Eloi amaba la lluvia, en especial cuando esta se acompañaba de las primeras luces del alba. Por eso, apenas se inició el característico tintineo contra la lona, salió al exterior y se sentó sobre la hierba húmeda. Dos minutos después, escuchó un bostezo seguido del sonido de la cremallera de la tienda. Oriol ya estaba despierto.
Pese al frío de enero, salió en calzoncillos y se aproximó con el cabello enmarañado, los ojos legañosos y una sonrisa resplandeciente.
—¿Qué haces aquí fuera, cariño? —le preguntó.
—Esperar a que se despierte el bello durmiente —contestó él, risueño.
Hizo amago de ponerse en pie, pero, con un empujón cariñoso, su amante lo tumbó sobre la hierba.
—Aquí me tienes. —Le dio un beso de buenos días tan apasionado que los dos terminaron rodando sobre el prado, con todas sus consecuencias—. ¿Y si volvemos adentro y te acurrucas conmigo? Aquí nos vamos a resfriar. —Su voz era suave, tentadora, tanto como el roce de los labios.
Eloi sonrió.
Sabía que su compañero odiaba las acampadas, aun así, decidió escaparse con él para celebrar su noche de bodas.
Respiró hondo, absorbió el aroma de la tierra húmeda, escuchó el sonido de las aves que volaban raso y cedió a la petición de su esposo.
Ya en el interior de la tienda, se despojaron de las ropas empapadas, acompañando cada gesto de caricias y besos que se perdían por sus cuerpos. ¡Tenían tanto que celebrar! Tras años de juicios y amor furtivo, por fin habían vencido al mundo. Ahora nada ni nadie podría separarlos.
O eso creyeron.
De súbito, mientras recuperaban el aliento entre promesas eternas, se escuchó un fuerte estruendo que hizo temblar el suelo. Fue como si una bomba hubiera impactado en un sitio cercano. La lona se zarandeó y todo se tornó oscuro.
—¿Qué habrá sido eso? —preguntó Eloi, sobresaltado. Todavía le zumbaban los oídos—. ¿Un trueno?
Con el corazón agitado, se abrazó a su amante —el pilar de su mundo—. No le dio importancia a lo tenso que parecía de pronto ni a que no le correspondiera. Supuso que él también se habría asustado. Sin embargo, cuando lo miró de frente, descubrió horrorizado que Oriol ya no era el mismo.
Su piel tostada ahora lucía pálida y arrugada, los ojos castaños se tornaron rojos y sus palabras quedaron enmudecidas por el crujir de las tripas.
No obstante, lo peor fue el hedor... Olía a carne podrida.
Poco a poco, las fauces de su amante se abrieron dispuestas a devorarlo.
ESTÁS LEYENDO
Jugar al amor
Science Fiction«Hasta que la muerte os separe», dijo el concejal que los casó. Pero Eloi no va a permitir que la muerte se interponga en su matrimonio, por mucho que Oriol se haya convertido en zombie. Quien sí podría interponerse, en cambio, es Edu, el forastero...