María José
Aquella chica y yo no hablamos más, y no porque yo no quisiera. De hecho, me hubiese gustado intercambiar más palabras con ella pero quedarme más tiempo implicaba un nuevo castigo de mi madre.
Y a decir verdad, no estoy lista para otro de sus golpes.
Tengo que regresar a casa antes de las nueve de la noche y el tiempo transcurrió tan rápido al lado de la chica misteriosa, que no noté la hora hasta que ella recibió una llamada y pude verlo en la pantalla de su celular.
No hubo oportunidad de pedirle ni su nombre, ambas estábamos tan centradas en conversaciones a cerca de la muerte que se me olvidó ese detalle. De todos modos, dudo mucho volver a verla, así que sin nombres no hay mucho que recordar o extrañar.
Salvo su mirada. Cuando vi sus ojos mieles por primera vez, sentí un ligero adormecimiento en el pecho, como si fuese una señal, una señal que no logro comprender hasta ahora.
Detrás de la frialdad que su mirada irradia se puede percibir también cierta tristeza, pero esta es una acompañada de resentimiento, ira y dolor.
Es una combinación enigmática que me ha mantenido en vilo las dos semanas que tuve de vacaciones debido a las fiestas de fin de año. No tengo mucho que decir de ellas, porque no hay nada emocionante.
Mis padres siguen empecinados en que tenga una amistad con algún hijo de los asistentes de la iglesia a pesar de haberles dicho varias veces que no estoy interesada en estos momentos.
Tal vez, si fueran de mente un poco más abierta les diría que lo mío no son los chicos, y que por ende deben dejar de insistir. Pero prefiero ahorrarme problemas por lo que solo opto por el silencio.
Durante los días después de las fiestas y antes de regresar a la escuela, he dado pequeños paseos por las playas con la esperanza de volver a verla y retomar la conversación que dejamos la noche en la que nos conocimos pero no he hallado rastro de ella. Es como si este pequeño pueblo se la hubiera tragado.
Sabiendo que iba a desaparecer de manera repentina, tal vez le hubiera preguntado su nombre. Ese es otro misterio que parece quedará sin resolver.
- Luces fatal- comenta mamá con su habitual tono severo. Deja el jugo en la mesa y luego deja huevos fritos en el plato de papá y Elías. Yo, como siempre, tengo que servirme sola. - No puedes dar esa impresión, María José.
Odio que me llame así, no importa cuantas veces se lo haya dicho, parece que disfruta ver mi semblante serio cuando pronuncia tan calmada. Evidentemente no puedo decir lo que pienso cuando me habla por ese nombre porque ganaría una cachetada de su parte y en estos momentos no necesito nada adornando mi rostro.- Poché, mamá.
- María José es tu nombre- pronuncia resentida.- Es un nombre especial.
- Puede serlo para ti, pero prometiste que dejarias de llamarme así si terminaba cantando en el coro de la iglesia. Y lo logré.
- Pero ahora no cantas más. Así que ya no hay trato.
Quisiera que aquella decisión me tomara desprevenida y me sorprendiera, pero no es la primera vez que mamá hace algo así. Siempre promete algo y nunca lo cumple, decido callar en lugar de reclamar por una de sus injusticias y me encamino hacia la mesa para esperar a papá y dar comienzo a este día con sus oraciones.
Lo malo de ser nueva en la escuela no es el hecho de no conocer a nadie, sino, ser el punto fijo en común de todos los pares de ojos a mi alrededor y por ende, hacer estupideces para tratar de escapar de ellos.
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Winter Solstice | Adaptación Caché | Terminada
FanfictionMaría José Garzón, hija menor de un pastor, se muda a un pueblo junto con su familia luego de un mal entendido con la chica. Daniela Calle, una chica a la que todos en el pueblo la consideran como "la mala influencia". ¿Cómo podrán estar unidos sus...