II

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Un día en particular algo cambió.

Un experimentado Licant corría por los grandes y poblados bosques en busca de alimento.

Su nombre en épocas actuales es imposible de pronunciar, pero unas sílabas fueron entendidas y traducidas: Meleann.

Meleann se enorgullecía de ser considerado uno de los jóvenes más astutos, fuertes y bellos de su raza.

Examinaba a un venado en silencio cuando un chapoteo se escuchó y espantó al animal. Algo había caído sobre la laguna.

No "Algo" sino "Alguien" había caído al agua.
Debajo de él, en la orrila de la laguna había un humano. La mejor y más bella creación de Dios según la palabra de los Katar.

El joven Licant se escondió mejor y observó al humano en silencio, fascinada de poder ver uno tan de cerca. Pero lo que vió lo indignó.

El humano no parecía ser capaz de correr a gran velocidad por las aguas como él, ni saltar por los aires con gran soltura sin alas, sus músculos no parecían ser capaces de romper montañas o cambiar el flujo del agua. Mientras más veía más se enfurecía, pero se quedó fría al darse cuenta de que había pasado algo por alto: El humano no tenía conocimientos de nada. Un caballo tendría más lógica en sus acciones.

El humano era presa del pánico, se movía eufóricamente, saltando y gritando sonidos incoherentes. Pronto se hundiría si no lo ayudaban.

¿Es que no se supone que es la mayor creación del Señor? ¿Por qué entonces no parece tan magnifico? ¿Por qué el señor no le dio conocimiento? ¿Es eso hermoso? El Señor ha cometido un grave error.

Entonces Meleann salió de su escondite, se zambulló en las aguas y de un salto sacó al humano de su muerte segura.

Ya en la tierra el humano lo miró con los ojos desbordados y lágrimas regordetas. Su rostro exoresaba el agradecimiento que sus labios no podían pronunciar.

En el pecho de Meleann nació una chispa de compasión.

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