̶U̶N̶O̶

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Minseok apretó el móvil entre sus manos e intentó contener las ganas de echarse a llorar. La débil señal se había perdido, los últimos mensajes que envió a Luhan, su mejor amigo, no habían podido ser entregados. Y no es que la conversación fuera tan importante, pero le ayudaba a no sentirse tan miserable.

Si hace un año alguien le hubiera preguntado qué era la felicidad, seguramente no habría podido dar con una respuesta acertada, pero ahora la tenía. La felicidad era tan simple como despertar en su casa todos los días, saludar a sus padres, desayunar con ellos, encontrarse con tu mejor amigo en la estación y caminar juntos a la escuela, en donde los esperaban más amigos y la vida escolar, que realmente no era mala. Ahora que no tenía todo aquello, sabía que aquellas cosas tan simples eran lo más importante. Su vida no había sido grandiosa, pero él realmente había sido feliz. Al menos, hasta que su padre enfermó y su vida lentamente empezó a perder la felicidad.

—¿Falta mucho? —preguntó en un suave murmullo. Desde hacía más de una hora que solo veía vegetación.

Su abuela le dio una mirada de disculpa a través del espejo retrovisor.

—Ya casi llegamos.

Minseok asintió y le dio una mirada a su madre que ocupaba el asiento del copiloto. Sus hombros estaban hundidos y apoyaba la cabeza en la ventana. A través del cristal notó que una lágrima rodaba por su mejilla. Ella había estado callada e inmóvil durante todo el trayecto y Minseok solo podía asumir que se sentía igual de miserable. Quiso consolarla, pero no supo qué decir que no hubiera dicho ya.

Desde que su papá murió, no había visto a su madre llorar. Después del funeral, ella había intentado mantenerse serena. Aunque perdió su empleo, su auto y finalmente su hogar. La pensión de su padre apenas cubría la mitad de las deudas, para la hipoteca y los préstamos que había hecho para intentar salvar a su padre no quedaba nada. Sin dinero y sin hogar, se vieron obligados a abandonar sus vidas en la capital. Ahora no les quedaba más opción que mudarse con la abuela, a un lugar que parecía estar ubicado demasiado lejos de la civilización.


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Después de un rato, en medio de la vegetación empezaron a aparecer algunas casas de estilo antiguo. A medida que avanzaban por el pueblo las casas empezaban a mostrarse con mayor frecuencia. Sin desviarse en ningún momento, pasaron frente a la alcaldía, la biblioteca, una plaza y la escuela local a la que tendría que empezar a asistir el lunes. Minseok esperaba no llamar mucho la atención, aunque al transferirse a medio curso y a un lugar pequeño en donde todos ya se conocían, parecía imposible. Esperaba no convertirse en el bicho raro.

La abuela empezó a zigzaguear por las estrechas calles hasta que las casas volvieron a estar separadas unas de las otras por grandes jardines. No tardaron mucho más en llegar a su destino, otra vez, aquel era un pueblo pequeño.

La casa de la abuela era la penúltima, es decir, solo había una casa antes de que el pueblo se convirtiera en un espeluznante pantano. Era una de las cosas que a Minseok menos le agradaban de ese lugar. En sus pocas visitas había hecho lo posible por mantenerse dentro de la casa, tenía la corazonada de que si se acercaba demasiado a los arbustos, cualquier clase de animal salvaje iba a saltar sobre él y a devorarlo en segundos.

Bajó del auto y soltó un suspiro, en un segundo los mosquitos habían empezado a pegarse a su cuerpo para darse un festín. A eso había que sumarle el calor y la humedad.

Todo estará bien, te acostumbrarás. Inhala, exhala... Estás bien.

Sus pertenencias cabían en un par de maletas así que descargar no le quitó mucho tiempo.

HIDDEN [Chenmin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora