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    La fémina arrugaba el papel de sus manos con fuerza, estaba temblando y sentía que en cualquier momento las lágrimas se apoderarían de todo. Ni siquiera pasaron dos segundos, y ahora aquella hoja era decorada con pequeñas gotas.

     Levantó la mirada; se encontraba sola. Después de agradecerle al cartero por su entrega, se escondió en uno de los callejones de Liones, no le gustaba abrir sus cartas frente a la gente. Tal vez porqué algo como esto le podría suceder.

     Sabía que pasaría, en algún momento tenía que pasar, pero aún así dolía. Se sentía horrible, estaba molesta consigo misma, más ya no podía hacer nada, no podía regresar el tiempo.

     Limpió sus lágrimas y con agresividad arrugó aquella hoja, para después crear una chispa con su dedo índice. El fuego se extendió rápidamente, ella se quemó un poco al no soltar el objeto, pero no le importó. Normalmente tenía quemaduras en sus manos, una más no cambiaría nada. Las cenizas cayeron al suelo, más antes de siquiera tocarlo el viento se las llevó consigo.

     Tragó saliva y dio media vuelta, comenzando a correr. Ella sabía muy bien adonde se dirigía, entrando en el lugar de entrenamiento de los caballeros, encontrándose en el camino a quien quería ver.

     —Renuncio —habló clara a pesar de que aún sentía un nudo en la garganta.

     —¿A qué te refieres? —preguntó, tratando de descifrar si era una broma o no.

     —He dicho que renuncio —y sin más se quitó la armadura que llevaba encima, dejándola en el suelo junto con su espada—. Les regreso esto —aquello sólo era prestado, pues al ser alguien de pocos recursos, no tenía lo suficiente para conseguir una armadura sólo para ella.

     —Eleanor, ¿qué sucede? —el de cabellos largos preguntó, sin entender muy bien la situación.

     —No sucede nada —mintió, pero tampoco necesitaba explicar nada—. Sólo no quiero seguir —y sin más que decir, dejando las palabras en la boca del caballero de armadura roja, salió corriendo de ahí, sin que pudiera detenerla.

     No quería llorar, no frente a todos, por lo que aguantaría la amargura que sentía en ese momento.

     Ir a Camelot era un viaje largo, por lo que comenzó pidiendo a un hombre que la llevara la mitad del camino. Él aceptó y antes de llegar a su destino, Eleanor bajó.

     Caminó por mucho tiempo, hasta que encontró a un viejo que iba en la misma dirección que ella. Le ayudó a darles de comer a un par de vacas que llevaba con él, y así aceptó llevarla.

     No supo cuánto tiempo pasó, pero al fin estaba en Camelot. Se dirigió a su hogar, donde ahora nadie la esperaría, o eso pensaba ella.

     Martha, una de sus vecinas y quien cuidaba de ella cuando era una niña, la esperaba con los brazos bien abiertos y con una expresión de melancolía. Pero Eleanor la ignoró por completo, entrando a su casa, acostándose en aquel viejo colchón que olía a él, su padre.

     Ahí fue cuando soltó todo lo que había guardado, lloró y se lamentó de la pérdida de su ser querido. Martha entró tan sólo unos segundos después, dejando que llorara en su regazo hasta que se quedara dormida.

     Sólo podía pensar en que estaría sola, y que no tendría a nadie más a su lado. Pero todavía tenía a Martha, a quien cuidaría más por miedo a perderla.

     Cuando despertó, salió a regar las plantas de su madre, dirigió su mirada al castillo de Camelot, el cual se veía a la lejanía. Ahora que no era aprendiz de caballero, necesitaba encontrar una forma de obtener dinero.

𝐁𝐚𝐧𝐝𝐢𝐝𝐚 𝐜𝐨𝐧 𝐜𝐥𝐚𝐬𝐞; Arthur Pendragon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora