Nunca he sido un santo, de hecho muchos me han denominado cabrón insensible, pero yo me debo al placer, y como comprobarás conmigo, también me debo al pecado.
Ángeles, demonios, sexo gay y mucho humor.
Pues como podrás imaginar, sí, me morí. Y es que prefiero ni imaginar cómo me encontraron, porque mira, cuando te mueres no ves tu cuerpo mientras asciendes así en rollo película. Cuando te mueres se apaga todo y cuando abres los ojos, tachán, estás en un sitio rojo hortera que te cagas.
Quizás tú estés en un sitio del rollo de los campos verdes del salvapantallas de Windows, pero como yo comprendería más tarde, a mí me había tocado el infierno.
Venga ya, uno lo que tenía que hacer era morirse y punto, no andar yendo a otros lugares a vivir eternamente, menudo cansancio.
Esperé encontrarme a Bob mirándome con cara de decepción, pero allí no había ningún rastro de Bob.
Estaba completamente solo, y todo era de un rojo y negro que ni una mazmorra de sadomaso. En esos momentos, no sabía dónde estaba, en el fondo yo creía que estaba flipando por culpa de los calmantes que me tendrían puestos en el hospital, y que por culpa de Bob que me había dicho demasiadas veces que mi alma estaba condenada, yo me estaba creyendo en el infierno.
Pero ahí fallaba algo, la gente agonizando entre llamas eternas, y allí ni había llamas ni gente.
—Bob —le llamé por fin, total si era una alucinación digo yo que podría hacer aparecerse al maldito rubio que me había abandonado.
Pero allí no apareció ni Bob ni nadie, y en el puñetero infierno no tienen la deferencia de darte un reloj, así que no tengo idea del tiempo que pasé solo.
Lo que sí supe es que nunca en mi vida había estado tanto tiempo solo, vivía solo, pero siempre estaba rodeado de gente, gente a la que ni conocía, algún amigo que me había sobrevivido al sexo, algunos colegas de fiesta, a mis padres no los conocí, así que de familia nada. Pero aunque solo hubiera sido la gente que habitaba el mismo espacio en el planeta que yo, hacían una cierta compañía. Aquí no había nadie, absolutamente nadie.
¿Esta era mi condena? ¿Estar por siempre solo?
Llegué a pensar que sí, que al final había algún tipo de exculpación los pecados como decían en el orfanato las monjas.
Nunca me interesó el más allá, bastante tenía con el más acá, y aún tenía esperanzas de que en realidad estuviera en un coma de esos que luego despiertas.
Después de un tiempo incalculable, pero por el camino recorrido tenía que ser bastante, apareció lo que yo creía que era un pajarraco tipo buitre o algo así.
Pero no era un pajarraco, más o menos, era un tío bastante caliente con unas alas negrísimas como todo él.
Le miré de arriba abajo y él hizo lo mismo, si aquello era el infierno, ¿este era Lucifer?
—Así que eres tú —dijo con esa voz como la de Bob, y allí todo mi plan de estar en coma se fue a la mierda, estaba en un sitio que tenía claro no me iba a gustar.
—Yo soy yo, sí, ¿quién eres tú? —pregunté, porque su afirmación dejaba claro que él sí sabía quién era yo.
—Acompáñame, te estábamos esperando. —A la voz de Bob me había medio acostumbrado, y comparado con la de este, era casi celestial.
—¿A dónde?
Pero el pivón negro alado no me contestó, al menos tuvo la deferencia de ir andando, pero no me dijo nada más.
Algo que era extraño, aunque no tanto como ir junto a un tío con alas, era que en todo ese tiempo no había tenido ni hambre, ni sueño, ni ganas de ir al baño. Y eso, lo mires por donde lo mires es una pasada. Es como estar jugando a los Sims con todos los trucos activados.
Pero a mí eso de seguir a la gente porque sí no me ha ido nunca.
—¿Podemos parar? Estoy cansado. —Y este tío sabe que estoy mintiendo porque la sonrisa que me lanza es de "no me toques lo cojones" no me preguntes cómo mi mente hizo las conexiones, pero una cosa llevó a la otra.
—¿Aquí tenéis genitales? —Y supuse que sí, porque para qué iba a llevar esa especie de calzoncillos de cuero alguien si no tenía nada entre las piernas.
—¿Eres un demonio, no? —Nada, solo a cada pregunta que yo hacía, él sonreía. Era un tipo duro, pero aunque yo esté muerto sigo teniendo mi encanto y sé cómo hacer que un tipo, demonio o no, me dé lo que yo quiero.
En este caso información.
Toqueteo lo que sea que hay debajo de esa tela, y bingo, una cosa gorda y caliente me dice que ni tan mal estar con un demonio.
—No podemos hacer esperar a tu padre, Asmodeo —Demonio o no, si tiene polla se la puedes tocar hasta que te de una respuesta.
Si no fuera porque me ha cambiado el nombre y porque ha hablado de padres yo me hubiera quedado allí tan ricamente chupándosela.
Porque para vuestra información, los demonios no solo tienen polla debajo de ese trapajo sino que tienen un enorme y suculento miembro del que pensaba disfrutar más tarde.
—No he acabado contigo, pajarito —le digo, lamiéndome los labios. Y será muy demonio, pero casi pone carita de pena.
Caminamos por lo que pareció otra eternidad hasta llegar a una ciudad hecha de fuego y oscuridad. Hay almas quemándose, gritos y llantos. Así como comité de bienvenida no me gustó nada, pero sigo al demonio pollón, para descubrir que pasado el foso de los desgraciados aquello parece una versión demoniaca de las vegas.
Y el castillo del rey del infierno es una copia del hotel Bellagio, con fuentes de lava a todo trapo.
Y mire a donde mire, ahora sí, siento que este sí es mi lugar.
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Se nos murió el rubio, pero oye, tampoco tiene mala compañía.
¿Cómo le irá en el infierno a este canalla?
Al menos parece que hay algo de historia allí para él.