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Parpadeó, sorprendida, porque no recordó cuándo fue la última vez que Lisa decidió cocinar estofado. Los últimos meses, debido a la cantidad de trabajo que ambas tenían, solían comer fuera o pedir algo para llevar, dejar de lado las comidas caseras, los almuerzos en conjunto, y las conversaciones tontas pero agradables que solían tener.

—Bienvenida, Jennie. —le gritó Lisa desde la cocina, y de forma inevitable, se dirigió a ella como solía hacer antes, sólo que, en lugar de abrazarla por la cintura para hacerla reír, dándole después un par de besos en el cuello y los labios, se limitó a quedarse de pie bajo el marco de la puerta, viendo su rostro colorado por el calor en el lugar, su expresión relajada y el mandil de girasoles atado a su cintura —. Te extrañé mucho, ¿Cómo te fue hoy?

No podía quitar sus ojos de Lisa.

No podía desviarlos, no podía dejar de ver esa mirada tan brillante, o la forma en la que sus ojitos desaparecieron al sonreír.

Por un breve instante, quiso abrazar a Lisa, enterrar su rostro en el pecho y acurrucarse en sus brazos, como hacía meses atrás, cuando las cosas parecían ir bien, cuando Irene era sólo su asistente y no algo más.

Irene.

La pobre Irene mirándola con pena y molestia por la decisión de aceptar la propuesta de Lisa, hablándose sólo lo necesario, sin querer tener una conversación privada con ella.

—Bien —respondió con tono lejano, comenzando a quitarse el abrigo —, cerré un nuevo trato, voy a dedicarme a diseñar un nuevo centro comercial.

—Felicitaciones. —dijo Lisa girándose, dándole la espalda —te lo mereces Jen, trabajas duro.

De forma inevitable, recordó a Lisa dentro del auto de esa desconocida a quien llamó una de sus pacientes, mirándola con tanta adoración y ternura que su estómago se encogió por algún motivo que no podía comprender, y la desesperada necesidad de alejarla de ella, de impedir que la besara, llegó de forma inevitable obligándola a actuar.

Sonaba como una maldita hija de puta egoísta, lo sabía, pero no se trataba de eso. Lisa podía ilusionarse con facilidad, y si esa desconocida sólo la quería para un momento, ¿no le estaba evitando entonces más sufrimiento?

Lisa, en tanto, suspiraba mientras apagaba la cocina, el estofado ya listo, las papas salteadas preparadas. Ese día había salido más temprano porque su último paciente canceló la cita, así que aprovechó para llegar antes a casa y poner sus habilidades culinarias en acción.

Recordaba que antes, cuando las dos tenían tiempo, podía estar todo el día cocinando nuevas recetas, muchas veces terminando con una intoxicación porque no solían preocuparse demasiado de lo que hacían. Sin ir más lejos, mientras algo se cocía, freía o hervía, hacían el amor sobre la mesita de la cocina, sin importarles si lo que cocinaban terminaba quemado.

No pudo evitar ruborizarse al pensar en esas ocasiones en las que no se resistían para llegar a su habitación, haciendo el amor donde se encontraran. Toda esa casa estaba marcada.

Así que, al salir, pensó que podía cocinar algo para la cena de esa noche. Después de todo, llevaban una semana desde que Jennie aceptó ceder a sus treinta días, y si bien no peleado, tampoco es como si hubiera tenido grandes avances.

Las cosas estaban ... igual que siempre. Sí, Jennie la iba a buscar luego del trabajo, conversaban de cómo les había ido en el día, cenaban juntas y luego se iban a dormir.

Lisa quería intentar algo más arriesgado, tal vez hacer el amor con Jennie, hacer ver que ellas seguían conectadas, sin embargo, tenía miedo de que Jennie la rechazara.

Sirvió la comida, llevándola al comedor donde Jennie estaba llenando las copas con vino, y se quitó el mandil que se compró cuando recién se mudaron a esa casa.

—¿Cómo te fue a ti en el trabajo? —preguntó Jennie con tranquilidad mientras se sentaba.

Lisa se encogió de hombros.

—Lo mismo de siempre, niños enfermos y padres asustados —sonrió suavemente —Yeri estaba mucho mejor. Hoy Rosé y Jisoo la acompañaron, me contaron que estaban pensando en adoptar para que Yeri no esté tan solita.

—Es un trámite largo. —respondió Jennie indiferente.

La sonrisa de Lisa se volvió algo triste y apenada.

—Si...

Jennie dejó salir el aire de sus pulmones, notando una punzada de dolor en su corazón al ver la expresión lejana, afectado de Lisa, y luego mordió su labio inferior.

—Tengo dos entradas para el cine mañana —le dijo entonces, notando como sus ojos se iluminaban —¿quieres ir? Luego podemos cenar fuera, Lis.

Lisa asintió, contenta de ver que Jennie estaba invitándola a salir. Había pensado en hacerlo ella, sin embargo, no se le había ocurrido dónde ir. Eso de planificar citas normalmente no le salía bien.

—¿Qué película es? —preguntó entusiasmada.

Jennie sonrió de lado.

—Es una de terror. —dijo con cierto tono burlón en su voz..

Su esposa la miró con incredulidad.

—¡Jen, sabes que esas no me gustan! —reclamó como una niña pequeña.

—Vamos, Lisa, tienes veintiocho años —se quejó Jennie —, además, no tienes por qué tener miedo. Estaré allí para protegerte.

Su boca no pudo liberar sonido alguno cuando Jennie dijo esa última frase como si nada, aunque había toda una historia detrás: a los diecisiete años, cuando ambas fueron al parque de diversiones, Lisa comenzó a sollozar al momento de subirse a una montaña rusa. Jennie le tomó la mano como si nada, llamando su atención, diciéndole aquella frase para que no miedo, y el juego comenzó.

Por supuesto, Lisa salió llorando también, jurando que nunca más iba a subirse allí, pero esa frase quedó grabada en la mente de ambas como una promesa secreta.

—Si tengo pesadillas será tu culpa —dijo Lisa con voz débil.

Jennie asintió.

—Es una fortuna que durmamos juntas, entonces. —replicó Jennie.

Lisa se sintió feliz de ver a Jennie intentarlo, aunque Jennie estaba todavía confundida e indecisa. Y aunque le hubiera hecho daño y le hubiera roto el corazón.

Pero prefería verla intentando a verla rendida.

Si Jennie se rendía, entonces Lisa podía darse por perdida.

Apego. - JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora