Capítulo 7 [Final]

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Béziers, junio de 1209

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Béziers, junio de 1209

Kaysa llevaba varios días nerviosa. Los cruzados habían llegado a la villa y armaron su campamento afuera. Encarni trataba de tranquilizarla, Béziers estaba preparado para un largo asedio y pasarían meses antes que siquiera lograran poner un pie dentro de su villa, quién sabe y nunca llegasen a entrar, ya que el resto de villas de Provenza iban a apoyarlos.

—Además, yo estaré a tu lado —le dijo Encarni dándole un suave beso en la frente—. Yo te protegeré siempre, hasta la última gota de mi sangre. —Kaysa sonrió, mientras sostenía al pequeño Caleb en brazos.

Había dado a luz hacía unos días, pero ya había vuelto al servicio en el palacio vizcondal, pues como miembro de la orden su presencia era necesaria. El senescal Bernard era muy amable con ella. Le decía que le recordaba a su hija Bruna, y que podía llevar el bebé al castillo. Caleb era una criatura tranquila, lloraba pocas veces, dormía mucho, y cuando estaba solo se quedaba muy quieto.

Cuando observaba a su hijo le parecía ver en todo momento al conde. Tenía sus labios, su mentón, hasta sus ojos. El cabello se parecía mucho al de ella, la forma de su rostro también. Caleb era una perfecta mezcla de ambos, era un niño precioso. Y Encarni era muy bueno con los dos. A ella no le exigía nada, pues hacía casi nada que estuvo embarazada, y al bebé lo trataba como si fuera suyo.

Aún no entendía cómo es que se había casado con aquel hombre. Cierto de que a pesar de su apariencia ruda, Encarni era un hombre bueno y amable, que la trataba muy bien y no dejaba que nada le faltara. Fue cariñoso con ella durante el embarazo, y lo seguía siendo. Sabía que en unos meses, cuando pasara todo ese alboroto del bebé, tendría que cumplir con su deber como esposa, pues hasta el momento no habían consumado el matrimonio. Y eso lejos de emocionarla la tenía un poco tensa.

Esperaba que con el pasar del tiempo logre amar a Encarni, él lo merecía. Pero había un enorme problema. Su cuerpo y alma le pertenecían al conde de Foix.

No lograba imaginarse en la cama con Encarni, solo veía a Raimon. Cuando le dijo aquello que siempre le iba a pertenecer, fue muy en serio. Se sentía una tonta, no debería pensar en Raimon de esa manera y menos guardarle fidelidad. Él de seguro ya la había reemplazado, había otras que ocupaban su lugar y con las que podría divertirse solo una noche como le gustaba.

Cuando se ponía a pensar en eso le daban ganas de llorar, pero pronto se contenía. Quizá era solo una obsesión que pasaría con el tiempo, su vida ahora era al lado de Encarni y su pequeño Caleb.

El problema era que con eso del asedio, aparte de sentirse muy nerviosa, tenía también terror de lo que iba a pasar. No se lo había comentado a Encarni porque era una cosa que solo concernía a su orden, pero habló mucho con el senescal y Luc, quien había vuelto a la villa para dar apoyo a su tío durante el asedio.

Él le había contado que los miembros de la orden, incluso los menores como ella, tenían que estar muy unidos, pues la profetisa había vaticinado que Provenza sería destruida. Al principio eso de una profecía le pareció cosa del diablo, pero Bernard le explicó que era un don de Dios. Y sabiendo que Provenza sería destruida, temía por el futuro de Béziers y ese asedio. Quizá no saldría con vida de aquel lugar.

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