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La comida era deliciosa, tanto que al ver que Meliodas y Arthur se daban la vuelta para ver de quien se trataba esa obra de arte culinaria, terminó por comerse lo que sobraba del platillo, aunque unos segundos después se arrepintió, pues el pelinaranja no había comido tanto.

No pareció haberles importado, o más bien no se dieron cuenta, pues Meliodas y Ban —quien era el maravilloso cocinero— se saludaron como solían hacerlo; a golpes.

Y justo después de que el par de amigos comenzaron con una ronda de vencidas, Arthur se acercó a Eleanor. La miró al rostro, y con una pequeña sonrisa apartó la mirada, señalando su comisura del labio.

La chica entendió rápidamente, y con algo de vergüenza se limpió la boca con su antebrazo, pues tenía migajas de la comida. Eleanor no prestó atención al juego de entre el rubio y el albino, por el contrario, sacudió sus ropas llenas de tierra, peinando su cabello —que se sentía algo duro por la saliva seca de aquel monstruo—, simplemente trataba de verse mejor que antes.

Arthur la miró de reojo, notando la expresión de amargura en su rostro. Sabía que a Eleanor le molestaba su apariencia ahora mismo, y quería hacer algo para alegrarla, pero no se le ocurrió nada que funcionara.

A pesar de todo lo que ha sucedido, se sigue viendo perfecta para un cuadro en pintura —pensó, más no se atrevió a decírselo.

Estaba apunto de adentrarse en la conversación de los viejos amigos, cuando se dio cuenta de que comenzaron a golpear sin parar el muro que los dividía de Elizabeth. Los escombros volaban, y por su fuerza, la chica pensó que el gato saldría volando, más se mantuvo en su lugar, justo como el par de jóvenes.

—¡Crucemos antes de que la pared pueda regenerarse! —exclamó el rubio. Eleanor rápidamente tomó la mano de Arthur y corrió mientras lo jalaba con ella. Cruzaron aquel gran muro y la chica se inclinó un poco para poder recuperar el aire perdido, estaba muy cansada de todo, sólo quería que ya terminara su tortura—. ¡Logramos salir!

Levantó la mirada y como dijo Meliodas, la princesa Elizabeth estaba ahí, y no sólo ella; Hawk, Diane, y un par de muchachos que reconoció al instante, por lo que se alejó un poco, simplemente escuchando su conversación. Arthur se dio cuenta de esta acción, más no dijo nada, quedándose en su lugar debatiendo si debería ir con ella o no.

—Supongo que fuimos bastante entusiastas... —habló Ban en un tono burlesco, dando media vuelta—. Terminamos rompiendo el último muro~

La meta —pensó para si misma, sintiendo un poco de alegría al saber que ya saldrían de ese infinito laberinto. Aunque esa alegría se convirtió en angustia al ver a todos los participantes, y al recordar que esto era una trampa de los Diez Mandamientos.

Tragó saliva nerviosa, sin saber muy bien cómo reaccionar. Vio cómo los demás comenzaban a caminar sin ningún miedo, con la frente en alto y sin mirar hacia atrás. En cambio ella, se quedó en aquel lugar, sintiendo que se hacía pequeña, con su corazón latiendo a mil.

Pensó que se desmayaría ahí mismo, por lo que cerró sus ojos, respirando profundamente, aunque sentía que no le ayudaba de nada.

—...Eleanor, ¿te encuentras bien? —escuchó una voz, abriendo sus ojos rápidamente, sabiendo que su expresión no sería la mejor. Al encontrarse con la mirada del joven rey, sus latidos se calmaron, y pudo respirar con normalidad. Ver a Arthur frente a ella la había calmado—. Si estás nerviosa, puedes acariciar mi cabello —sugirió, ella soltó un suspiro, para después sonreírle.

—Ya estoy mejor, gracias Arthur. Vayamos con los demás —se negó a su petición, pues no quería molestarle a él o al gato. Caminaron uno al lado del otro, saliendo al fin de aquel laberinto infinito.

𝐁𝐚𝐧𝐝𝐢𝐝𝐚 𝐜𝐨𝐧 𝐜𝐥𝐚𝐬𝐞; Arthur Pendragon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora