Me hubiera gustado mucho haber despertado esa mañana y darme cuenta de que todo había sido parte de un horrible sueño, pero no, no fue así. Lo ocurrido no se trató de un juego cruel de mi subconsciente, lamentablemente.
Cada palabra fue real, esa estúpida confesión de Minho no la inventé mientras dormía. Lo único bueno era su suéter abrigándome, sanando de una manera bastante superficial el ardor que se incrementaba con el pasar de los segundos despierto.
Me reiré de mí mismo en unos meses, estoy seguro de eso. Será una anécdota graciosa de contar; la vez que lloré una noche completa por un amor no correspondido a la vez que usaba ese gastado suéter, olfateándolo, agarrándome con desespero a la prenda que me hacía sentir cerca de él.
Son las once, acabo de despertar. Estoy cansado, me duelen los ojos, como si tuviera arena raspándome cada vez que parpadeo. Irritante, muy molesto, quiero sacarme los ojos.
Tengo la garganta como un desierto árido. Quizás toda el agua de mi cuerpo de esfumó en ese llanto durante la madrugada, imposible, pero era una buena explicación.
Me levanté, quité las sábanas de mi cuerpo y escuché con la nariz arrugada el tronar de mis huesos tensos. Un masaje no me vendría mal. Minho es bueno dándolos.
Agarré el teléfono después de observar a mi alrededor con molestia, enojo, desagrado de haber despertado en mi mugrosa habitación, solo, una vez más. Miré la pantalla dudoso.
Muchas llamadas, mensajes, basura que no tenía ganas de responder. Su nombre casi se pierde entre las notificaciones. ¿Algo así como seis llamadas? Wow, Minho, te esmeraste esta vez.
Corazón, te devolvería la llamada, pero hoy no quiero hablarte. Pienso.
Dejé de lado el aparato dueño de mi ansiedad creciendo por hablarle. Quería superarlo ya, de un día a otro, sí, iba a borrar el amor que sentía por él. Ese era el chiste del día, espero haberlos divertido.
Hice lo que pude para extirpar mi cuerpo de la cama, casi como si yo fuera su tumor maligno, no quería irme, pero tengo cosas que hacer. Fingir estar enfermo sonaba muy tentador, el lado egoísta susurraba que sí, que tenía que enterrarme y hacerme un bollo entre las sábanas.
Imprudentemente la puerta de mi habitación se abrió. Intrusos. Dudo que la persona que creó la puerta esté contenta dándose cuenta de que en esta casa no le hacen honores a su creación.
Privacidad, ¿qué es eso?
Mi madre venía feliz, tranquila, aunque noté lo perturbada que la dejó mi estado demacrado de adolescente endemoniado, poseído por amor negativo. Puaj. Pobre mujer.
—Jisung, ¿estás enfermo? —Sí, mujer, estoy enfermo—. ¿Irás a dejarle los libros a la abuela? —agregó preocupada.
No sé si le preocupo yo o los mugrosos libros de la abuela. La segunda opción sonaba más acertada.