La guerra hace que todo cambie: las cosas pequeñas dejan de tener importancia; las cosas que importan se magnifican; las propias necesidades se olvidan en beneficio de tu país y de aquellos que necesitan más; las profesiones se cambian; la amistad se convierte en romance... Y un trabajo que podía costarte la vida, en amor
Había llegado a Londres para trabajar en uno de los muchos hospitales que había distribuidos por la ciudad. No diré que la enfermería era mi pasión, pero en aquellos tiempos revueltos y crueles era una profesión que me hacía sentirme útil y reencontrarme con mi pasado.
Mi padre fue un soldado que perteneció al undécimo batallón de Chesire que luchó durante la primera guerra mundial en la batalla del Somme, una batalla que resultó definitiva en la victoria de la guerra contra los ejércitos de la triple Alianza. Allí fue herido y trasladado a un hospital de campaña donde una enfermera francesa cuidó de él día y noche hasta que recuperó la salud. Esa enfermera era mi madre.
Mi padre siempre comentaba lo horrible que eran la noches en los hospitales: los gritos de muchachos agonizando, el sonido no tan lejano de la batalla, el olor a sangre y muerte... Pero que todo eso se olvidaba cuando una amable enfermera te cogía la mano y te susurraba o te cantaba. Que ellas eran en muchos casos la diferencia entre la vida y la muerte y que sin lugar a dudas mi madre era la razón de que él aún estuviera aquí.
La historia de mis padres no era tan distinta de tantas historias vividas en la guerra, ni era más romántica, pero sí había algo que la hacía única, y era que su amor fue brillante y constante desde el primer día hasta el último, que desafortunadamente fue, cuando yo tenía once años cuando mi padre murió en un accidente en las minas donde trabajaba.
En 1939 con las alarmas de guerra ya sonando en Gran Bretaña, yo decidí cursar enfermería. No por la parte romántica y vocacional, que es lo que movió a mi hermana Prim un par de años años después a estudiarlos, sino movida por la responsabilidad del pasado de mis padres y por una parte de deuda que mi familia tenía con el cuerpo de enfermeras.
Así que de pronto me vi trabajando en St. Bartholomews, cuando comenzaba el verano de 1942 y viviendo en un piso en un barrio cercano con tres compañeras de caracteres muy dispares.
Annie Cresta era tímida y callada, pero la mejor enfermera que conocía. Procedía de Irlanda y tenía los ojos del mismo color verde esmeralda que la isla. Ese rasgo físico lo compartía con su prometido, Finnick Odair, al que había conocido cuando llegó herido levemente al hospital donde trabajábamos. Finnick trabajaba en inteligencia y pasaba largas temporadas fuera de Londres.
Johanna Mason, posiblemente era la mujer más liberada sexualmente que conociera, morena con pelo corto y tremendamente sexy. No había noche que no tuviera en su cama a algún soldado, oficial o marido. Por desgracia mi habitación estaba junta a la suya y lo podía certificar. Pero si había algo que la definía era su honestidad y lealtad inquebrantable.
Madge Undersee era alta, rubia, elegante y tenía esa belleza distante de la aristocracia inglesa, pero pese a todo su dinero y su aura de gran dama era una chica reservada y generosa. Lo suficientemente generosa para estar jugándose la vida en Londres en vez de disfrutar de la seguridad de su mansión en una zona rural e interior del país donde no llegaban los bombardeos.
Mi rutina era siempre la misma: trabajar, hacer la compra y dormir lo máximo que pudiera. Con los bombardeos incrementándose ese verano, las pocas horas de sueño que podías conseguir se atesoraban como si fueran oro. La mayoría de las incursiones alemanas se producían por la noche y eran aterradoras, pero conforme los días pasaban una aprendía a vivir con esa espada sobre la cabeza, sabiendo que cada día era un regalo ya que podía ser el último. Todos los días vivíamos el último día de alguien en el hospital. Así que aunque ninguna excepto Johanna éramos muy dadas a las fiestas o bailes, cuando Finnick consiguió entradas para todas para una exclusiva fiesta de nochevieja, ninguna dijo que no.
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El desembarco de Normandía
FanficLa guerra hace que todo cambie: las cosas pequeñas dejan de tener importancia; las cosas que importan se magnifican; las propias necesidades se olvidan en beneficio de tu país y de aquellos que necesitan más; las profesiones se cambian; la amistad s...