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Jennie's Pov

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Jennie's Pov

La perfección... ¿Realmente existe? ¿Realmente se logra llegar a un punto de perfección femenina donde la valoración sea de cien puntos?

Sería un hecho muy bizarro decir que sí existe cuando lo único perfecto es el funcionamiento de nuestro cuerpo y órganos hasta el punto donde lo dañamos con malos hábitos.

Para un niño, la mujer perfecta sería aquella linda profesora cual trato amable es señal que le gustas. Para un chico en vísperas de hormonas, una chica perfecta sería aquella de senos grandes, de cuerpo detallado en curvas que muestren el cambio hormonal. Para un hombre con responsabilidades, la mujer perfecta sería aquella que lo espera en casa con la comida hecha, aquella que le alcanza una cerveza mientras ve un partido de fútbol, aquella que le mantiene en orden un hogar y cuida de sus hijos.

Pero, ¿para una mujer qué es ser perfecta?

Para mí, una chica de veintitrés años, una mujer perfecta es más que saber tres idiomas, como lo sé, era más que saber cocinar, era más que ser la hija perfecta ante los ojos y afirmaciones de sus padres, era más que ser Jennie Kim.

Quizás, si tan solo quizás, no tuviera aquellos pensamientos, mismos dictados en mí pasado y presente por bocas impías, tuviera más seguridad a la hora de elegir un vestuario, peinado, maquillaje, de ser yo misma a la hora de salir a la calle y comerme el mundo con mí mera presencia.

En un local de café al sur de Chicago me encontraba en compañía de aquella única amiga cual mi polo opuesto representaba en personalidad... en todo, prácticamente. Quizás por eso habíamos empatizado tanto aunque la mayoría de conversaciones solo eran debates de puntos extremos.

—Rosé —mi voz vaciló un poco al llamar a la rubia frente a mí cual terminaba su segundo batido—. Creo que me estoy arrepintiendo.

Me lanzó una mirada negativa arrugando su entrecejo, alzando su mano libre para, con un movimiento, desechar mi acotación. Era vano decir que no a Park Rosé, pero por lo menos lo intentaba.

—Ya estamos aquí, Jennie. Te irás por encima de mi cadáver. Debes conocer a mi amiga.

Cualquier comentario en respuesta lo deseché; ya sabía que Rosé hablaba en serio, y sí quería usar aquella freidora de aire por un mes y callar su petición, debía quedarme y esperar la cita que ya había preparado. Era el trato y debía respetarlo. Un trato muy tonto, pero lo acepté porque ya sabía de antemano que cualquier relación social con mi persona, era nula ante mi timidez. Cualquier persona se aburriría conmigo.

El mesero que nos había atendido regresó a la mesa retirando el vaso de Rosé, dándole una mirada que supuse era coqueta, de aquellas que esperan como respuesta el número telefónico escrito en una servilleta. Cosa que no pasaría tratándose de mi amiga que, amablemente le devolvió una sonrisa, pues a Rosé no le gustaba ser la presa sino el cazador.

Flσɾeceɾ eɳ tʋs σjσs  ❀Jeɳlisɑ❀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora