Cap. 3

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Verifique que jazmín, mi hermana ya estuviera dormida y salí de mi casa ya tarde a eso de la media noche para que las vecinas chismosas que nos vigilaban ya estuvieran dormidas. Camine las 3 casas a la derecha de la mía y llegue a la cochera de la casa de Tomas en la cual había música y pocos hombres en realidad, había ocasiones en donde asistían más a sus reuniones. Pase entre unos 5 que estaban sentados tomando en la cochera y note sus miradas hacia mis piernas descubiertas y hacía mi, pero seguí caminando hacia la puerta de la casa. Al entrar me topé con Tomas.
-Hola pequeña, ¿Que haces aquí? Pregunto.

-¿Aún podemos hablar sobre lo de mi Padre? Pregunté con voz de niña mimada.

-¿Aquí y ahora? Dijo sarcástico.
Me quede callada.
-Mira siéntate aquí. Dijo mientras me tomaba del hombro y me acercaba una silla.
-Ellos son algunos compañeros del trabajo, también conocieron algunos a tu Padre. "Es la hija de Alejandro mi compadre que en paz descanse" agregó.
-Dame un momento y estoy contigo. Me dijo mientras entro nuevamente a la casa.

Después de unos minutos y algunas preguntas y miradas incómodas entre los hombres que estaban sentados y yo, Tomas volvió.
-Es muy tímida. Dijo uno de los hombres que había querido sacarme plática.
-¿Porque? Entiéndela está entre puros desconocidos. Agregó Tomas.
-Solo le pregunté su nombre y su edad. Dijo el hombre mientras tomaba de su cerveza.

Empezaba a amar a Tomas, sentía que me protegía como si fuera su hija.
-¿Quieres decírselos nena? Me pregunto.
En realidad yo no quería, eran señores de entre 40 a 50 años le calculaba, por la experiencia con las parejas de mi Madre sabía lo que querían.

-Tengo 12, los cumplí el Martes, y me llamo Daniela.
-Pues mucho gusto Daniela, pareces más grande que solo 12 años. Dijo el hombre mientras me miraba de arriba a abajo.
-Bueno ya, deja a la nena en paz. Dijo Tomas.

Después de que un par de hombres más salieran de la casa nos pusimos a platicar, primero algunos me contaron lo que hacen o en qué división de la policía trabajaban. Después, Tomas saco una caja en donde me empezó a enseñar fotos de mi Papa y él cuando estaban en la Academia, yo aún ni siquiera nacía, pero ya estaba en camino, decía Tomas.
Para este entonces yo ya había agarrado mucha más confianza y ya estaba recargada en el pecho de Tomas mientras él me abrazaba por detrás de mi cabeza y posaba su brazo en mi hombro.

Después me ofrecieron una cerveza, uno de los hombres que andaba más insistente en hablarme, y la tomé.
-Pero solo una. Dijo Tomas.

Comencé a beber y sabía horrible, pero no quería quedar mal porque en realidad si la estaba pasando bien y quería sentirme integrada con todos. Poco a poco Tomas fue bajando su brazo que inicialmente abrazaba mi hombro hasta bajar a mi cintura casi tocando mis glúteos con su mano, aunque lo noté, no lo vi mal, así lo hacía mi padre, y como Tomas también tenía hijos supuse era un instinto paterno.

Una cerveza se convirtió en dos, y cuando probé la tercera perdí parte de la noción del tiempo, para cuando acordé estaba de rodillas en el baño de la casa del vecino vomitando, mientras uno de los hombres que me acechaba mucho me tomaba el pelo para que vomitara sin mancharme.

Confiar es un errorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora