Capítulo 4

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En verdad no le costó mucho tomar esa decisión, tuvo que hacerlo y fue tan simple como eso

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En verdad no le costó mucho tomar esa decisión, tuvo que hacerlo y fue tan simple como eso. Si el conde hizo lo necesario para mantener a la orden a salvo, ¿qué le costaría apartar a una espía? Después de todo, fue Kaysa quien acabó confirmando las sospechas del otro bando sobre su papel en la conjura, lo que de alguna forma concluyó en su humillación. ¿Y terminó en verdad? No, aún no. Le faltaba ir a presentar sus respetos ante el nuevo gran maestre que tenía que reconocer, y devolverle todos los libros que se llevó para mantenerlos a salvo.

Por eso el conde se lo repitió varias veces hasta intentar convencerse de eso. Si pudo ir en contra de sus hermanos de la orden del Grial, ¿acaso le costaría apartar a una simple mujer? Incluso fue benevolente, no aplicó ningún castigo ejemplar. Otro en su lugar la hubiera mandado a azotar, y devuelto a Béziers con el rabo entre las piernas. Sí, que regresara con el señor que la envió. Tal vez el bando del senescal y los que apoyaban a Guillaume de Saissac como gran maestre ganaron la lucha de poderes, pero él no iba a olvidar que el señor de Béziers envió a una mujer hermosa a tenderle una trampa.

Y aun así, apenas fue capaz de negarle su atención. Sentía rabia contra sí mismo por no haberse dado cuenta antes que ella fue puesta ahí para espiarlo, y que cayó redondo en la trampa. Kaysa poco sabía, solo le dijeron que le avisara a Luc si escuchaba algo fuera de lo común, era lo que hacían las siervas de la orden de su nivel. En realidad, Kaysa ni siquiera sabía que existía una orden a la que servir, ni hizo un juramento, ni nada. Pero ya era mucho, y lo mejor era asegurarse.

Lo único que se le ocurrió para solucionarlo fue justo eso, que Kaysa hiciera un juramento. Que entendiera, de alguna forma, que no podía ir suelta por la vida hablando de lo que vio y escuchó. Eso, de paso, la alejaría de él de una vez. Eso era lo que el conde necesitaba, y lo que sería mejor para todos.

Porque aunque se juró una y otra vez que no iba a volver a caer en la trampa, que todo acabaría cuando la mandara lejos, necesitaba de ella. No olvidaba, no podía. Pasó días enteros soñando con tenerla, y no se negaba que quería que sucediera otra vez. Y otra, y otra...

Quizá fue la suavidad de su cuerpo, o el hecho de que fue el primero. Que ella no supiera nada, que se dejara llevar y se entregara sin más. Recordaba sus jadeos, su risa, su sabor. Y quizá estaba delirando, se había obsesionado. Pero podría jurar que con ella se sintió distinto a todas las demás, que con ninguna deseó tanto que las cosas fueran eternas. Algo tonto, lo sabía. Esas sensaciones duraban instantes fugaces, ahí vivían por siempre, en los recuerdos. Repetir la experiencia solo lo arruinaría todo.

Cierto que el conde ordenó que Kaysa volviera a sus labores, y aun así, quería tenerla cerca. Junto a otras se dedicaba a limpiar su alcoba, llevarle la comida, servirle vino. A veces, asistirlo en el baño. Se suponía que tenía que alejarla, pero la colocó en una posición donde la tensión era constante. No podía quitar su mirada de ella, y Kaysa se daba cuenta.

A veces lo sorprendía mirándola, y la joven apartaba los ojos, avergonzada. En otras ocasiones era él quien la pillaba, y en lugar de mantenerse serio, le sonreía. A veces ella correspondía el gesto, a veces no. Ahí estaban, jugando un juego extraño en el que sabían que se deseaban, pero fingían que nada iba a pasar.

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