La puerta está cerrada y estoy sola, he soñado que eras insaciable por mis pecados, sumerjo mis brazos entrelazados en la bañera y escondo tu llave de repuesto en mi boca.
El sueño que hablamos y el rosario que elegimos, en mi nuca quedan las marca...
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El cambio es algo que simplemente no debería dejar de existir, uno nace, crece y muere, tiene etapas de cambio una más importante que la anterior. El cambio viene del sufrimiento, viene de la sangre, viene de la muerte y el desprecio, viene del odio a otros y a uno mismo. Solo sucede cuando deseas que algo diferente sea permanente, el cambio esta para crear un estado eterno después, un eterno mejor.
Viene de un positivo siendo golpeado por un negativo para crear un positivo mucho más grande, es necesaria la tristeza y el sufrimiento para crear un cambio mejor, uno donde puedas crecer, por eso la creencia inocente de un cambio pacífico es una estupidez.
O eso es lo que Galatea pensaba cada vez que escuchaba a Armin hablar por las noches, viviendo arrepentido y delirando con un futuro mejor, aun cuando las desgracias los rodeaban no podría evitar sentirse de esa manera cuando lo escuchaba hablar con Annie, escondida detrás del muro de ladrillo.
Pensar que incluso con todo lo que tenía en la mente se tomaba el tiempo de intentar de escucharlo, aunque sea un poco, ser inocente y desear lo mismo que él, pero alguien tenía que crear ese negativo. Si no es un dios alguien tenía que hacerlo, alguien tenía que ser el monstruo.
- No creo que quieras oír nada de esto, pero escúchame - su voz era delicada y pasiva, sosteniendo una concha de mar entre los dedos como un tesoro - Hace tres años quizás aun podríamos haber cambiado algo.
A la par que Armin miraba melancólico aquel objeto, Galatea se deslizaba con la mirada perdida a través de la pared terminando sentada en el suelo importándole poco manchar su pulcro traje negro. Tal vez seria su último acto de humanidad; escuchar, recordar y sentir.
Antes de su papel protagónico en lo que sería la mayor tragedia de todas.