Raimon se despertó temprano aquella mañana. Kaysa aún dormía a su lado, y él no se dio cuenta de que sonreía.
¿Dónde tuvo la cabeza antes? ¿Por qué no la vio? Y sí que sabía la razón: La orden consumía su tiempo, sus pensamientos, y era el motivo de sus preocupaciones.
Desde la muerte del gran maestre todo empezó a irse en picada. Como iniciado, siempre supo lo que dictaban las profecías: Llegaría una época oscura y de muerte, años en los que el Grial se revelaría ante los ojos humanos, y llevaría desgracia a sus vidas. Solo que nadie tuvo la certeza de cuando sería el día de revelación, hasta que la profeta de la orden lo vio todo en sueños.
Se mentiría si dijera que no temía lo que iba a suceder, y por eso mismo estaba dispuesto a lo que fuera necesario para evitar la tragedia. Incluso si algunos veían sus actos como una traición a la orden. Lo cierto era que no quería que todo se destruyera. No se arriesgaría a ver como sus compañeros caían muertos, como tomaban sus tierras. Era algo que no deseaba para nadie, y menos para él.
Raimon conocía bien los secretos que escondía la orden, sabía que no podía permitir que un extranjero se hiciera con ellos. Ese hombre, por más hijo del gran maestre que fuera, seguía siendo ajeno a los misterios. Por eso se llevó los manuscritos, para custodiarlos. Aunque se empeñaran en decir que fue un robo, él no estaba usando nada para sí mismo ni para obtener grandezas. Solo lo protegía de los ojos profanos, aquellos que se acercaban a la orden para tomar sus secretos.
Con tanta tensión encima, el conde tenía poco tiempo para dedicarse a otros asuntos, o a los placeres. A veces solo deseaba compañía, y contaba con una mujer del servicio que se encargaba de aquello. Sabía que en su condición de señor del castillo y amo de esas tierras, tenía todo el derecho de tomar a quien quisiera, y aun así le gustaba retribuir a sus amantes. Una costumbre extraña que aprendió de su padre, y que decidió continuar. Así era más simple también, algo impersonal, sin mayores complicaciones o compromisos. No quería tener a nadie de la que quedar prendado, pues no era propio para alguien de su condición. Y considerando la situación en la que estaba, no sería lo mejor.
Eso pensó, convencido, hasta que la notó. Tal vez la vio de espaldas algunas veces, pero por tener la cabeza en otro lado no la observó de verdad. No hasta que ella y sus ojos curiosos se cruzaron con los suyos. Aquella vez fue suficiente para remover algo en su interior, ese algo que hacía mucho no sentía por culpa de las obligaciones que lo consumían día a día.
Desde esa tarde en que al fin la notó, no pudo dejar de observarla. Un día la vio entrar a su habitación para recoger las sábanas sucias, y no apartó los ojos de ella. La notó nerviosa, intimidada, quizá. Él era consciente del efecto que tenía su presencia delante de las personas, era normal que ella también se sintiera así. "Te he visto, te veo hace mucho", le dijo esa noche. Quizá Kaysa no tuvo tiempo de pensar en aquello, no tenía idea de la verdad de sus palabras.
Ella no sabía que desde que la conoció no pudo echarla de sus pensamientos. Siempre la observaba cuando iba a limpiar el cuarto junto con otras, o cuando caminaba por el castillo, meneando las caderas de forma natural y sensual. Cada vez que Kaysa aparecía algo en él empezaba a encenderse. Así decidió que tenía que saber más de ella, cosa que no debería.
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Dos historias
Historical FictionCuando la joven doncella Kaysa recibe la invitación del gran conde de Foix no imaginó que terminaría por unirse a la orden de los caballeros del Grial, y menos que ese encuentro cambiaría su vida para siempre. El conde de Foix siempre supo que la j...