Hay muchos detalles de ese día que no recuerdo muy bien, puesto que estoy muy seguro de que Haewon me dijo un montón de cosas cuando llegué. Lo que pude contarles antes fue una parte, lo que pude captar y procesar la verdad.
Ese fue el inicio de una noche extraña para mí y mis ilusiones que comenzaban a salir después de ser regadas. ¿Florecerían pronto? ¿Se marchitarían? Quiero cortarlas de raíz, arrancarlas mejor, quemarlas, dárselas a los perros, conejos, cualquier animal que pueda tragárselas.
Pasaban minutos y yo quería irme. No hice ningún aporte mientras que esperaba a que los invitados llegaran y, una media hora después, Minho lo hiciera.
Lo vi de lejos, diciendo por lo bajo ese "feliz cumpleaños" que todos gritaban energéticos. No importaba cuán alto lo dijera, estoy seguro de que se perdería entre los demás.
La música ya sonaba a un volumen que impedía que se pudiera hablar tranquilo, odioso, seguramente a Minho le molestaba el retumbar en sus oídos. Gente paseaba de un lado a otro, abrazándolo, diciendo cada uno de ellos las mismas palabras repetitivas.
No me he acercado a él para decirle feliz cumpleaños, tampoco podía, se le veía muy ocupado siendo el centro de atención mientras que Haewon pedía un poco de espacio. Lindo gesto, Minho lo agradecería.
Era como si me hubieran invitado para ser parte de la decoración. Estoy mimetizándome con los globos rozándome el brazo mientras que sostengo ese vaso de refresco sin el gas suficiente para beberlo. Asqueroso, pero no tengo sed.
Mis ojos seguían puestos en Minho. Lo veía tan alegre, los marcados hoyuelos en sus mejillas jamás mienten.
¿Debería irme?
No tengo tanto que hacer. Mi regalo está con el resto, él podrá verlo en algún momento, por ahora no hay mucho aporte de mi parte. Soy inclusive más inútil que la decoración.
Fue entonces que sus ojos se posaron en mí, notó mi presencia y mi corazón tuvo su reacción instantánea al brillo que emanaba de sus pupilas. Pareciera como si realmente en su mente se hubiera plantado la idea de que yo iba a faltar.
Minho estaba sorprendido, lo sé, pero igualmente una sonrisa más grande que la anterior se posó en sus labios. ¿Le alegró verme? Al parecer sí.
Mi pecho quemó, porque algo tenía esa sonrisa que incluso arrancó un suspiro de mi parte. El calor en mi cara era tan solo un agregado a mi vergüenza.
Quería evadir su mirada en mí, pero era complicado. No eran sus dientes viéndose debajo de su labio superior lo que demostraba su felicidad de tenerme ahí, supongo, sino que sus ojos reflejaban lo mismo.
Era muy fácil alzar las comisuras de los labios y fingir emoción, pero no hay nada más sincero que el lenguaje de las miradas.
Me alteré por eso, me sentí nervioso y creí que mis manos sudaban, pero en realidad eran mis dedos estrujando el pobre vaso de plástico al punto de rebalsar su contenido.