alimentos, limpiar sus aposentos. Servirle el vino si es necesario. Tal vez llames su atención, tal vez no.

—¿Y debo hacer eso? ¿Lograr que él me mire?

—En lo posible, no. Seré sincero, Kaysa. Sirvientas es lo que sobra en ese castillo, y una joven discreta que no levanta la cabeza y solo se dedica a hacer su trabajo no será nada especial. Tu única misión es escuchar cada palabra que diga sobre sus planes. A dónde irá, con quienes se reunirá, o si llega alguien a buscarlo.

—Disculpe, mi señor. Quisiera tener más detalles, ¿hay algo en especial que deba escuchar? ¿Algo que quiera saber? —preguntó, y hasta sintió miedo de atreverse a interrogar al senescal de la villa.

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