No tenía nada interesante que hacer, nada más que mirar hacia los niños jugar mientras que esperaba intranquilo. Podría definirme como una persona impaciente, pero sabía bien cómo mantener la calma y aguardar unos minutos. En algunos casos, para ser sincero.
Aunque la pequeña ansiedad por que él llegara me tenía con los pies golpeteando sin parar el suelo. Estoy muy seguro de lo inquieto que me veo a lo lejos, de todos modos me da igual.
Hacía frío, bastante a decir verdad, pero no era tanto cuando salí de casa. Debía tomar una chaqueta. Mamá siempre tiene razón, tengo que prestar más atención a lo que me dice.
Por el momento abrazarme a mí mismo era la única manera de calmar los temblores. Abulté los labios viendo a los lados, esperándolo, a ese idiota impuntual que no se cansa de hacerme esperar.
De todos modos no iba a enojarme. Es imposible hacerlo cuando se trataba de él.
Miré a la izquierda, soltando sin pudor un bostezo que aguó mi vista. Estaba cansado, no tanto, solamente un poco. El frío también me provoca cansancio.
Aunque sabía que mi rostro adormilado se desvaneció en cuanto me percaté de su presencia, esa silueta particular que venía en esta dirección. Corría, venía tarde, pero sé que su corazón no latía más fuerte que el mío.
Minho se escuchaba agitado cuando llegó a mi lado, tocándose los muslos a la vez que tenía el cuerpo inclinado, su flequillo le tapaba parte de los ojos. Lindo.
Sonreí con algo de molestia, quería que supiera cuánto detesto que me deje esperando.
—Tarde—dije acariciándome los costados—. Una hora—agregué viéndolo reincorporarse.
Jadeó.
—Lo siento, lo siento—. Minho se sentó a mi lado—. Tuve unos inconvenientes.
—Lo supuse—. Porque siempre era lo mismo—. Por lo menos llegaste, estaba a punto de irme.
Mentira.
Su risa me hizo sonreír. Mis ojos fueron rápido a su rostro, me gustaba mucho ver la manera en que sus hoyuelos hacían su aparición especial cada vez que reía.
—Tú querías hablar conmigo—dije acercándome cautelosamente—. Te escucho.
Dejé de oírlo, puesto que el semblante cambió, ese carraspear me hizo entender que era algo serio. ¿Podría? ¿O solamente estoy siendo exagerado? Muy interpretativo.
—¿Por qué no vamos a caminar? —dijo señalando a su alrededor, el paisaje, los niños jugar y los arboles moviéndose a la melodía del viento—. Prefiero conversar en otro lugar.
Fruncí el ceño sin comprenderlo, pero accedí colocándome de pie. Sentí sus ojos pasearse por mi rostro, pensativo, digamos que Minho no era muy bueno disimulando.