Tiempo

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Pasaban los días. La rutina era abrumante, todos los días había que hacer exactamente lo mismo: entrenar, procurar mantener el santuario como correspondía, elevar oraciones a su dios protector... 

... Pero aunque ya nos podemos imaginar la nueva rutina de Sorrento, no hemos conversado aún de lo que sucedió con Kanon aquellos días.

Kanon era un ser humano que estaba dedicado a su cargo de General porque, hombres mortales tan poderosos como él, habían muy pocos en aquella época. Ambiciones oscuras como las suyas, sólo las podía tener él. Y éstas eran su prioridad, no olvidemos este pequeño detalle. 

Aún deseando llevar a cabo su plan, con más razón debía entrenar su cuerpo y cultivarse. No era solamente culpable la vanidad...

Entonces, en sus días tranquilos en aquel lugar, Poseidón convocaba a una pequeña asamblea y les comentaba que, de todos los mortales que postulaban a tan importante cargo, era Sorrento el escogido, Kanon casi estalla por dentro de la rabia. Eso alteraba su plan, ponía en riesgo la potencia que tenía que tener ese ejército.

Pretendió amedentrarlo para que se fuera. Si era débil, iba a sucumbir; si era fuerte, debía probar primero que era digno de estar ahí.

Le dió 48 horas.

Las primeras horas, sólo estaba aislado mirando. Kanon podía sentir cómo le observaban cuando volteaba, por lo cual decidió ubicar unos objetos metálicos de entrenamiento a una distancia y ángulo apropiado para poder mirar lo que ocurría. Efectivamente, no le quitaban los ojos de encima. Eso lo hizo sentir curioso, y por lo mismo no se quedó sin hacer nada. Así como se sentía observado, él también podía observar. 

Sorrento no era un hombre corriente. Era un hombre de estatura regular, pelo lila, ojos rosados, buena musculatura, poco volumen corporal. Jamás pensó que iba a demostrar tanta disciplina y fuerza en sus entrenamientos. Resistía sin mover un músculo de la cara, ejecutaba precisamente, levantaba cargas que equivalían casi al doble de su peso. Era sorprendente.

Quiso quedarse tranquilo por un momento. Algo en él estaba curioso de saber qué tanto estaba comprometido con ese ejército.

- Oh, gran dios de los mares, gran Poseidón. Permíteme dirigir esta plegaria a ti: Necesito que infundas en Sorrento la tenacidad para enfrentarme, ponlo a prueba para comprobar su lealtad hacia ti y prueba su fuerza. 

No sólo le otorgó lo que había pedido: le dio un motivo. Poseidón quería que Sorrento se quedara porque, siendo un dios, podía saber si era un ser humano digno de ser parte de su ejército. Conociendo a la perfección a su más leal caballero, sabía exactamente qué tenía que hacer.

Entonces, Poseidón apareció en un sueño y se dirigió a él:

- Sorrento, necesito que te aprendas todo lo que puedas observar del Cosmos. Quiero que siempre encuentres el camino de regreso, sin importar dónde estés. Prométeme que todas las noches en que no deba mandar a mis nubes a cubrir el mar, irás a mirar todas las constelaciones y dirigir plegarias a favor de quien defenderá tu vida.

El hombre despertó con la convicción viva de hacer lo que en su mente había surgido, sin saber mucho porqué. Aún cuando el sueño era dirigido por un dios, no significaba poder recordarlo a la mañana siguiente.

Así, antes de dormir, tuvo la idea de caminar por el santuario e ir a ver las estrellas... y al recorrerlo, encontró algo más.

Una melodía que jamás había escuchado. Era un ritmo, una respiración agitada, un gruñido extraño. ¿Qué era...?

Entonces se acercó tanto como pudo a esa puerta. No era una melodía - más bien para él, sí -, sino la respiración agitada de un ser humano. Y no la de cualquier ser humano, sino de aquel que había sido grosero con él.

Castigo divinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora