Cuando la joven doncella Kaysa recibe la invitación del gran conde de Foix no imaginó que terminaría por unirse a la orden de los caballeros del Grial, y menos que ese encuentro cambiaría su vida para siempre.
El conde de Foix siempre supo que la j...
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No sabía bien como sentirse, desde aquella noche con el conde todo cambió. No quiso que fuera así, pero en el castillo se dieron cuenta de que algo pasaba. O, mejor dicho, del trato distinto con ella.
Kaysa de verdad intentó volver a sus labores como si nada hubiera pasado. Al día siguiente se acercó a Cateline para ponerse a sus órdenes, y esta solo la apartó del resto para entregarle su paga. La joven doncella se quedó sin respiración cuando la mujer puso aquella pequeña bolsa sobre su mano, y se dio cuenta de cuánto pesaba. Ni siquiera quiso guardarla al inicio, solo se quedó viéndola boquiabierta. Luego miró a Cateline, quien la observaba en silencio.
—¿No vas a contar tus monedas? —preguntó la mujer.
—Es que... no sé... pesa mucho...
—Cuéntalas —la animó ella. Respiró hondo y obedeció. Al observar dentro quedó aún más sorprendida. Nunca vio monedas tan brillantes, incluso más que las copas del conde.
—Yo no... no sé... Creo que hay un error. Esto no puede ser para mí.
—El conde me la entregó, claro que es para ti. Al parecer quedó complacido con tu compañía —añadió. No hubo mala intención en sus palabras, al menos eso creyó. Pero escucharla decir aquello solo la puso abochornada, enrojeció de inmediato.
—Hice lo que tenía que hacer, lo que me dijo. Nada en especial.
—Bueno, le entregaste tu virtud. Cierto que en mujeres como nosotras no significa la gran cosa, pero si él lo encontró satisfactorio, puedes quedarte tranquila.
—Sí, supongo —murmuró—. Solo una vez y nada más, ¿cierto? Se acabó.
—Eso no lo sé —respondió para su sorpresa—. No puedes regresar a Béziers aún, esperaremos un tiempo prudencial. Quizá cuando el conde se vaya de cacería. Se ausentará varios días, aprovecharemos para sacarte de Foix entonces.
—Claro... —sonrió. Esas monedas serían más que suficiente para vivir tranquila un tiempo con su familia. Ya no necesitaba seguir trabajando para el senescal, ya no tenía que espiar ni poner su vida en riesgo. Volvería a casa, todo estaría bien. Se permitió soñar con eso.
Pero Cateline acudió a ella ese mismo día, y al parecer estaba sorprendida. El conde la quería de vuelta en su lecho, pero nunca aclaró si iba a pagarle o no. Sabía que no era necesario que lo hiciera, en su condición él podía tomarla sin permiso si así lo deseaba. ¿Y qué iba a hacer? ¿Negarse? Eso solo empeoraría las cosas, a un conde no se le podía decir que no. Por eso solo se dejó llevar, confundida, a una alcoba donde le quitaron la ropa de sirvienta y le dieron algo más fino. Tal vez no digno de una condesa, pero sí de una mujer que gozaba de privilegios con los que ella no nació.
Solo tenía que esperar, eso le dijeron. Y así lo hizo. Esperó mucho, pero el conde no llegó esa noche, ella cayó rendida a la cama hasta el amanecer. A la mañana siguiente quiso volver a ser la sirvienta de antes, pero eso ya no se podía. No tenía que trabajar, recibiría la mejor comida y bebida del castillo, incluso ya habían preparado otros vestidos para ella.